Sangre nazarena

Lucía Álvaro
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Sangre nazarena

La tradición no es sirviente del tiempo, no entiende de pasado ni de presente, de lo que ocurrió o lo que está ocurriendo. La tradición es la voluntad de detener las manecillas del reloj, de permanecer más allá de la muerte, la tradición es eternidad. En Cuenca la tradición nazarena vive en la raíz de nuestra Semana Santa, en las fotografías viejas y las lágrimas contenidas que pasan las páginas de lo que fue para devolvernos a quien no está. Cuenca hunde su historia en la de las familias que han perpetuado el legado de la fe y la devoción, que han luchado porque la Pasión continúe en nuestros calendarios, puntual cada primavera. La familia Castillo Martínez cuenta con cuatro generaciones procesionando junto a Jesús con la Caña, una hermandad por la que sienten profunda devoción y por la que lo han dado absolutamente todo. Almudena Castillo, perteneciente a la tercera generación de esta familia cuenta cómo en su casa «durante la Guerra Civil se escondió una talla de Jesús con la Caña tapiando una habitación pequeña que había al fondo del pasillo», esa talla fue donada por la familia a la hermandad tras el conflicto porque se habían destruido multitud de imágenes. 

La familia López Garrido ha pertenecido a la Soledad de San Agustín desde el siglo XIX. Antonio cuenta cómo homenajearon el origen gremial de la hermandad creando la tradicional fragua que se enciende la madrugada de Viernes Santo para abrigar a la Madre, «a mi primo Julián se le ocurrió la idea cuando se cumplía el cincuentenario después de la guerra porque el único herrero que quedaba vivo era mi padre». Aquella danza de hierro y fuego nacida de la casualidad se institucionalizó en 2002 cuando «a mí y a mis amigos José Luis Torijano y Javier Tortajada se nos ocurrió crear el motete porque había fallecido el último herrero de la hermandad». La sangre nazarena es un vínculo sagrado, pero en ocasiones son los amigos que encontramos por el camino quienes se convierten también en un lazo esencial de los nazarenos con la Semana Santa. 

Gracia Picazo Sanchiz forma parte de la tercera generación de su familia que desfila acompañando a María Santísima de la Esperanza, al Ecce-Homo de San Gil y a Jesús Nazareno de El Salvador. Ella cuenta cómo la Semana Santa en su caso «es la familia, la sangre con la que naces, pero también es la familia que haces a lo largo de los años, que es igual de importante». De este mismo modo entienden la hermandad la familia Saiz Martínez, que lleva ocho generaciones acompañando a Jesús Nazareno del Salvador, a la Soledad de San Agustín y al Prendimiento. Carmen Saiz comenta que, para ella las hermandades son «una extensión de casa, de la familia», tanto es así que llaman «hermano» siempre a las personas con las que se encuentran que pertenecen a sus mismas cofradías. 

Sangre nazarenaSangre nazarenaTRASPASAR EL LEGADO. Sembrar es necesario para tener raíz, para que el legado continúe y la devoción en lugar de ser historia se convierta en realidad. La compleja misión de trasladar la devoción, la fe y la tradición es el reto al que se enfrentan las familias porque, como afirma Carmen, «formar parte y participar en una hermandad es un acto absolutamente religioso, pero no debemos olvidar que cuando tú desfilas y estás activamente en la hermandad lo haces con tu familia, una cosa sin la otra cojea». 

Esa manera de juntar fe y familia es con la que Antonio López ha transmitido a sus sobrinas la devoción: «En esos momentos estamos todos presentes añorando a los que están ausentes, es como si nunca hubiera fallecido nadie, es entender la familia bajo un prisma religioso». La implicación absoluta de las familias en la vida activa de las hermandades en los momentos de Cuaresma, pero también a lo largo del año, es lo que permite a tantas generaciones crear un vínculo tan fuerte y riguroso con la Pasión, así lo ha vivido Gracia comentando que los puestos de su padre como representante y capataz de varias hermandades y el de su madre como camarera le han permitido «vivir la Semana Santa desde dentro, con momentos muy íntimos en la hermandad de los que nos sentimos muy privilegiados». Vivir nuestra tradición desde, prácticamente la cuna, hace que los más pequeños sientan suya la Semana Santa y que se impliquen de un modo especial. Almudena cuenta cómo en su familia han desfilado todos juntos con los más pequeños, como su sobrina que «salió por primera vez el año pasado con apenas veinte días».

RECUERDOS. La Semana Santa vive en cada pequeña cosa que hacemos, en los preparativos, en las reuniones. En todos esos momentos que los más mayores entregan como un testigo que permanece, una cita que queda indeleble en el calendario, que, aunque no se dice siempre está ahí. Los hogares son punto de encuentro y de referencia para las familias y los amigos en la Semana de Pasión. Gracia cuenta como «sin decirlo ya sabemos todos dónde vamos a ver las procesiones, o que el Jueves Santo quedamos en La Parrala antes de salir». Antonio piensa en esos días previos «con toda la parafernalia» en los que su casa «huele a las comidas y al resoli». Carmen y Almudena narran cómo su familia se prepara toda junta, con esa imagen tan nuestra de «túnicas, capuces y cucuruchos llenando el salón». De la casa de los Saiz salen juntos, vestidos «doce o trece personas» y su mesa los Jueves Santos se llena de gente, de la familia que se tiene y de la que se elige, con sabores de los que se graban para toda una vida como «una tortilla de tres pisos que hace mi madre y un flan chino que siempre preparaba mi abuela María», comenta Carmen.

Sangre nazarenaSangre nazarenaLA TULIPA DEL CORAZÓN. Si algo se acumula en tantos años formando parte de una tradición y engrandeciendo la Semana Santa son recuerdos, aquellos que nos traen de vuelta a quienes ya no están con nosotros y que nos permiten, al menos, por un instante, acallar el grito del tiempo. Antonio recuerda cómo su sobrina Andrea que es médico les pidió pasar juntos el Domingo de Ramos antes de marcharse a ayudar como médico al hospital en plena pandemia: «Ella se cogió un apartamento e hicimos una especie de despedida todos juntos, porque no sabíamos lo que iba a pasar». Carmen perdió a su abuela María durante los años de la pandemia y recuerda la Semana Santa de 2022, cuando volvieron a salir toda la familia junta, con todos los niños. Entonces su padre, Félix, también faltaba, lo que hizo que las emociones estuvieran a flor de piel todo el desfile: «Especialmente cuando volvieron el Jesús y la Soledad hacia la calle del Agua». Almudena se emociona recordando el único año que su familia ha faltado al completo a su cita de cada Jueves Santo acompañando al Señor de la caña, poco tiempo antes de Semana Santa habían perdido a su abuelo y no tuvieron fuerzas para ponerse el hábito que tantos años él había vestido. «Recordar ver a Cristo en los arcos y no hacerlo como nazarena, a través de los ojos del capuz, aún me hace llorar», confiesa.

Sangre nazarena
Sangre nazarena
La sangre nazarena es lo que riega nuestras raíces y nos da una pertenencia, un sentido, un destino y un hogar al que volver. En Cuenca tenemos la fortuna de que siempre hay un lugar al que regresar, unos brazos abiertos que nos reciben y una familia que puede o no ser de sangre, pero que marca cada uno de los pasos que damos en la vida, que nos impulsa y nos hace permanecer, para siempre en la procesión infinita que prende sus tulipas en las estrellas cuando cae la noche en la Semana de Pasión de Cuenca.