L a vida de Pedro Cifuentes (Palomares del Campo, 1970) es un constante desafío a los retos más imposibles que pueda plantearse el ser humano. Los sueños de este infatigable alpinista conquense nacen en las montañas, donde sus duras expediciones acaban convirtiéndose en gestas que, pocas veces, son valoradas como se merecen.
Las condiciones meteorológicas y una buena preparación física y psicológica determinan el éxito o el fracaso de sus aventuras, que pueden marcar un hito y formar parte de la historia más selecta de este deporte. Es lo que consiguió este intrépido bombero hace justo un año al completar en solitario la primera travesía integral a las Torres del Paine en la Patagonia chilena.
Cifuentes soportó temperaturas de hasta 25 grados bajo cero, vientos de 100 kilómetros por hora y lluvias muy intensas durante su itinerario. El mal tiempo puso a prueba su capacidad de resistencia ante la adversidad. Nada le detuvo y, tras 29 días de continuo sacrificio, hizo realidad una de sus grandes ilusiones tras su tercera aproximación a las exigentes montañas sudamericanas.
Ese encomiable esfuerzo quedó reflejado en un documental que arrasó en el prestigioso certamen de Kendall (Inglaterra), donde su relato logró el premio a la mejor película extranjera. Pero las distinciones no acaban aquí, ya que su travesía ha sido nominada a los Piolets d’Or, los galardones más importantes del mundo del alpinismo.
«Aún no me lo creo porque es el máximo reconocimiento que puedes recibir. Aparecer entre los mejores es algo increíble, toda una victoria», confiesa. El jurado francés dará a conocer el nombre de los seis finalistas en apenas una semana y, un mes después, entregará los galardones en la ciudad de Chamonix-Mont-Blanc. «Si gano, tal vez, piense en retirarme», bromea. «Mi pasión es la montaña y quiero seguir adelante», aclara.
Al límite. Cifuentes, medalla de plata al Mérito Deportivo en Castilla-La Mancha, no titubea cuando recuerda lo mal que lo pasó en Chile. Llegó a perder 10 kilos hasta coronar las paredes verticales de sus tres montañas, con jornadas maratonianas de trabajo que alcanzaron las 13 horas. «A nivel mental, fue durísimo estar ocho días colgado en una hamaca, cubierto de plásticos, por culpa del mal tiempo. Llegué a plantearme qué hacía allí, pero pude seguir. Tras esa inactividad me costó volver a escalar porque me encontraba muy débil físicamente. El último día me quedé sin comida y sin agua, así que tuve que bajar unos 1.200 metros por la vía Hoth, donde comenzaron a desprenderse algunas piedras», explica.
Ver de cerca la muerte, como le ocurrió en Marruecos, le ha hecho más fuerte y seguro. «Estuve a punto de perder la vida porque empezó a llover muy fuerte y el nivel del agua subió de inmediato. Llevaba tres días sin comer, beber y dormir. Estaba atrapado en el cañón y gracias a un taladro puede hacer una pasarela. Escalé sin ningún tipo de ayuda y acabé en el hospital», asegura. Una vivencia que no le ha hecho perder el optimismo que le caracteriza: «Los escaladores somos gente diferente. Hay gente que valora su vida por los años que la disfruta. Sin embargo, yo mido la mía por experiencias. Puedo morirme tranquilo».
Desde que tenía 30 años, este héroe anónimo de Cuenca quedó cautivado por la magia del alpinismo, una actividad que le ha permitido gozar de sensaciones únicas e irrepetibles. Su amigo Javier Lozano es uno de los compañeros que más le han marcado. Junto a él ascendió El Capitán, una referencia para los escaladores de gran pared, en Yosemite (California). «Este deporte engancha porque convives con la naturaleza y conoces mejor la cultura de los países. La escalada te aporta unos valores que está perdiendo la sociedad actual, como la solidaridad, el compañerismo y la humildad», enfatiza.
El respeto a la montaña es uno de sus principios básicos: «Tienes que ponerte en el peor de los casos porque aquí no existe la buena suerte. Una retirada a tiempo significa que la próxima vez puedes volver a intentarlo. Todo el mundo piensa que lo más difícil es subir y se relajan cuando bajan. Ahí está el peligro. La expedición termina cuando estás en el campamento base».
Retos. La actividad del montañero de Palomares, profesional desde 2010, no cesa. El próximo mes de junio viajará hasta las Torres del Trango en Pakistán para escalar la vía Murciana y ascender una pared vertical de 1.500 metros. En la región de Karakórum, alrededor del glaciar de Baltoro, comenzará este nuevo reto, a 6.500 metros de altitud. El colofón llegará en agosto, cuando el alpinista conquense se desplace a Suiza e intente subir cinco montañas, saltando desde la cumbre en la última de ellas. La travesía la llevará a cabo junto al reconocido saltador neozelandés Chris McDougall y pondrá el broche de oro a su aventura. El camino a la superación de Cifuentes no tiene límites.