«Siempre digo que soy alcarreña por decisión personal»

Javier del Castillo
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Nació en Torremocha (Cáceres), pero vive en Guadalajara desde hace 34 años. Magdalena Valerio ha sido ministra de Trabajo, diputada nacional y consejera en Castilla-La Mancha. Desde noviembre de 2022, preside el Consejo de Estado.

Magdalena Valeria en su despacho en el Palacio de Uceda, como presidenta del Consejo de Estado. - Foto: Juan Lázaro

Su vocación política y un inquebrantable afán de superación la han llevado a ocupar puestos de responsabilidad que jamás hubiera soñado. Hija de guardia civil y de empleada de hostelería, su infancia y adolescencia transcurrió en diferentes cuarteles. Aprendió a integrarse con facilidad en siete pueblos y en otros tantos centros escolares. De origen humilde, habla con admiración de su padre –que tuvo que abandonar el colegio para cuidar una piara de cerdos– y siente, de manera especial, que falleciera antes de recibir ella la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil.

En su despacho de la planta superior del Palacio de Uceda, mandado construir por el hijo del Duque de Lerma a principios del siglo XVII y ubicado entre las calles Mayor y Bailén (Madrid), Magdalena Valerio se muestra como es. Cercana, acogedora y extrovertida. Viste chaqueta rosa, camisa y pantalón beiges y una sonrisa que lleva puesta de fábrica. 

 Sentados en una mesa de madera noble, delante de un gran retrato del Rey Felipe VI con una toga sobre sus hombros, la presidenta del Consejo de Estado contesta a nuestras preguntas, no sin antes advertir de la imposibilidad de entrar en cuestiones relacionadas con la actualidad política, por razones del cargo y de las propias competencias adscritas a este órgano consultivo.  

«Mi padre cuidaba una piara de cerdos, hasta que llegó una peste porcina y hubo que sacrificarlos»

Magdalena Valerio con el traje regional y disfrutando de las tradiciones de GuadalajaraMagdalena Valerio con el traje regional y disfrutando de las tradiciones de GuadalajaraMagdalena Valerio aparta el móvil a un lado de la mesa, después de contestar varios mensajes, y nos cuenta, con detalles que considera interesantes, sus experiencias personales y familiares desde que tenía uso de razón. «Cuando yo nací, mi padre era pastor. A los 8 años le mandaron con su tío al monte a cuidar una piara de cerdos, hasta que llegó una peste porcina y hubo que sacrificarlos. Con 28 años ya, y sin jornal, tenía dos opciones: irse a la emigración o hacerse guardia civil como su abuelo materno. Así que decidió ingresar en la Academia de la Guardia Civil de Úbeda. Su primer destino fue Torrevieja (Alicante) y allí nos fuimos toda la familia». Magdalena recuerda que en aquel primer viaje por España tuvieron que dormir en la estación de Aranjuez. 

A partir de entonces, la familia Valerio iba cambiando de ciudad o de pueblo, con la esperanza puesta en volver un día al lugar de origen. «Después de Torrevieja, estuvimos en Monóvar, otro pueblo de Alicante, y más tarde nos trasladamos a la provincia de Madrid: Valdaracete, El Puente de Arganda, Anchuelo y Alcalá de Henares. Mi padre estuvo diez años moviéndose, de cuartel en cuartel, y otros diez ya fijo en Alcalá de Henares, donde se jubiló». 

Los caprichos del destino la acercaron a tierras alcarreñas. «La adolescencia y primera juventud – cuenta Magdalena – las pasé en Alcalá de Henares, y en el Instituto tenía compañeros y compañeras de Guadalajara». Sin embargo, su primera visita a la capital de la provincia se produjo a principios de los 70, porque su madre quería ver en el Parque de la Concordia a la Virgen de Fátima. «Mi madre había estado sirviendo con unos señores de Cáceres que pasaban el verano en Portugal. Entonces – añade -, fueron al santuario de la Virgen de Fátima y aquello la impresionó, hasta el punto de llevar siempre con ella una medalla de la virgen. Así que, cuando se enteró de que la traían a Guadalajara, nos fuimos en plan excursión a rezarle en una misa que hicieron en La Concordia». 

Su segunda incursión en la que luego sería su ciudad de residencia, fue una escapada con un grupo de amigas, entre las que se encontraba una compañera venezolana que tocaba muy bien la guitarra. «Hicimos autostop en la Nacional II, porque entonces no había autovía, y acabamos en la Fuente de la Niña». 

La tercera y definitiva aproximación a la capital de la provincia tuvo lugar el 1 de julio de 1989, cuando a su primera pareja y padre de sus dos hijos le destinaron como magistrado al Juzgado de lo Social de Guadalajara. Dos años después, Magdalena saca las oposiciones a gestión de la Seguridad Social y gestión de Empleo, y consigue plaza en Guadalajara. «Siempre digo que soy de origen extremeño, pero alcarreña por decisión personal», comenta. Es la ciudad elegida, en la que se integró fácilmente, aprovechando la capacidad de adaptación adquirida en los cambios de destino de su padre. 

«Lorenzo Díaz también es hijo de guardia civil y eso une mucho. En los primeros encuentros nos contábamos nuestra vida cuartelera»

«La mitad de las personas que vivimos en Guadalajara hemos nacido en otros lugares de España. Yo puedo tener otros problemas, pero no de integración. A mí me dejas sola en el desierto y no te preocupes que si pasa alguien con un camello ya me enrollaré con él. Por mi trayectoria vital, no me ha quedado más remedio que irme integrando y desintegrando. He trabajado mucho la capacidad de integración al medio», asegura, mientras repasa esa vida itinerante, deteniéndose en momentos emotivos, como cuando la nombraron hija adoptiva de Valdaracete (Madrid), el pueblo donde empezó a ir a la escuela con seis años. Magdalena cambiaba con frecuencia de maestros y de compañeros, pero sigue manteniendo relación con algunas de aquellas personas que un día se cruzaron en su camino.

Curiosamente, su infancia se asemeja bastante a la de Lorenzo Díaz, que nació en Solana del Pino (Ciudad Real) y que vivió en Sanlúcar de Barrameda, Villanueva de los Infantes y Puertollano, siguiendo la estela de su padre, también guardia civil. «Los dos somos hijos del Cuerpo – comenta, con cierta ironía – y eso une mucho. Recuerdo que en nuestros primeros encuentros nos contábamos nuestra vida cuartelera, que además imprime carácter. La disciplina, el respeto a los superiores, el amor a España, la bandera, el orden y la ley lo tenemos muy interiorizado. Cuando he participado en actos de la Guardia Civil, a la gente le sorprende que sepa entonar el himno de España que aprendí con cuatro años».

A esta mujer luchadora que, terminada la carrera de Derecho y con un hijo de dos años, se levantaba todos los días a las seis y media de la mañana para viajar a Madrid a impartir clases de Derecho Laboral y Seguridad Social en la Academia Adams, hasta que tuvo que dejarlo cuando nació su hija, le gustan los retos. Se presentó a las oposiciones del Cuerpo de Gestión de la Seguridad Social y consiguió quedarse en Guadalajara. 

«He tenido la inmensa suerte de haber sobrevivido al cáncer. Es un aprendizaje y una cura de humildad»

Pero ese no sería el reto más importante. El gran reto llegó a su vida hace nueve años, cuando la detectaron un cáncer de mama, siendo Diputada Nacional por Guadalajara. Nunca olvidará esa tremenda experiencia. «He tenido la inmensa suerte – recuerda – de haber sobrevivido al cáncer. Fueron doce horas en el quirófano y largas sesiones de quimio y radioterapia. Durante los seis meses posteriores a la operación, esas sesiones me obligaron a participar en las votaciones de forma telemática y a teletrabajar sin quitarme la mascarilla por porque tenía las defensas muy bajas. Luego, la radioterapia me la empezaron a dar por la tarde y eso me permitió trabajar en el Congreso de manera presencial por las mañanas». 

¿Qué se le pasa a uno por la cabeza cuando le diagnostican un cáncer y qué piensa una vez que le dicen que está superado? «El cáncer es un aprendizaje y una cura de humildad. Tienes que dejarte ayudar. Dejarte querer y cuidar por la familia, aceptar que estás enfermo de gravedad y poner tu vida en manos de los médicos. Luego, te queda la sensación de que has sobrevivido y empiezas a valorar mucho más las cosas que te regala la vida. Todos tenemos una fecha de caducidad, aunque no lo parezca. Le ves las orejas al lobo – añade – y empiezas a relativizar las cosas; a valorar mucho el presente y a la gente que te rodea. A tu familia y a tus amigos».

El cáncer ha marcado un antes y un después. De alguna manera, ha cambiado su vida y le ha hecho solidarizarse más con el sufrimiento de otras personas que están pasando por esa misma situación. «Me hice de la Asociación Española Contra el Cáncer y ayudo todo lo que puedo a otras personas que están viviendo una experiencia similar a la que viví yo. Siempre que me invitan, procuro participar en las jornadas de puertas abiertas que organiza el hospital y no descarto – cuando me jubile – hacerme voluntaria de la AECC, para ayudar a otras personas, igual que me ayudaron también a mí».

Su entrada en la política es una consecuencia lógica de lo que ella llama «vocación de servicio público». Recuerda que había sido siempre delegada de curso, para defender los intereses de sus compañeros y compañeras. Aunque reconoce que es bastante echá palante, se resistía a dar el salto a la política. «Jesús Alique me ofreció ir de número nueve en las municipales de Guadalajara, a mediados de los 90, y le dije que no. Me siguió insistiendo y, en 1999, le dije que sí».

Delegada de Castilla-La Mancha en Guadalajara; responsable de tres Consejerías distintas, entre los años 2005 y 2010; diputada nacional en las legislaturas X, XIII y XIV; ministra de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, de 2018 a 2020, y ahora presidenta del Consejo de Estado. Estos son los hitos de una trayectoria política en la que siempre ha primado la negociación y el diálogo. También, la toma de decisiones importantes, como la primera gran subida del Salario Mínimo Interprofesional, que pasó de los 730 euros a los 900. «Esa subida del 23,3% - explica - se decidió en Consejo de Ministros, después de escuchar a los sindicatos y a las organizaciones empresariales más representativas. Fue una subida contundente y es de las cosas de las que me siento más orgullosa en mi paso por el Ministerio de Trabajo».

«En el Consejo de Estado hay auténticas eminencias jurídicas y todos los días aprendo algo de ellos»

Desde el 10 de noviembre de 2022, ocupa la presidencia del Consejo de Estado, rodeada de personalidades y juristas de reconocido prestigio. En el salón de plenos de esta Institución se sientan dos exvicepresidentas de Gobierno – Teresa Fernández de la Vega y Soraya Sáenz de Santamaría -; el exministro de Justicia, Fernando Ledesma; los  expresidentes del Tribunal Constitucional y del Supremo, Miguel Rodríguez- Piñero y José Luis Manzanares, respectivamente; Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón; el diplomático Alberto Aza; el reconocido penalista Alonso García, la catedrática de Derecho Internacional Público, Paz Andrés, o la exministra de Sanidad, María Luisa Carcedo. «Son auténticas eminencias jurídicas y todos los días aprendo algo de ellos», resume la sucesora de Teresa Fernández de la Vega. 

Le comento a Magdalena si se siente satisfecha de los logros conseguidos hasta ahora y me contesta con la espontaneidad que la caracteriza: «Yo tengo ambición y vocación de servicio público, pero nunca había pensado llegar hasta aquí. En mi vida me imaginaba que sería ministra, consejera ni nada parecido». 

Es la hora de mediodía y desde su despacho vemos transitar a grupos de turistas por la calle Mayor. En la sala de al lado la están esperando para comenzar una reunión.

«Dos de los mejores monumentos funerarios del país los tenemos en Guadalajara»

Desde sus primeras escapadas a Guadalajara, siendo una adolescente, la capital de la provincia no ha dejado de crecer. Su proximidad a Madrid tiene, en su opinión, bastantes ventajas y algunos inconvenientes. Según la actual presidenta del Consejo de Estado, pese a los cambios demográficos, «Guadalajara posee vida propia». 

Tan acostumbrada está Magdalena Valerio a saludar y cambiar impresiones con sus vecinos, que le hacen gracia los comentarios y cotilleos inherentes a una sociedad donde casi todo el mundo se conoce.  «Mi entrada en la política, en 1999, coincidió también con mi separación, y hubo un tiempo en que a la gente le dio por sacarme novios. Un día, tomando café con una persona, me decía: 'mira que te han echado novios desde que te separaste; hasta con un periodista de Madrid que estuvo casado con Concha García Campoy; algo absolutamente imposible y extravagante'. Le digo: pues, este que te parece a ti extravagante es mi novio formal desde hace diez años. Lorenzo (Díaz) es la única pareja que he tenido desde mi separación y llevamos ya juntos 23 años».

El paseo de San Roque, el parque de La Concordia y la Fuente de la Niña son algunos de los lugares de la capital alcarreña que más ha frecuentado, sobre todo cuando sus dos hijos eran pequeños. «Entonces, vivíamos en esa zona del Paseo de San Roque y La Concordia, pero luego nos fuimos a la calle Museo y a la urbanización El Clavín. Acostumbrada a ir de cuartel en cuartel, en Guadalajara he ido de vivienda en vivienda. Los de Mudanzas Alcarreñas, cuando me ven, me dicen: 'lleva ya mucho tiempo sin mudarse'. La verdad es que, últimamente, les doy poco trabajo».

Cuando le pregunto por las joyas arquitectónicas y artísticas de su ciudad de adopción, hace una serie de consideraciones previas, para subrayar a continuación la importancia de algunas de ellas. «La ciudad – explica Magdalena – ha soportado cuatro guerras en los últimos siglos: la guerra de sucesión española, la guerra de la Independencia, la guerra civil y la guerra del desarrollismo urbanístico en los años 60 y 70. Se derrumbaron algunos palacios renacentistas, pero todavía nos quedan bonitos edificios. Además del Palacio del Infantado, está la cripta del Fuerte de San Francisco o la obra inmensa del arquitecto Velázquez Bosco en las Adoratrices y Villaflores. Me encanta la labor que hizo la condesa de la Vega del Pozo. Dos de los mejores monumentos funerarios de nuestro país los tenemos en Guadalajara. Sin olvidar, por supuesto, el Palacio de la Cotilla o la Capilla de Luis de Lucena».

La provincia de Guadalajara le parece sorprendente, con espacios naturales y pueblos de una belleza incuestionable. Una de estas joyas, sin lugar a dudas, es la ciudad de Sigüenza, donde hace ya algunos años adquirió su pareja, Lorenzo Díaz, una segunda vivienda, a pocos metros de la plaza de toros y del río Henares.  «Aunque me la atribuyen a mí, el propietario es Lorenzo. Yo sólo soy el ama de llaves y quien se encarga del mantenimiento», afirma, a la vez que recuerda los veranos seguntinos y el pregón tan emotivo que dio en la Plaza Mayor, frente a la catedral, cuando era ministra de Trabajo.