El trabajo silente de la Semana Santa

Lucía Álvaro
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El trabajo silente de la Semana Santa

De entre todas las virtudes humanas la generosidad es posiblemente la más valiosa, rara e incomprendida. No sabemos si es innata o si se adquiere, pero lo que sí podemos asegurar es que todo aquello que mana de la generosidad es, por definición, extraordinario. Muchos de nosotros entendemos la Semana Santa como un acto de fe, de devoción y penitencia; un momento para conectar con lo bueno que tenemos y pedir perdón por lo que debemos mejorar, pero hay personas para las que la Pasión es algo más… Una ofrenda de tiempo, sacrificio y esfuerzo que se entrega libremente, sin ataduras en el que quizá sea uno de los actos de amor cofrades más bonitos que alcanzaremos a contemplar. 

Silvia Muñoz, secretaria de La Exaltación, con una larga experiencia en la directiva, comenta que «la Semana Santa es mucho más de lo que hay durante la Cuaresma o el desfile», en su hermandad entienden que las cofradías pueden ofrecer actividades a lo largo del año para ser una parte de la vida de los nazarenos y hacer que se impliquen. Para ella, «si quieres y tienes tiempo siempre hay cosas por hacer o proyectos que vale la pena lanzar». 

Pedro Paños es depositario de la Virgen de la Amargura y San Juan Apóstol, y coincide con Muñoz cuando afirma que «el directivo de una hermandad, tenga el cargo que tenga, tiene que estar ahí los 365 días del año», pero asegura que para él «no es un trabajo, el poder contribuir de una manera tan activa a la hermandad, es un honor que hacemos con todo el amor del mundo». Al igual que ellos, mano a mano, pero en un puesto aún menos visible, existen camareras y vestidores que permiten que todas esas oraciones y plegarias pronunciadas en silencio cuando acudimos ante nuestra imagen se produzcan con aún más devoción, que las tallas nos reciban con un esplendor imponente y el brillo de sus ojos esté siempre presente en una capilla que se siente hogar. 

El trabajo silente de la Semana SantaEl trabajo silente de la Semana SantaEn una soledad sostenida en alfileres, Encarna Sanchiz encuentra su mirada con la de Jesús Nazareno de El Salvador y la Verónica, pasos de los que lleva siendo toda una vida camarera. Para ella no hay sacrificio ni tiempo cuando está a solas con «su moreno», tal y como llama ella a Jesús de las Seis. Confiesa que «la mirada de Cristo tiene algo especial, sostiene todos los dolores del mundo y, en muchas ocasiones, los propios». Angustias Recuenco es el alma máter de la hermandad de San Juan Bautista, su trabajo es la tulipa que mantiene la fe encendida todo el año, un trabajo que va mucho más allá de mantener en perfecto estado la imagen y la capilla y que comprende también «coser bajos de las capas, lavarlas y plancharlas junto a los terciopelos y sabanillas, recoger y limpiar los enseres…». 

Las manos de Angustias son las que hilvanan todos esos pequeños detalles que pasan por imperceptibles cuando están bien hechos, detalles que pocas personas tienen en cuenta a la hora de preparar un desfile, pero sin los cuales nuestras procesiones no lucirían tan espléndidas y cuidadas como lo hacen. Paula Orozco, florista de Viveros la Mezquita, es la responsable del adorno floral que portan la Virgen de la Amargura con San Juan, las Angustias y el Descendimiento. Su trabajo se centra en las semanas previas al desfile, pero «se vive con muchísima intensidad». Orozco asegura que, cada año vive «la Semana Santa con más autoexigencia» porque para ella supone «un placer y una responsabilidad» participar de este modo en la Pasión. 

Los nervios de Paula se materializan cuando está viendo la procesión en puntos como la Puerta de Valencia, cuando está a rebosar de gente, porque para ella «verte rodeada de gente de Cuenca y de fuera y que estén hablando de tu trabajo es un auténtico orgullo».

El trabajo silente de la Semana SantaEl trabajo silente de la Semana Santa - Foto: AGENCIA ROBAYNAAGRADECIMIENTO. Esopo hablaba de las almas nobles; el escritor griego afirmaba que la señal más clara para reconocerlas era la gratitud que mostraban y cómo esa misma gratitud hacía cualquier acto suficiente. Reconocer el valor del tiempo y el trabajo que tantas personas aportan a la sombra de las hermandades es esencial para la supervivencia de nuestras tradiciones. Encarna, Angustias, Silvia, Pedro y Paula coinciden en que, si algo les hace continuar, querer mejorar cada año y dar lo mejor de sí mismos en cada proyecto que realizan para la Semana Santa, son las palabras de aliento. Una especie de bálsamo que sana las heridas del esfuerzo y, en algunas ocasiones, de las palabras hirientes. 

«El día de la procesión es el momento más álgido, en el que se ve el trabajo de todo el año y la gente tiene los sentimientos a flor de piel... ahí es cuando más nos felicitan, pero es especial cuando te ven un día cualquiera por la calle y te paran para agradecerte lo que haces y ofrecerte su ayuda, ahí es cuando se construye la pequeña familia que son las hermandades», asegura Silvia. 

Pedro y su mujer se ponen la túnica celeste casi al momento que San Juan y la Virgen de la Amargura salen por las puertas de El Salvador. El depositario asegura cómo se le saltan las lágrimas después de asegurarse que todo está perfecto hasta el último momento y ver cómo, al final, todo ese tiempo invertido se materializa al ver la procesión desfilando y a los hermanos llenando las calles de Cuenca. 

El trabajo silente de la Semana SantaEl trabajo silente de la Semana SantaAngustias asegura que ella respira en el momento en el que todo está listo para desfilar y San Juan Bautista está en las borriquetas, listo para procesionar. Hasta ese momento, «cuando te ven por la calle, especialmente los más pequeños, te llaman por tu nombre y te vienen a hablar de cómo está la imagen es lo que hace que ese trabajo que haces por amor a la imagen lo valga todo», asegura la camarera del Bautista. 

Encarna comenta cómo contemplar a su hija Gracia subida en las andas cuando montan el paso para hacer los últimos ajustes a las imágenes es un momento muy especial, «el instante en que Jesús sale a la placeta de El Salvador a las seis de la mañana y avanza, como un tanque, con los banceros llevándolo con esa cosa… con ese fervor cuando el Gólgota se hace Cuenca, lo vale todo», recalca Sanchiz. 

Paula pasa casi tres horas sobre una escalera montando las flores a los pasos que adorna, con un leve apoyo en las andas. Esa labor que hace «como una especie de penitencia particular como nazarena» se siente recompensada cuando, tras el desfile, las hermandades se acuerdan de ella y le felicitan «porque todo ha ido perfecto».

RELEVO. Cuando el ocaso de una vida activa en el seno de la hermandad llega, la implicación de quienes se tienen que marchar, sus años de esfuerzo y dedicación, nacen y mueren con un único fin: que haya un futuro, un mañana, una próxima primavera inundada por toques de horquilla y una acuarela de túnicas pintando sus reflejos en las aguas nazarenas del Júcar y del Húecar. El trabajo por las hermandades es el futuro de lo que seremos y, la gran tarea de quienes ostentan algún cargo, gente que, como Pedro y Silvia «se han ocupado de transmitir todo lo que saben a las futuras generaciones» y les han «incluido junto a ellos para trabajar juntos y cederles el testigo». 

El trabajo silente de la Semana Santa
El trabajo silente de la Semana Santa
Las asociaciones que realiza la sociedad con un mismo fin tienen la poderosa virtud de reunir las artes, virtudes y propósitos de muchas almas, pero los grandes fines como las grandes obras necesitan muchas vidas para completarse, si es que alguna vez pueden hacerlo. Por ello, no hay mayor muestra de amor a la entrega y corazón de quienes dan su tiempo por la Semana Santa que demostrarles que aquello por lo que lucharon permanecerá y que, al final de los tiempos, nuestra Pasión ha sido, es y será una labor titánica que nos incumbe a todos, a los que estamos, los que murieron y los que están por nacer.