Un siglo de la llegada de los trinitarios a Belmonte

Óscar Martínez Pérez
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Un siglo de la llegada de los trinitarios a Belmonte

La villa de Belmonte sigue manteniendo en pie algunos de los edificios civiles, religiosos y militares, que le han dado fama y renombre a lo largo de la historia (y que como 'acto notarial' para Felipe II dibujó Antonio de las Viñas en el siglo XVI). La localidad desde 1968 es un pueblo declarado Conjunto Histórico y Artístico; conserva todavía la imponente construcción en piedra que actualmente ocupa el centro de salud de la localidad al que todos los belmonteños conocen con 'los frailes', en alusión a los monjes trinitarios que vivieron en el convento. 

El convento lo mandó construir Juan Pacheco (junto con el Castillo y la Colegiata), primer Marqués de Villena, a mediados del siglo XV –contando con el beneplácito papal de Calixto III, mediante una bula fundacional–, y no es hasta 1463 cuando es ocupado por la Orden de los frailes Franciscanos, que lo habitaron hasta el año 1919, en que, por diversos factores, se marcharon a Alcázar de San Juan.

Con la desastrosa desamortización de Mendizábal en el primer tercio del siglo XIX, la edificación, tras subastarse, pasó a ser propiedad de los condes de Buenavista, que, sabiamente, devolvieron su uso y edificación a los frailes, que retomaron con fuerza su labor, siguiendo con la  escuela seráfica para los futuros frailes y la docencia y ayuda para los belmonteños.

En el año 1922 se colocó una placa conmemorativa en un muro de la casa natal de Fray Luis de León, propiedad de la entonces recientemente fallecida María del Pilar Sandoval y Melgarejo, VIII marquesa del Valdeguerrero y VI condesa de Buenavista-Cerro. Esta mujer benefactora de Belmonte y sensible sobre el patrimonio y sus paisanos legó su espíritu y su deseo en su hija, María Antonia Martínez del Peral, para traer a la orden trinitaria a Belmonte y así ocupar el convento de los Franciscanos el 11 de octubre de 1923.

Los belmonteños y las fuerzas vivas recibieron con alegría y respeto a los frailes trinitarios, que nada más instalarse en su nuevo convento comenzaron su importante labor, religiosa, docente y asistencial… Pocos años después, en 1927, fallecería el padre Domingo Iturrate, vascongado que el Papa Juan Pablo II beatificaría en 1983, y cuyas reliquias se veneran en la iglesia del Redentor de Algorta de los Religiosos Trinitarios.

Los trinitarios ocuparon el convento de San Francisco y su iglesia aledaña hasta 1973, año en que marcharon para siempre dejando abandonado el pétreo edificio de la Plaza del Pilar. Después fue usado como escuela taller hasta su actual función de centro de Salud. 

Mártires y beatos. Aunque sin duda, el acontecimiento más destacado y trágico de los cincuenta años de vida conventual y docente  que los trinitarios sufrieron en Belmonte fue lo acontecido en el verano de 1936, cuando los 17 religiosos que vivían en el convento, realizando sus actividades formativas, religiosas y docentes para niños y jóvenes del pueblo, fueron in extremis avisados de la llegada de milicias de izquierdistas radicales desde Vallecas, pudiendo escapar casi todos los trinitarios, saltando los tapiales que rodeaban el convento, y ser acogidos por familias belmonteñas que los protegerían escondiéndolos.

Varios frailes trinitarios quedaron rezagados en el convento y fueron apresados por los 'revolucionarios republicanos', que los llevaron al Ayuntamiento para ser 'interrogados' e incluso para ser arrastrados por un camión por las calles de la villa, atrocidad de la que desisten ante la posible resistencia popular. Posteriormente serán trasladados los cuatro religiosos a la cárcel del pueblo y en un viaje azaroso, lleno de acosos e intentos de fusilamientos por los pueblos que pasaban, llegaron en camión a  Cuenca, donde pasarían por la prisión y serían asesinados en las tapias del cementerio. Los trinitarios martirizados fueron el beato Luis Erdoiza, el beato Melchor Rodríguez, el beato Santiago Arriaga y el beato Juan Joya.

Acabada la contienda civil llegó a Belmonte, para hacerse cargo del convento de los trinitarios, el padre Andrés Sagarna, quien recuperó los cadáveres de los trinitarios asesinados (enterrados en una fosa común), que fueron depositados en el panteón de una familia amiga conquense, hasta que en 1953 fueron llevados a la iglesia del convento belmonteño. En 1958, el obispo de Cuenca, Inocencio Rodríguez, comenzó el largo proceso para que los trinitarios asesinados fueran reconocidos como mártires, cosa que ocurre en 2006. Un año después en El Vaticano, en una solemne ceremonia, junto a otros muchos asesinados por sus creencias católicas, serían beatificados. 

El pintor ruso que huyó del comunismo soviético y que terminó instalándose en nuestra tierra, Miguel Ourvantzof, inmortalizó en un profundo y hermoso dibujo el convento que ocupaban los trinitarios en los años cincuenta, en una serie artística de dibujos sobre la villa que le encargaron las autoridades belmonteñas y que en la actualidad decoran muchas de las casas de la villa manchega.