La localidad de Tarancón, con casi 17.000 habitantes censados, registra anualmente una media de cien fallecimientos. El cementerio municipal de Santa Marina, que data de finales del siglo XIX, se convierte cada año con motivo del Día de Todos los Santos en un multitudinario centro de reunión familiar para rendir homenaje a los seres queridos que han muerto. Un homenaje póstumo tradicional que este sábado se desarrolló en una jornada soleada de sábado festivo, lo que provocó principalmente las visitas de hijos del pueblo que viven durante el año fuera de Tarancón.
Los vecinos del municipio, de todas las edades, realizaron la visita a las tumbas, nichos y panteones de una forma más escalonada, tanto ayer como en los días previos y también se espera una afluencia notable de gente en el camposanto municipal este domingo.
Las flores, en forma de ramo y centro principalmente, aunque también en coronas, protagonizaron la emotiva jornada de tributo a los difuntos. Como manda la costumbre, centenares de personas se han ocupado en los días anteriores de la limpieza de las lápidas, algo que antiguamente no se realizaba porque eran de tierra.
«No falto a limpiar la tumba de mis seres queridos ningún año y así lo seguiré haciendo mientras pueda», comenta una de las vecinas junto a otra que señala como «acudir en el Día de Todos los Santos es tan importante para mí como acudir a la misa mañana (por este domingo) en el cementerio en el Día de los Difuntos».
Junto a la aumento de la actividad de las floristerías del municipio durante estos días, ayer también se instaló en la propia puerta principal del camposanto un puesto con multitud de flores que sacaron del apuro a más de un rezagado. «Recordamos a nuestros muertos todo el año y venimos al cementerio con frecuencia, pero no es lo mismo que hoy, que todo está más bonito lleno de flores», afirmaba este sábado otra taranconera.
Una imagen donde el colorido floral contrasta con la tristeza por la pérdida de los seres queridos y la sobriedad de la cantidad de auténticas obras escultóricas que pueden contemplarse al recorrer cada uno de los pasillos. Las características de las lápidas y su ubicación dan detalles de la evolución del camposanto, que en definitiva, es la historia de Tarancón.
El cementerio primitivo de Tarancón estuvo al lado de la Puerta del Sol de la iglesia parroquial Nuestra Señora de la Asunción hasta finales del siglo XIX. «Hay además distintas familias que tienen sus panteones dentro del propio templo, en la ermita de Riánsares o en los conventos, de los Padres Franciscanos y los Somascos, donde antiguamente también se enterraba a gente», relata el archivero municipal e investigador, Jesús Garrido.
El actual cementerio se ubicó en el terreno aledaño a una de la ermita de Santa Marina, del siglo XV, que desapareció con el ensanche del camposanto, de ahí su nombre actual. Los primeros patios llevan el nombre de Santa Joaquín y Santa Ana, San José, Santa María, Nuestra Señora de Riánsares y San Víctor y Santa Corona.
Jesús Garrido narra que, por ejemplo, los muertos del Motín de la Patata, que ocurrió en 1919, o las víctimas de la explosión del polvorín, en 1949, están en una misa zona. Los patios más recientes son los de San Julián, San Roque, los nichos en el de San Juan, que cada vez son más demandados, y el de San Isidro que engloba la ampliación que se realizó al cementerio en el año 2003.
«Existieron sepulturas de primera, segunda y tercera, según el espacio entre lápida y lápida, y sepulturas temporales, a los que no pagaban se les desenterraba y se echaban los huesos al huesario, donde yo recuerdo jugábamos de niños cogiendo calaveras en estos días», recuerda un vecino sexagenario natural del municipio.
El cementerio de Tarancón, que en los últimos meses ha sido adecentado por el Ayuntamiento con tareas de limpieza, jardinería y pintura, tiene dos monumentos a los caídos, uno de ellos es el que se retiró en los años 80 del siglo pasado de la plaza de Castilla-La Mancha. A la entrada existe un monolito en honor a los brigadistas internacionales escoceses caídos en la Batalla del Jarama. Además hay innumerables símbolos y curiosidades en infinidad de tumbas y panteones.
Los dulces típicos aderezan el recuerdo a los difuntos
La degustación de cholocate con churros en familia y con amigos en torno al Día de Todos los Santos es una de las tradiciones más arraigadas en Tarancón en las distintas reuniones, principalmente durante la jornada de este sábado, donde el recuerdo de los difuntos se convierte en protagonista en un ambiente de tristeza y de convivencia en torno a tradiciones gastronómicas que pasan de generación en generación. Los dulces más típicos de estas fechas, como los buñuelos y los huesos de santo, también aderezan las charlas intergeneracionales donde se analizan los distintos aspectos de la muerte. En Tarancón, que cuenta con tanatorio pero aún no hay crematorio, se está detectando cómo en los últimos meses el número de incineraciones ha crecido frente a épocas anteriores. Aunque alrededor de un cuarto de la población son inmigrantes todavía no existen cementerios de otras religiones, aunque son muchas voces las que apuntan que con el tiempo tendrá que acabar autorizándose.