De las masas a la más estricta intimidad. Así se resume el cortejo fúnebre del Papa Francisco por Roma, una ciudad que ayer se unió para latir con un solo corazón en el último adiós a uno de los pontífices que más hicieron por reformar la Iglesia. Partiendo de la multitud congregada en la Plaza de San Pedro, pasando por las miles de personas que le arroparon en los lugares más emblemáticos de la capital -como el Coliseo o el monumento a Víctor Manuel II-, el féretro de Bergoglio finalizó su último viaje en Santa María La Mayor, basílica donde eligió ser enterrado mediante un acto sencillo donde solo estuvieron presentes sus familiares y el camarlengo Kevin Farrell.
Un total de unas 150.000 personas se concentraron para despedir al Santo Padre, que se sumaron a los 250.000 fieles que participaron en el funeral en la simbólica plaza del Vaticano.
La multitud se agolpó por las calles en los seis kilómetros de recorrido para ver pasar el féretro que había sido colocado en uno de los papamóviles usados durante los viajes internacionales del obispo de Roma.
La comitiva salió tras las exequias de las murallas del Vaticano a las 10,30 horas local por la Puerta del Perugino, la que da acceso a la que a lo largo de sus más de 12 años fue su residencia pontificia, la Casa Santa Marta.
Después, emprendió su ruta por la avenida Vittorio Emanuele para llegar a la Plaza de Venecia y dejar una imagen para la historia con el monumento al primer rey de Italia de fondo. Seguidamente, el cortejo recorrió la vía de los Foros Imperiales para pasar por delante del Coliseo, al que solía ir el Viernes Santo a presidir el Vía Crucis y donde le esperaba otra multitud enfervorecida que capturaba el instante con sus móviles.
Tras bordear el Anfiteatro Flavio, el vehículo puso rumbo a su destino final: la basílica de Santa María La Mayor, la misma a la que antes y después de cada viaje apostólico acudía a rezar ante su Virgen, la Salus Populi Romani, de la que era muy devoto y donde expresó que quería ser enterrado.
A las puertas del templo, un grupo de unas 40 personas -compuesto por pobres, presos, transexuales, sin techo y migrantes- esperaba el ataúd en la escalinata de acceso a la basílica y cada uno de ellos llevaba una rosa blanca en la mano.
A su entrada en Santa María La Mayor, se colocó la cabeza de Francisco en dirección a la imagen de la Virgen como señal de respeto. Como emotivo detalle, unos niños también llevaron al altar de la capilla cestas con flores blancas.
Ceremonia sencilla
Una vez que el ataúd del Santo Padre reposaba en el templo, dio lugar el entierro, presidido por el camarlengo, Kevin Farrell, mientras que a la inhumación solo asistieron familiares y su círculo más cercano, además del grupo elegido por el Pontífice.
De este modo, el rito se desarrolló según las prescripciones del Ordo Exsequiarum Romani Pontificis, dirigido por Farrell, en presencia de los indicados en la relativa Notificación de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas y sus allegados.
Sobre el féretro del Papa Francisco se imprimieron los sellos del Cardenal Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, de la Prefectura de la Casa Pontificia, de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Romano Pontífice y del Capítulo Liberiano. Posteriormente, se colocó el ataúd en el sepulcro y se roció con agua bendita, en una ceremonia privada.
Finalmente, el notario del Capítulo Liberiano redactó el acta auténtica que certificó el entierro y se leyó a los presentes, para ser firmada por Farrell, el regente de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza, el maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, Diego Ravelli, y el notario.
Lápida de mármol
Por otro lado, la tumba de Bergoglio tuvo una lápida de mármol de Liguria (norte), la tierra de sus antepasados italianos, y fue colocada entre la Capilla Paolina, donde se encuentra el icono mariano y la de la familia Sforza.
La tumba, que podrá ser visitada por los fieles desde hoy, llevó inscrita FRANCISCUS, su nombre papal, y una reproducción ampliada de su cruz pectoral en plata.
Entre una mezcla de emoción, tristeza, respeto y la sensación de vivir un momento histórico, los feligreses pudieron dar el último adiós al Santo Padre en el templo. «Fue un momento muy emocionante. Él fue un gran Papa», señaló una joven portuguesa. Un sentir que ayer compartió toda Roma.