Las otras pandemias que golpearon Cuenca

Nuria Lozano
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A lo largo de la historia cumplir la cuarentena se ha considerado de vital importancia para frenar enfermedades infecciosas como el cólera o la peste. Ésta última mermó la población conquense en un 68 por ciento en el siglo XVIII

Inscripción en el altar de la Virgen de las Nieves de la Catedral - Foto: J.M.Rodríguez

En los años 40 del siglo XX se publicaba por primera vez la novela de un periodista y ensayista francés que, entre otras reflexiones, recogía la siguiente: Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas.

La Peste, de Albert Camus, narra el sentido de la solidaridad en la ciudad de Orán, azotada por una plaga. Como la literatura, la música, el cine y la televisión, o la pintura, han sido y son testigos de las sucesivas pandemias que ha sufrido la humanidad y de cómo se han superado.

Ayer, igual que hoy, y como confirman las diferentes investigaciones, el arma más poderosa fue el confinamiento, ya que hasta bien entrado el siglo XX la cuarentena fue considerada una ayuda esencial para luchar contra enfermedades mortales como la peste, el tifus, la viruela o la fiebre amarilla. De hecho, en algunos momentos se llegaron a subir los impuestos para pagar a guardias que vigilaran al pueblo.

Fotograma de la serie 'La Peste'Fotograma de la serie 'La Peste' - Foto: Movistar

De muchas epidemias no ha sido ajena la provincia de Cuenca. El profesor e investigador José María Rodríguez ha recopilado las estaciones más duras que se vivieron por la peste y cómo se combatieron recurriendo a la vía divina.

Según explica a La Tribuna, las primeras referencias se encuentran en la biografía del obispo San Julián. «A su llegada a la ciudad, y tal y como relata el historiador Muñoz Soliva, Cuenca estaba invadida de peste, y él asistió a los cristianos apestados con limosnas y a los que morían les daba sepultura por sí mismo».

Ya en el siglo XIII, fue terrible la peste bubónica que se transmitía a través de barcos y personas que transportaban a los agentes portadores, que no eran otros que ratas y pulgas infectadas. Rodríguez explica que «la catedral guarda un recuerdo de esta epidemia que asoló la ciudad en 1285, en concreto en el retablo de Santa Ana, al que acudían los habitantes para pedir que todo cesara».

Grabado de un médico de la peste de Paul FürstGrabado de un médico de la peste de Paul Fürst - Foto: Wikipedia

Pasamos a 1492, en el reinado de los Reyes Católicos. «El pueblo acudió a la Virgen de las Nieves, organizándose una procesión por las calles y se juró guardar un día festivo al año», comenta el profesor, tradición que se mantiene en la actualidad, con el oficio de una misa ante este altar en la festividad de Nuestra Señora de las Nieves.

La infección hizo estragos también en 1508 y 1509, y en esta ocasión los conquenses se encomendaron a San Roque. «Se decretó que los ayuntamientos se celebraran fuera de su recinto. El primero fue en Albaladejito y otros tuvieron lugar en Chillarón, Cólliga y otras aldeas». Desde entonces, cada 16 de agosto, la imagen de San Roque procesiona las calles conquenses.

En el siglo XVII la pandemia se hizo fuerte en el año 1649, mientras que en el siglo XVIII, los años críticos se sitúan entre 1709 y 1717. «En este siglo se unió la peste a las malas cosechas por plagas de langostas, lo que ocasionó que se redujera la población un 68 por ciento».

Capilla Bautismal o de San AntolínCapilla Bautismal o de San Antolín - Foto: Elarteencuenca.es

TIEMPOS DEl CÓLERA. La peste cede su hegemonía al cólera en el siglo XIX, epidemia que se da en contextos de insalubridad y hacinamiento.El blog La Historia de Mira recoge como la pandemia, que se originó en La India, causó más de 600 víctimas en la provincia de Cuenca en su primera oleada en 1834, mientras que se recrudece en 1854 y 1855, los llamados años del cólera. Entonces en la villa de Mira, «apenas se encontraba una persona que gozase de salud y ni una sola que dejase de llorar pérdidas irreparables», decían los diarios de la época.

LA GRAN PANDEMIA. Llega el siglo XX y con ella una de las pandemias más devastadoras de la historia:la gripe española. Mal llamada así porque en realidad se observó por primera vez en Estados Unidos, pero recibió más atención por parte de la prensa en España, de ahí que se la conociera así. Atacó sin piedad no solo a ancianos y niños, sino también a jóvenes y adultos con buen estado de salud.

Como en el resto del mundo se dejó notar en Cuenca en los años 1918 y 1919. El blog de Mira recoge datos curiosos sobre esta infección que cruzó la provincia en tres fases. Hasta el 1 de enero de 1919 la gripe española había afectado a más de 26.000 vecinos de 172 pueblos y había provocado la muerte de 1.223. La capital se libra de momento. La segunda fase, de decrecimiento, representa una notable caída de morbilidad: 26 localidades epidemiadas, 1.669 afectados y 68 muertes. Sin embargo, todo se recrudece años más tarde, llevándose también por delante a la ciudad de Cuenca y otras 47 localidades, algunas por segunda vez. No se llega a los niveles de la primera fase pero el balance es crudo: más de 7.600 afectados y 348 muertes.

Manuscrito de 1643 con una oración a San Julián por la pesteManuscrito de 1643 con una oración a San Julián por la peste - Foto: Archivo Histórico Provincial

SIGLO XXI. Los avances médicos y en investigación, los cambios tecnológicos, o la digitalización, no han servido como muro de contención de pandemias en el siglo XXI. La gripe aviar, brotes de coronavirus como el SARS o el MERS, y ahora el Covid-19, han cogido a la población mundial desprevenida, como escribió Camus.

A día de hoy, su obra universal nos sigue enseñando que en situaciones así sale lo peor de cada uno, pero también florece el apoyo mutuo y la responsabilidad individual como poderosas vacunas. Nos toca ahora, una vez más, aprender de las lecciones que nos deja la historia.

DEL VINO CLARETE A OTROS PECULIARES REMEDIOS

Cumplir con la cuarentena fue medida obligada en los peores años de la peste y a lo largo de los siglos, pero no faltaron otros remedios más peculiares como revela la documentación que se conserva en el Archivo Histórico Provincial.

Así, en la Castilla del siglo XVI se empezaron a comercializar unas píldoras gloriosas, «que lo mismo curaban la peste que servían para paliar las fiebres y las alteraciones del corazón», cuenta la directora del Archivo, Almudena Serrano.

Al tiempo que se cerraba el comercio marítimo o se prohibía que el ganado circulara por las calles y que se tiraran vertidos a los ríos, hubo quien falleció a pesar de haber buscado protección en bolsicas de Cardenillo, la sustancia verde que se forma en el cobre, como la que podemos ver en la célebre Estatua de la Libertad.

Asimismo, encontramos cosas peculiares como un predicador en Sevilla que prometió que la plaga se iría si se cerraban todos los teatros, o la exención por parte del Gobierno de impuestos para aquellos que criaran ocho hijos o más, en un intento de fomentar la natalidad y aumentar la población diezmada. O el buen médico que debieron tener en 1603 en la cárcel de Valladolid, ya que de los 48 presos que había solo uno murió por la peste.

«En el siglo XIV existe también un amplio abanico de sugerencias que nos llevan a la mentalidad singular de esos años», apunta Serrano. Por ejemplo, en materia de higiene, un escrito reza que: «Bañarse es cosa muy dañosa porque hace abrir las porosidades del cuerpo por las cuales el aire corrompido entra y produce fuerte impresión en nuestro cuerpo y nuestros humores».

D’agramunt. Curiosos son también los consejos del médico catalán que vivió en el siglo XIV, Jaume d’Agramunt, experto en peste negra . Recomienda usar vinagre en todas las comidas; tomar alimentos sustanciosos y muy calientes y coles, zanahorias y gallinas; o que no se tomen pescados viscosos «y evitar que huelan mal».

El doctor también aconseja hacer mucho ejercicio, consumir verduras y beber vino flojo o rebajado con agua «porque el dulzón se pudre y se convierte en cólera», apostilla en sus manuales. Del mismo modo, pide que se duerma con las ventanas abiertas; usar vestidos de lana fina o seda y proteger los pies y la cabeza «pues están lejos del corazón que es la fuente de calor», para terminar prohibiendo ingerir pájaros que se críen cerca de lagos y carnes húmedas.

Los testimonios que guarda el Archivo Provincial coinciden en señalar al vinagre como uno de los remedios más recomendables, bien aderezando los alimentos, bien usado en los emplastos.

Asimismo, fue popular el ajo, el ya mencionado vino clarete, y algunas frutas como la granada o el membrillo.

CURIOSIDADES DIVINAS

La capilla bautismal de la Seo de Cuenca ha deparado recientemente un hallazgo relacionado con la peste y cómo habría reaccionado la población ante ella.

Como relata el profesor José María Rodríguez, fue de forma casual mientras se grababa un reportaje en este espacio cuando el capellán mayor de la Catedral, Miguel Ángel Albares, descubrió en el altar de San Antolín una inscripción relevante.

En concreto, en ella se hace mención a que en el siglo XVII se acudió a la mediación de este santo para que remitiera la enfermedad. «Teníamos conocimiento de que en el año 1649 hubo una pandemia en la ciudad, pero desconocíamos que la población se hubiese encomendado a San Antolín», narra Rodríguez.

La inscripción dice así: «A la devoción del glorioso San Antolín sirve con esta moldura el licenciado de Orejón y Cabrera, mayordomo del ilustrísimo Enrique Pimentel con Nuestro Señor libre a esta ciudad y reino del contagio. Año 1649».

Anecdótico también es lo que sucedió en 1950 en la celebración anual del voto a la Virgen de las Nieves por librar a los conquenses de la peste. Por olvido, la representación municipal no acudió a la misa y hubo que empezar sin ellos, algo que nunca había ocurrido.

Al no ser ocupados los sitios reservados a las autoridades, un vecino pasó al sillón de la primera autoridad y pidió a otros asistentes que ocuparan el resto.

Terminada la ceremonia, un alto funcionario les pidió explicaciones «con requerimiento de que manifestaran quienes eran ellos para invadir el lugar del Ayuntamiento», contestándole uno de los presentes que «toda vez que los representantes del pueblo no cumplen con el voto que la ciudad había hecho a la Virgen, debían ser los propios vecinos los que lo hicieran».

SAN JULIÁN. Respecto al segundo obispo de Cuenca, ganó pronto fama de milagrero por la aparición de comida durante las hambrunas y la intercesión en la sanación durante las epidemias.

Como explica el historiador José Vicente Cambronero, «esta fama se extendió por toda la geografía española y, como consecuencia, otras ciudades se encomendaron a San Julián».

En 1637, Málaga sufrió una epidemia de peste bubónica. En la Catedral malagueña existía un lienzo de San Julián y los fieles que se untaban con el aceite de su lámpara se llegaban a curar. Como agradecimiento, el obispo de Málaga solicitó un cuadro de mayores dimensiones y en 1637 el obispado conquense envió el Tránsito de San Julián de García Salmerón.

En 1647 la ciudad de Lorca fue también azotada por la peste, encomendándose a San Julián, por cuya intercesión cesó milagrosamente el contagio. Como prueba de gratitud se acordó levantar una capilla en honor «del santo milagrero».

Para ello escribieron a Cuenca, donde se conservan los restos del santo, solicitando una reliquia de su sepulcro y un cuadro con su efigie. La petición fue aceptada por el Cabildo de la Catedral de Cuenca, quien remitió a Lorca un pequeño fragmento de la túnica de San Julián, a la vez que encargó al pintor conquense García Salmerón la realización de la obra pictórica.