Si los grupos de WhatsApp y los hilos en redes sociales fueran una plaga estarían entre las más temidas. Nacieron con la ilusión de facilitarnos la vida, pero son la versión digital de una tertulia de vecinos con megáfono y barra libre de chorradas. Basta con asomarse al grupo de la urbanización o a las típicas páginas «Vecinos de mi pueblo» para entender que la simpleza más extrema tiene wifi y perfiles varios. En cuanto asoma la primavera, la pregunta de cuándo abrirán la piscina se cruza con el mensaje que manda el del 3º denunciando el robo de un paraguas. Tampoco falta quien presume de tipazo, compartiendo fotos que no se habría hecho mi abuela a sus 70 años y de entonces. Además, los campeones de los audios eternos compiten con quienes suben fotos de su perro, aunque la conversación vaya sobre un DNI perdido.
El fenómeno no se detiene: los hilos de senderistas o los foros de barrio han perfeccionado el arte del caos digital. Una simple duda sobre si mañana hay que llevar bocadillo o disfraz de mosquetero se convierte en una avalancha de memes, stickers de gatos y debates sobre si la excursión es apta para veganos o si pueden ir alérgicos al sol. Nadie responde a la pregunta original, pero los más, con esas dosis de aburrimiento que les acechan, aportan su granito de notoriedad. En los grupos, aquellos que demandan, aún sin saberlo, su derecho a decir sandeces, reciben decenas de respuestas de gente que alquila apartamento en la playa, dice vivir en Móstoles o llamarse Álex, aprovechando para mostrar a su perro o recomendar a un fisio primo suyo. Tú solo quieres saber si hay que llevar bocata o disfraz, pero exclusivamente recibes gifs de bicis estáticas y una encuesta sobre si prefieres excursión al parque o ir a misa de 12.
Lo más curioso es que, aunque silenciemos el grupo o pensemos en dejar de leer el hilo, seguimos ahí, como si estar, tan solo leyendo, diera cierto sentido a la vida. Al final, esos grupos nos atrapan y el que al principio se resistió al final siente tal mono que no puede escapar. Lo bueno que tiene esto es que, a pesar de nuestras convicciones, cada día confirmamos que aun cabe 1 o 2 o 22 memos más.