Mejor que ayer y peor que mañana

Leo Cortijo
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En estos 365 días doblegamos en parte al virus; no se ha ganado la guerra, pero las huestes de la libertad ganan posiciones

Mejor que ayer y peor que mañana - Foto: Reyes Martí­nez

Dos años ya. Dos años –tres en el caso de las hermandades que procesionan el Jueves, el Viernes y el Sábado Santo– que pesan como una fría e insufrible losa en nuestro ánimo nazareno. Un sentir que es el de toda una ciudad, porque la Semana Santa no sólo es nuestra principal seña de identidad como conquenses, sino también nuestro leitmotiv existencial. En un momento así, con nuestras Imágenes guarecidas de la amenaza del virus en los templos sagrados de la Cuenca litúrgica, es prácticamente imposible explicar lo que llega a sentir la comunidad nazarena conquense. Puede llegar a comprenderse, pero hay que haberlo mamado desde la cuna para lograr compartir ese sentimiento. Un sentimiento del que la maldita pandemia nos vuelve a privar. Una vez más...

Porque se organice lo que se organice, no hay nada que llene ese vacío inmenso en el alma de aquellos que entre el Domingo de Ramos y el de Resurrección sólo ven la vida a través del capuz. Ese algo indescriptible que nos recorre por dentro, cual incontrolable estímulo nervioso, cuando notamos el olor a cera o el peso del banzo en el hombro. O cuando escuchamos el sonido acompasado de las horquillas en el patrimonial empedrado al ligar de forma mágica con Banceros de la Pasión, La quinta angustia o San Juan. O cuando nos quedamos embobados en las sombras de nuestras tallas proyectadas en el paisaje urbano de la antiquísima fortaleza conquense. O cuando nos estremece tanto el sonido roto en la madrugada de la turba como la paz del Miserere en San Felipe. O el sentir como tuya la ilusión del nieto más pequeño de la casa cuando estrena túnica antes incluso que DNI.

Todo eso y mucho más tendrá que esperar, por lo menos, un año. Y lo firmamos ahora mismo si hace falta. 2022 tiene que suponer el regreso glorioso de la Pasión conquense a las calles. Por eso hoy, aunque sin tener una bola de cristal que nos permita saber qué pasará hasta entonces, sí podemos aventurarnos a decir que estamos peor que mañana (y eso es bueno), pero mejor que ayer (y también lo es). En 2020, la situación era muy distinta cuando se comunicó la suspensión de los desfiles procesionales. No sólo fue algo sobrevenido que a todo el mundo cogió en fuera de juego, sino que además inundó de incertidumbre el futuro a corto y medio plazo. Y todavía no éramos conscientes del tsunami que se nos venía encima… Esa Semana Santa tan luctuosa y lacrimógena, con las cifras de contagios desbocadas y cientos de muertos diarios, hubo que vivirla en casa. De la manera más triste posible, en muchos casos llorando por los hermanos perdidos, y en otros tantos lamentando no poder estar cerca de los seres queridos. Por esa razón, y sin olvidar jamás esa mácula en nuestros corazones, la Semana de Pasión de este año es, al menos, algo mejor. Es un paso al frente merced a que durante estos 365 días hemos sido capaces de doblegar en parte al virus. Todavía no se ha ganado ninguna guerra, pero las huestes de la libertad ganan posiciones poquito a poco.

Fruto de ello y porque las circunstancias sanitarias lo permiten, la Junta de Cofradías ha preparado un programa de actividades que, como bien apunta su presidente, Jorge Sánchez Albendea, no logra suplir la ausencia de procesiones, pero ayuda a sobrellevar este pesar. La institución nazarena, desde hace meses, se puso manos a la obra intuyendo que este triste final asomaba en el horizonte. Acertaron de lleno. Un trabajo silente y en la sombra, pero fructífero y eficiente. Ese esfuerzo, que persigue el objetivo de «mantener viva la llama» de la Semana Santa y de redoblar esfuerzos en pro de divulgarla entre la comunidad cofrade, ha dado frutos muy interesantes. Como plato fuerte, tres exposiciones y una de ellas de peso nacional en el contexto semanasantero.

Así, el Museo de la Semana Santa acoge hasta el próximo 16 de mayo la muestra Cuenca, arte en la Pasión II, que permite disfrutar de obras de diferentes estilos y modalidades, pero todas con un nexo común y un hilo conductor. Desde fotografías inéditas de Semana Santa de los hermanos Blasi hasta un crucificado del siglo XVI del pintor Vicente Carducho, pasando por piezas de Miguel Zapata, Manolo Millares, Luis Marco Pérez o Fausto Culebras, entre muchos otros artistas, también con peso local. Las obras expuestas, en conjunto, están valoradas en torno a un millón y medio de euros. De la misma forma, pero en este caso hasta el 11 de abril y en la iglesia de San Andrés, brilla con luz propia la exposición 1941-2020, 80 años de Semana Santa de Cuenca, un magnífico recorrido por los carteles y los pregones de la Semana de Pasión. Esta muestra destaca sobremanera por el montaje audiovisual que combina ambos elementos en perfecta mezcla con las marchas procesionales que además ambientan el recorrido.

Ahora bien, para vivir uno de los eventos más esperados habrá que esperar, valga la redundancia, hasta el próximo 25 de abril. Será entonces cuando se alce el telón de Procesión 2021, una exposición-homenaje a la Semana Santa nacional que acogerá la Catedral y que contará con la imagen de Nuestro Padre Jesús Cautivo de España. En relación a esta talla pivotará el resto del rico material expuesto, consistente en la recreación de un desfile procesional con representación de hasta 80 semanas santas de España, Sudamérica e Italia. Esta imaginaria procesión, que favorece la inmersión del espectador en ella, tendrá casi cien metros de recorrido. Cuenca, como sede nacional, «será un referente y no sólo a nivel nazareno», reconoció Sánchez Albendea.