50 años sin Nino Bravo

Leo Cortijo
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Poco antes del trágico accidente en Villarrubio, el mítico cantante almorzó un pepito de ternera en el Hotel del Sol de Motilla del Palancar. Esta es la crónica de un día que conmocionó a España.

Nino Bravo falleció trágicamente en un accidente de tráfico hace ahora 50 años - Foto: Efe

16 de abril de 1973. Lunes Santo. El reloj casi alcanza las ocho de la mañana. Nino Bravo, su guitarrista Pepe Juesas y el Dúo Humo, formado por Fernando Romero y Miguel Ciaurriz, inician viaje en Valencia con destino a Madrid. El genial artista valenciano se había convertido en el representante de este nuevo conjunto y, con el deseo de ayudarles, viajaban a la capital para producir su primer disco. En un BMW 2800 de reciente adquisición, se detuvieron en Motilla del Palancar dos horas más tarde de emprender la marcha para repostar y desayunar. Entonces nadie podía imaginar el triste final que le esperaba poco después.

En una curva del kilómetro 95, en el término municipal de Villarrubio, el vehículo, conducido por el cantante, se salió de la carretera y dio varias vueltas de campana. Sus tres acompañantes salieron del coche prácticamente ilesos, pero Nino Bravo no corrió la misma suerte. Fueron trasladados en varios vehículos particulares a Tarancón, donde en un pequeño hospital de monjas mercedarias recibieron las primeras curaciones, aunque debido a la gravedad de las lesiones tuvo que ser trasladado a Madrid con la única ambulancia de la que disponía el pueblo. Tristemente no llegó a tiempo, y el cantante murió a escasos kilómetros de la capital de España, ingresando ya fallecido en el Centro Sanitario Francisco Franco de Madrid, el actual Hospital Gregorio Marañón. 

Acaban de cumplirse 50 años de esta lúgubre historia que de sobra conoce todo el mundo. Medio siglo de la muerte de Nino Bravo, un artista que ha traspasado las fronteras del tiempo y el espacio para convertirse en un auténtico mito. Marcó un antes y un después en la sociedad española de los años setenta, y no solo entre sus seguidores, que se contaban por cientos de miles. Todos, de una manera o de otra, lloraron su repentina e inesperada pérdida, y es que solo tenía 28 años. Ahora bien, lo que no todo el mundo conoce es lo que pasó en Motilla del Palancar en aquella parada previa al accidente. El nexo de unión con el tiempo lo encontramos, como casi todo lo que relacionó durante tres décadas a este pueblo conquense con la N-III, en el mítico Hotel del Sol. 

El anterior director del Hotel del Sol, Alberto Torres, muestra el mensaje de Fernando Romero.El anterior director del Hotel del Sol, Alberto Torres, muestra el mensaje de Fernando Romero. - Foto: Reyes Martínez

El paso del tiempo. La Tribuna se desplazó hasta Motilla hace unos años para entrevistar a Alberto Torres, por aquel entonces director del hotel. Con orgullo, nos mostró el libro de honor. Un documento que en este establecimiento señero guardan como oro en paño. No en vano, en sus páginas han rubricado su firma un buen ramillete de personalidades de todos los ámbitos. Desde la política hasta el espectáculo, pasando por el deporte o la tauromaquia. Una de esas notificaciones está fechada el 29 de agosto de 2017, y dice lo siguiente: «Después de más de 40 años paro de nuevo en este restaurante donde una mañana de abril, Lunes Santo, día 16... almorzamos un pepito de ternera cada uno de los cuatro que viajábamos. El más conocido, Nino Bravo, y el resto ya es historia...». Esta escueta semblanza la firma «a petición de mi amigo Quique Navarro García» (uno de los camareros del hotel) Fernando Romero, componente del Dúo Humo y que ese día viajaba con Nino Bravo en el coche. 

La Cruz de Nino Bravo, ubicada en Villarrubio.
La Cruz de Nino Bravo, ubicada en Villarrubio. - Foto: Reyes Martínez

Motilla del Palancar y el Hotel del Sol no son los únicos vestigios que quedan, imborrables como el tiempo e inalterables como la historia, de Nino Bravo en la N-III. En Villarrubio, donde el cantante escribió la última nota, todavía se le recuerda camino de medio siglo después de forma muy especial. En 2008, al cumplirse el trigésimo quinto aniversario de su muerte, se le rindió un homenaje y se le concedió su nombre a una calle del pueblo. Asimismo, a la entrada del municipio, en un punto cercano al lugar donde tuvo lugar el accidente, permanece como lugar de peregrinación de sus seguidores la Cruz de Nino Bravo. A los pies de la misma, tres cerámicas con los escudos de Villarrubio, Aielo de Malferit –su pueblo natal– y Valencia ejemplifican el hermanamiento existente entre estas localidades, que el destino más trágico quiso que compartieran algo en común. También hay espacio para uno de los estribillos más bonitos jamás cantados. Porque al partir, siempre, ya se sabe: un beso y una flor; un te quiero, una caricia y un adiós.