Imaginando a San julián

Pilar García Salmerón
-

Imaginando a San julián

¿Tiene sentido evocar la figura de un personaje de hace más de ocho siglos en un periódico? ¿Resulta oportuno traer a la actualidad local a un obispo santo, que vivió en Cuenca durante la Edad Media? Probablemente las respuestas a estas cuestiones sean diversas, pero entre ellas se encuentran las de aquellos que pensamos que la historia puede aportarnos algunas claves para entender el presente y encarar con acierto el futuro. Los hechos históricos acaecidos en nuestra ciudad en tiempos del obispo San Julián, su labor por la pacífica convivencia entre los conquenses de distintas religiones y culturas, su ejemplo en la atención a los más desfavorecidos, la transmisión de la fe y organización de la naciente diócesis a él encomendada, así como  la proyección de su figura tanto en España como en diversos lugares del mundo, convierten al santo prelado en un personaje único dentro de la historia local, al que bien merece la pena recordar.

Son escasas las referencias y pocas las fuentes documentales que nos informan sobre la vida de San Julián. La mayoría de sus rasgos biográficos provienen de la tradición, como ocurre con muchos de los personajes históricos de hace más de ochocientos años. Reconstruir la trayectoria vital de un eclesiástico del siglo XII es una tarea difícil, que en gran medida ha de realizarse a través de fuentes secundarias, extrapolando datos y consultando documentos de fechas posteriores, que recogen el poso, la estela, que esa persona dejó en el tiempo. Así sucede en el caso de San Julián. Los escritos sobre su vida se desarrollaron sobre todo a partir del siglo XVI, nutridos por los datos e historias piadosas aportados por la tradición. En ellos se resumen los rasgos más genuinos del segundo obispo de la diócesis conquense: un hombre santo, elegido por Dios desde el seno materno, humilde y mortificado, con gran celo apostólico y espíritu de oración, benefactor de los pobres, y muy devoto de la Virgen María. En estos escritos, además. se relatan los milagros realizados tanto en su vida, como otros acontecidos tras su fallecimiento. No se dispone de ninguna imagen original del santo, ni siquiera se cuenta con una descripción de su fisonomía y datos antropométricos, sin embargo, más de un centenar de obras dispersas por todo el mundo, recrean la figura de San Julián. Grabados con distintas técnicas, dibujos, lienzos, frescos, esculturas en madera, piedra, escayola, sellos, cómics, altorrelieves en mármol y escayola, rejas y forjados, elementos decorativos en puertas y mobiliario han servido de soporte para evocar su vida y milagros. A lo largo de varios artículos se comentarán algunas de estas creaciones artísticas, aquellas quizá más desconocidas, o las que, a mi modo de ver, mejor imaginan su figura.

Desde de su propia perspectiva, en general, los artistas, han intentado que el observador, más o menos familiarizado con los códigos de la iconografía religiosa, pudiera identificar a San Julián en sus obras, bien por medio de unos atributos iconográficos característicos y exclusivos, las cestillas de mimbre, a través de sus ropajes episcopales, bien incluyendo de fondo el paisaje conquense, representando sus milagros más conocidos, o plasmando las condiciones singulares de su muerte. La compañía de su criado Lesmes en muchas de estas obras, también, constituye otro rasgo singular de su iconografía.  La  temática de la obra plástica centrada en San Julián podría subdividirse en cinco grupos: San Julián revestido de pontifical, con mitra, capa pluvial, báculo, y en ocasiones una cestilla a los pies o suspendida del báculo; San Julián limosnero, ejerciendo la caridad; San Julián, artesano, o cestero, confeccionando las cestillas junto a Lesmes; San Julián presente en algún milagro; y aquellas que reflejan el tránsito de San Julián de la tierra al cielo, recibiendo la palma del martirio de manos de la Virgen María.

Como primera página de este álbum de imágenes de San Julián, se incluye hoy la realizada por uno de los genios universales de la pintura, Francisco de Goya. Se trata de un óleo sobre lienzo de 262 X107 cm encargado a finales del XVIII, por Don Pedro de Lerena, Mayordomo y secretario de Estado de Carlos III, de antepasados conquenses, y avecindado en la localidad madrileña de Valdemoro, quien decidió decorar la iglesia de esta localidad con un retablo en el que se incluirían tres lienzos, disponiendo que Goya recrease la Aparición de la Virgen a San Julián. En él se muestra al santo obispo, elevando su mirada hacia María, que viste con su tradicional túnica rojiza - símbolo del martirio - y su manto azul –símbolo de eternidad– coronada de rosas, y con un rostro totalmente idealizado que contrasta con el naturalismo del semblante del santo, elegantemente vestido, con una capa pluvial ricamente decorada en dorado. Destaca el blanco de la túnica sobre el fondo oscuro.  La composición incluye el inconfundible atributo iconográfico de la cestilla, ejecutada con la precisión de un miniaturista, además del báculo y la mitra, signos propios de los obispos, que aparecen en un segundo plano.