Hoy me apetece contar algo casi íntimo. Desde que recuerdo, mi madrina es uno de mis referentes más relevantes. Maestra vocacional, siendo yo niño trabajó en varios pueblos y muchos fines de semana solía regresar a su casa, a la de mi abuela Teresa, su madre –siempre llamé abuela, aunque no lo fuera de sangre–, a mi ciudad. Era una maravillosa vivienda, situada en la Plaza Mayor, que siempre fue para mí refugio lleno de cariño y emociones.
Una de mis costumbres era llamar cada viernes a mi abuela para preguntarle si la chacha Celia –siempre la he llamado así– venía ese finde. Si me decía que no, me quedaba chafado; el mundo se hundía a mis pies. Si era que sí, gritaba: «¡Bien! Me subo a comer ya hoy». Sin más, me plantaba allí para pasar de viernes a domingo con ellas. Compartía esos días también con sus hermanos, Maritere y Pepe, formando una pequeña familia llena de amor y complicidad. Recuerdo con especial cariño los ratos vividos en la buhardilla de la casa, llena de gatos y recuerdos familiares, donde mi imaginación volaba abrigando historias fantásticas generadas por objetos y fotografías con vida propia. Esos momentos eran pura alegría: estaba junto a una persona inteligente, capaz y generosa, que me enseñaba y me hacía sentir profundamente querido. Sin embargo, también era odiado por ello; mis hermanos siempre se quejaron de las madrinas que mis padres les habían buscado y que no se parecían a Celia ni por error.
Guardo maravillosos recuerdos de aquellos años. Especialmente aquel en el que, siendo aún niño, Celia me llevó con ella cuando fue a conocer a sus futuros suegros; quería sentirse arropada en ese momento tan importante y, aunque yo era pequeño, juntos éramos cómplices de la magia que generábamos ya por entonces. Otras veces, cuando íbamos a tomar un refresco, previamente a escondidas me daba dinero y me decía: «Toma, paga tú, que eres el hombre», haciéndome sentir, a mis 8 o 9 años, importante y parte de un mundo de película. Esos momentos sencillos, llenos de cariño y cercanía, me enseñaron mucho sobre la importancia del apoyo mutuo y la confianza. Hoy, solo puedo agradecer que Celia siempre esté tan cerca de mí, acompañándome con su presencia y su cariño. ¡Es tan especial para mí!