La procesión infinita

Lucía Álvaro
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La procesión infinita

La muerte es el inicio de la inmortalidad, el momento en que nos acercamos a Dios de manera definitiva, para descansar en sus brazos y olvidar así todo el dolor que alberga el mundo. Es sin embargo curioso como el paso a la vida eterna tiene una antesala tan cruel, y cómo un sepulcro puede albergar dos corazones, porque, en ocasiones, una parte de nosotros muere con la persona a la que perdemos. Si la muerte tiene algún sentido para los que continuamos el camino es quizá recordarnos el valor de la vida, celebrar a quienes fueron y lo que hicieron con el tiempo que se les concedió en este mundo. En ese proceso tan íntimo de duelo las hermandades son un bálsamo que alivia y mece el alma a toque nazareno.

Cuando perdemos a alguien, encontrar aliento en esa familia que viste el mismo hábito es uno de los mayores consuelos que puede experimentar un cofrade. Las hermandades son parte esencial de la vida y, por tanto, también lo son de la muerte. Por ello han desarrollado cada vez más una sensibilidad especial con estos momentos tan difíciles y realizan ciertos gestos que acompañan a la familia y amigos de aquellos que parten y honran la memoria de los fallecidos. 

Las lágrimas de la pasión florecen rojas en los pétalos de las rosas que acompañan al Santísimo Cristo de la Vera Cruz en procesión. Una de las flores a los pies del crucificado es la promesa del recuerdo anclado a la madera del banzo en el que perdurará el nombre, el recuerdo y el espíritu de los que fueron llamados a contemplar la luz del rostro de Cristo. Bajo las andas una rosa por cada difunto que se le da a su familia cuando concluye el desfile. Juan Luis Cueva, secretario de esta venerable hermandad cuenta «lo emocionante que es cuando son los familiares de algunos de los difuntos los que antes de salir colocan esa rosa a los pies del Cristo». Para el secretario de la Vera Cruz, «este tipo de gestos son un consuelo enorme y nos sirve para recordar a los que ya no están». 

La procesión infinitaLa procesión infinita - Foto: ADRIAN GARCIA VERGAZEn María Santísima de la Esperanza la luz del caminar penitente nunca se apaga y son los cirios de la Madre los que guían sus pasos hacia el cielo. Cada año la hermandad incluye en las velas votivas que porta la Virgen durante la procesión los nombres de los hermanos difuntos en ese año que se les entregan en el mes de diciembre durante la misa de difuntos. La cofradía ha optado por generar un sentimiento de intimidad absoluto, de devoción y en profundo contacto con la religiosidad y la fe haciendo que antes del encendido de las velas y, con las puertas de San Andrés cerradas, sea uno de los hermanos mayores del año en curso quien pronuncie una oración de su propia pluma o de la de otra persona que, casi siempre, hace mención a los que ya no están. 

Desiderio Gabaldón, secretario de la cofradía, comenta como «cuando alguien fallece, quienes conocen a fondo la hermandad, traen en su recuerdo aquellos acontecimientos o la participación del hermano o hermana fallecidos. Si se ha tratado de alguien que ha participado o ha sido notorio, pues enseguida saltan las anécdotas y sobre todo las aportaciones y ejemplos en beneficio de la hermandad. En el fondo se trata de recordar las virtudes y lo que hizo porque nuestra hermandad creciera». Ese recuerdo a las virtudes y a lo que han hecho algunos devotos de la Esperanza es algo que la hermandad tiene profundamente presente cuando cada año a los pies de la Virgen tienen un macizo de flores que se le guarda al fundador de la hermandad, José María de Diego, y es la propia directiva quien lo traslada al cementerio y celebra un responsorio en su memoria.

Devoción fraternal. En la Semana Santa y, particularmente en las hermandades, la familia es un concepto que toma otro significado, que se amplía y crea vínculos que, aunque no son de sangre, son igualmente profundos y marcados por el amor y la devoción fraternal. Son muchos los nazarenos que continúan su caminar junto al altísimo y que nos han hecho vivir momentos únicos al abrigo de su recuerdo, tulipa en mano. 

La procesión infinitaLa procesión infinitaIrene García, secretaria del Prendimiento, recuerda cuando falleció Carlos San Julián «y el Judas salió en dirección contraria, la gente pensaba que nos habíamos equivocado, pero lo hicimos así porque allí estaba su familia, en la zona de la antigua parada de los taxis. Él era bancero y aquel año no hubo nadie debajo del paso que no llorara».

Javier Caruda, secretario del Resucitado, no tiene un recuerdo con nombre propio de un solo difunto en procesión porque en su hermandad han procurado que cada desfile sea especial y que sus nombres queden grabados. Comenta como «en los pasos, enganchados en las gualdrapas, hay tantos crespones negros como hermanos fallecidos ese año», para que desfilen una última vez con Cristo y la Virgen del Amparo. Además, le entregan una medalla a la familia de los fallecidos para que su vida como nazarenos quede como una herencia familiar que pase de mano en mano y que ese pequeño detalle sea la representación física de que les acompañan en el caminar devoto. 

En ocasiones existen pérdidas brutales e injustas que nos dejan con el corazón en un puño. Eduardo Nieto, secretario de San Juan Bautista, rememora cómo hace dos años una mujer murió asesinada en Nohales. «La familia de aquella mujer son hermanos del Bautista y están muy implicados en la vida de la hermandad, por ello, aunque ella no era hermana, quisimos tener un detalle con ellos. En el cetro del presidente del Colegio de Veterinarios había dos rosas blancas que se les dieron a sus hijos cuando se volvió el paso». 

Gloria Fernández fue camarera de la Soledad de San Agustín durante 25 años, falleció en 2018 y se marchó como vino a este mundo, con la túnica morada prendida en el corazón. Guadalupe Fernández, su hermana cuenta como «me quedé sin palabras en el momento en el que me volvieron la Virgen en Diputación, donde siempre nos poníamos a verla desfilar», aquella madrugada de Viernes Santo Guadalupe encontró a su hermana en los ojos de la Madre de la Soledad. En ocasiones la procesión infinita es la que se queda grabada a fuego antes de que uno parta con los gestos que marcan la diferencia. 

Carlos Redondo habla de la importancia de «estar pendientes de los demás cuando lo están pasando mal, porque para eso están las hermandades». Él recuerda cómo el año pasado vio «a la madre de un bancero que sabe que está peleando contra el cáncer y lo está pasando muy mal», Carlos pidió a los capataces parar los pasos donde ella estaba viendo la procesión y reconoce que «esos pequeños gestos que no cuestan nada son los que dan aliento en los peores momentos».

La muerte es el inicio de la inmortalidad, el comienzo de un camino en una procesión infinita en el cielo que nos eleva hacia la eternidad. Son los que quedan acompañando la Semana Santa tras una partida los que necesitan el apoyo de sus hermanos y son las cofradías la familia que cuidará de quienes quedan esperando reunirse con aquellos que ya no están. En ese desfile del más allá no hay frío porque es la túnica de su alma la que les abriga, no hay oscuridad porque la tulipa de su corazón les ilumina y jamás se escucha el silencio porque se escucha la melodía de una marcha infinita cuyos acordes nos recuerdan que la muerte no es el final.