Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Otegi, el zorro de Euskadi

22/05/2023

No hace falta ser un lince para darse cuenta de que, cuando los políticos de nuevo cuño, en cuyas manos ha puesto una gran parte de nuestra ciudadanía la gobernabilidad de España, van, Otegi, el viejo zorro con el ph del ex cura Arzalluz, más un poco más de mala leche, vuelve, y vuelve con el rictus cínico del que se las sabe todas.
Me decía una tarde uno de esos taxistas sabios a carta cabal que abundan en Madrid, yendo por la Castellana atestada de fotografías de los dos aspirantes del PP a la Comunidad y a la Alcaldía, que lo normal es que ganen los próximos comicios, básicamente por una razón, porque los opositores son tan mediocres como ellos, porque la clase currante hace tiempo que perdió la fe en ellos, y es consciente de su falta de capacidad y su exceso de ambición. Habría que hacerles pasar un concurso oposición mínimo, y ya no sólo a ellos, sino obviamente a su cohorte de asesores y turiferarios. «La de años que no se ve por Madrid un político de raza», apostilló.
Esta misma noche (escribo estas líneas en la madrugada del 19), viendo el programa 24 horas de TVE Internacional, observo detenidamente el rostro de Arnaldo Otegi, y me consta que tiene la íntima certeza de haber ganado las elecciones sin mover un dedo, como de costumbre. Me acuerdo de mi taxista, y me digo: «Este no necesita venir a Madrid para dar sopas con honda a los líderes y lideresas engrandecidos por los medios».
La jugada ha sido digna de Maquiavelo. Lo había intentado en los dos últimos comicios municipales, pero de una manera timorata, tanto que había pasado desapercibido. Pero esta vez, consciente de la falta de argumentos convincentes del Partido Popular frente al PSOE, ha triplicado la apuesta, y Miguel Ángel Rodríguez y su pupila Isabel Ayuso se han tragado el anzuelo, hasta el extremo de basar su campaña en el fantasma podrido de ETA (sí, como oyen, de nuevo ETA), por el hecho de que en las listas de las municipales de Euskadi figuran poco menos de medio centenar de antiguos presos etarras, ocho o nueve por delitos de sangre, y el resto por colaboración en tales asesinatos. El escándalo estaba servido, ya que, aunque el procedimiento sea 'legal', desde el punto de vista ético y moral es una auténtica provocación (imaginemos a un alcalde que años atrás le descerrajara dos tiros en la nuca a un vecino).
Viendo que hacían 'pupa', Cuca Gamarra, Ayuso y Feijóo han atizado de lo lindo a Pedro Sánchez por venir pactando con EH Bildu, un partido con las manos manchadas de sangre. Sánchez, que en un principio se puso de perfil confiando en el abrazo de Biden nada menos que en el Despacho Oval, al final no ha tenido más remedio que coger el toro por los cuernos, pero lo único que ha obtenido de un Otegi envalentonado ha sido la vaga promesa de que, en caso de que salga uno de los ocho, garantizarle que no tomará posesión del acta correspondiente.
Pero como ventajista y viejo zorro sabe que, entre los fanáticos de Bildu, esa intromisión lo único que va a hacer es incrementar las simpatías hacia su partido en detrimento del PNV, hasta el punto de empezar a verse ganador. Una jugada maestra, al estilo de Trump, a tres, o incluso a cuatro bandas: incremento de VOX, debilitamiento del PSOE –que de ese modo tendrá mayor necesidad del apoyo de Bildu de cara a las Generales–, engorde hasta la saciedad de Ayuso, en detrimento de Feijóo, y pérdida de apoyos al PNV. En resumen, como por ensalmo, ahí tenemos al viejo zorro de Euskadi convertido en auténtico croupier, tocando el caramillo y haciendo bailar a tirios y a troyanos a su son, y sirviéndose una vez más de las pobres víctimas (o sea, asesinándolas una vez más). Ya digo, un artista del trapecio, que se frota las manos mientras repite a sus íntimos: «¡Bah!, no os preocupéis; Ayuso se encarga de hacernos el trabajo».