Entre lutieres y secretos

Galena Koleva (SPC)
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Un violín desaparecido resuena en Cremona. Es el que inspira a Alejandro G. Roemmers en 'El misterio del último Stradivarius', una novela que transita a través de los siglos, entre la realidad y la ficción, y que inicia su recorrido en la cuna de

Entre lutieres y secretos - Foto: Por trolvag, CC BY SA 3.0. wikimedia

Hay lugares que no solo se recorren, también se escuchan. Y en Cremona, las notas de los violines más célebres del mundo flotan en el aire. Fue allí donde nació Antonio Stradivari y, con él, una herencia sagrada que sobrevive a nuestros tiempos. Casi 400 años de un legado eterno que ahora se aventura a explorar Alejandro G. Roemmers en El misterio del último Stradivarius (Editorial Planeta)

Con la precisión, casi, casi, de un lutier y la ambición de un novelista, el autor argentino talla las palabras para crear una novela que entremezcla crimen, historia y, sobre todo, pasión por la música clásica. Todo ello siguiendo el rastro, a través del tiempo, de un instrumento legendario, el último que creó el maestro cremonés -imagina Roemmers- antes de morir a los 93 años en la ciudad que le vio nacer.

Para ello, parte de un asesinato real ocurrido en Paraguay en 2021, cuyo móvil, según la investigación, fue el robo de unos Stradivarius. Le pilló en plena pandemia, lo que le permitió «darle vueltas» y desarrollar lo que quería contar. No tanto por el homicidio, sino por la curiosidad de saber qué pudo provocar que un objeto tan preciado acabase «en medio de la nada».

Así, Roemmers ofrece un viaje entre siglos y continentes en el que se codea con personajes reales y otros inventados, explora algunos de los acontecimientos más importantes de los anales -¿se imagina qué tienen en común la invasión napoleónica, la peste o la ocupación nazi?- y atraviesa lugares únicos.

Uno de ellos es Cremona. Allí, el también filántropo recorre, acompañado de un grupo de periodistas, los puntos más importantes de esta pequeña localidad en el norte de Italia. El sitio escogido no es casual: sus calles adoquinadas laten al compás de los lutieres contemporáneos, el tiempo se desliza al ritmo de un adagio en cada rincón y hasta el silencio más ensordecedor reverbera siglos de historia. 

Presente y pasado

El periplo comienza a pocos pasos del Torrazzo de la Plaza del Duomo, en la Escuela Internacional de Luthería, donde jóvenes de todo el mundo -unos 150 en la actualidad- aprenden a guiar el sonido con sus propias manos y, guiados por la tradición, fabrican y restauran diversos instrumentos de cuerda. Y es que el presente conversa con el pasado en esta institución fundada a principios del siglo XX.

Algunos de los secretos de la profesión que dio fama a los violines se descubren en torno a este edificio erigido sobre un antiguo palacio renacentista. Por ejemplo, que cada uno pesa menos de 400 gramos o que el barniz es tan importante como la madera que se utiliza -llegada desde los Balcanes o Venecia-. También que los maestros artesanos, siguiendo el ejemplo de Stradivari, son capaces de saber cómo suena el instrumento mucho antes de que se convierta en tal, haciendo cada uno único en su especie.

Muy cerca, una visita íntima permite conocer el primer hogar y taller del lutier por excelencia. 

Se dieron muchas circunstancias que le convirtieron en el mejor del mundo. Siguiendo la estela de la dinastía Amati, que impulsó la construcción de instrumentos no solo en Cremona sino en toda Europa, realizó cerca de 1.200 herramientas musicales desde que despuntó en el oficio siendo solo un niño. Porque fue mucho más que un artesano, pues supo ver desde bien pronto que hasta el más mínimo detalle era capaz de variar un sonido que roza lo celestial.

El artista Fabrizio von Arx es el encargado de guiar el encuentro en la Casa Antonio Stradivari, rehabilitada hace apenas unos años para acoger a jóvenes que se dejan seducir por la profesión. Es también quien extrae de la vitrina, con la mayor de las delicadezas, un auténtico tesoro. Se trata de El Ángel, conocido anteriormente como El Madrileño, una obra maestra forjada en 1720 y que Fabrizio se atreve a tocar, impregnando el espacio de una melodía que no solo llena los oídos, también el alma y el corazón. 

La última parada del recorrido recala en el Museo del Violino. Inaugurado en 2013, alberga una valiosa colección con sello propio, desde Amati a algunos de los 600 Stradivarius que se calcula que están repartidos por el mundo. Guardados con la máxima de las seguridades, a una temperatura de entre 18 y 22 grados y una humedad de en torno al 50 por ciento, cada uno de ellos se estima en millones de euros. Un precio quizá para muchos elevado, pero el valor de la historia es, desde luego, incalculable.

Alegato por la paz

En un momento tan acelerado y saturado de ruido, detenerse en Cremona es casi como un regalo. Lo es por el sonido, la belleza del lugar, pero también por la reflexión que ofrece Roemmers, presente en su libro.

Porque el autor habla de lutieres y violinistas de la misma manera en la que recuerda que la cultura ha sido siempre capaz de sobrevivir a guerras, pandemias y asesinatos. Un alegato por la paz que resuena hoy más que nunca. «Algún día alguien tiene que decir basta», reivindica el argentino.

Así, bajo la sombra del Torrazo y el eco de los talleres, uno está convencido de que la música y el arte pueden sanar heridas porque nunca terminan del todo. Y que quizá, en algún rincón del mundo, ese último Stradivarius sigue sonando.