Un simbólico hito que transformará el Peñón

Isabel Laguna (EFE)
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La desaparición de la verja de Gibraltar dibuja un nuevo horizonte en la historia del que está considerado uno de los pasos fronterizos más pequeños del mundo, con especial impacto en la población

Un simbólico hito que transformará el Peñón - Foto: María José López Europa Pre

La desaparición de la verja de Gibraltar, una de las consecuencias más visibles que tendrá el acuerdo para el encaje de la colonia tras el Brexit, marca un simbólico hito en la historia del que está considerado uno de los pasos fronterizos más pequeños del mundo.

Es toda una alegría para las poblaciones que viven a uno y otro lado de ella, los vecinos de Gibraltar y de La Línea de La Concepción (Cádiz), que desde hace décadas consideran que este límite que les separa es un termómetro que mide las tensiones políticas que han cernido sobre el Peñón.

La verja está situada en el lado más cercano a La Línea. Se colocó allí en 1909. Fue después de que durante una epidemia de fiebre amarilla, España accediera a que en ese espacio, un istmo arenoso e inundable que no fue cedido al Reino Unido en el Tratado de Utrecht de 1713, se instalaran temporalmente barracones para acoger a las personas sanas y evitar contagios.

El campamento se quedó de forma permanente y Gibraltar levantó en el extremo del itsmo más cercano a La Línea la verja, la primera estructura metálica y fija que indicaba el paso fronterizo. Hasta entonces se marcaba con instalaciones provisionales de madera fácilmente transportables, según el historiador Jesús Verdú.

La verja, un eufemismo con el que España evitó llamar «frontera» a algo que considera que está en un territorio de su soberanía, quedó allí ubicada. El itsmo acabó así dentro de la colonia del Reino Unido, que aprovechó el espacio también para construir un aeropuerto militar, que hoy tienen también uso civil.

Esta barrera no impidió que los llanitos, como se conoce a los gibraltareños, y sus vecinos gaditanos siguieran entrelazados durante décadas por intensas relaciones, incluso familiares. Por eso, el momento más duro de su historia llegó el 8 de junio de 1969, cuando Franco ordenó cerrarla a todo tipo de tránsito, después de que los ingleses dotaran de un estatuto de autonomía a la colonia. Dos años antes, sus habitantes votaron masivamente en un referéndum seguir de la mano de Londres.

En realidad, las restricciones habían ido escalando desde años antes. En 1966, por ejemplo, se impidió que las mujeres de La Línea que trabajaban en la colonia británica, unas 3.000 entonces, siguieran en sus empleos.

El cierre definitivo fue «un disparate que hizo Franco», pensando que «Gibraltar caería como una fruta madura con medidas de aislamiento», explica el que fuera alcalde de la localidad gaditana, el socialista Juan Carmona.

Numerosas familias quedaron separadas, solo podían comunicarse quedando en la verja y hablando casi a gritos, para que sus voces recorrieran los 100 metros de distancia que había entre los dos lados del paso. Así conocían, por ejemplo, a los nuevos bebés que habían nacido al otro lado.

«Lo peor de todo era estar tan cerca. La casa de mi abuela se situaba a 10 o 15 minutos caminando de la mía, y no podíamos ir. Era como un muro de Berlín en el sur de Europa», relató en alguna ocasión el periodista gibraltareño Francisco Oliva, autor de un libro que rememora aquella época.

La verja estuvo así 13 años, hasta que el primer Consejo de Ministros del primer Gobierno de Felipe González aprobó la apertura a los peatones. En ese tiempo, Gibraltar no cayó como pensó Franco. Al contrario, «se echó en brazos del Reino Unido, que se convirtió en su protector» y empezó a desligarse de la cultura y el idioma español hasta el punto de que hoy las nuevas generaciones apenas hablan el idioma de sus vecinos.

Durante aquel cierre, La Línea perdió la mitad de su población por la falta de trabajo. Unas 5.000  familias se marcharon, muchas de ellas a Londres.

El 15 de diciembre de 1982, la verja de Gibraltar puso fin a los 13 años más tristes de su historia. A medianoche de aquel 14 de diciembre, cientos de vecinos de ambas localidades acudieron a a este paso fronterizo.

Era tal la expectación que incluso los agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional discutieron tanto tiempo por ver quién sacaba las llaves de la verja, que en esa etapa solo se había abierto ocasionalmente para permitir el paso de los bomberos, coches fúnebres o algún enfermo, que corrió el rumor de que éstas se habían perdido.

Trabajadores españoles

Más allá del impacto que esta medida tiene en las familias de la zona, la apertura del paso fronterizo es motivo de alegría también a nivel laboral. Así lo manifiesta el portavoz de la Asociación Sociocultural de Trabajadores Españoles en Gibraltar (Asteg), Juan José Uceda. «Estamos muy satisfechos. Teníamos ya las esperanzas perdidas de tanto esperar», reconoce Uceda.

Están contentos porque, para empezar, explica, se confirma que desaparecerá la verja, que cada día atraviesan unos 15.000 empleados transfronterizos, de los cuales cerca de 10.000 son españoles, para llegar a sus puestos. «Ese era el principal obstáculo para todos los trabajadores», mantiene.