Alumbramiento y muerte súbita del edificio de la Normal

Pilar García Salmerón
-

Alumbramiento y muerte súbita del edificio de la Normal

Hasta hace pocos años la Historia de la Educación ha gozado de escasa atención por parte de los investigadores, aunque sea un campo que complementa y explica las etapas del pasado, especialmente del más reciente. Por ello, quizá resulte interesante detenerse en algunos episodios, en apariencia intrascendentes, y que sin embargo han conformado el devenir de Cuenca. Por ejemplo, la construcción de la Escuela de Magisterio, el tercer edificio educativo de titularidad pública levantado en la ciudad, y en el que tantos jóvenes han aprendido a ser maestros para después enseñar por toda la geografía española.

Hasta bien entrado el siglo XIX la formación de los maestros no encontró acomodo dentro del sistema educativo español, poco interesado en la calidad de la enseñanza elemental, en manos de los ayuntamientos, que se limitaban a contratar a personas más o menos idóneas para enseñar a leer y escribir a sus vecinos más pequeños.  Hasta 1839 no se crearían las Escuelas Normales, con la finalidad de formar a los maestros. A lo largo de su historia experimentarían diversas remodelaciones hasta conseguir una configuración propia y autónoma en 1914, fecha en la que se implantó un nuevo plan de estudios, que estaría vigente hasta 1931. La vida de las Normales, en lo que a su ubicación e instalaciones se refiere, estuvo marcada por la precariedad. Viejas casonas y conventos desamortizados fueron la sede habitual de estos centros. Inmuebles destartalados e inapropiados en los que frecuentemente se realizaban las reformas más perentorias para conseguir o aparentar que el edificio reunía las condiciones mínimas, que le permitían servir de marco a la formación del magisterio. 

Además, hasta 1931, la enseñanza normalista estuvo diferenciada por sexos, una Normal Femenina y otra Masculina, ambas con sus aulas graduadas propias, lo que exigía contar con varios edificios. Desde 1914 se dispuso que las aulas de las Escuelas Graduadas Anejas a las Normales, en las que los estudiantes de magisterio realizarían sus prácticas docentes, se instalaran en el mismo edificio que la propia Normal. Adecuar la realidad a la normativa suponía casi una misión imposible. Los viejos edificios, o no contaban con la superficie suficiente o exigían un gran desembolso económico para ajustar su estructura y distribución a lo prescrito por la ley. Ante esas circunstancias, el Ministerio de Instrucción Pública podía tomar dos posturas: una, hacer la vista gorda en el caso de que la normativa no se cumpliese, o bien emprender un camino lento y costoso, que pasaba por la construcción de edificios ad hoc en los que asentar tanto las Normales como sus Escuelas Graduadas. Durante años, coexistieron las dos situaciones. Frecuentemente, las aulas de las Graduadas Anejas se hallaban cobijadas en inmuebles alejados de las Normales, incluso, se dieron casos extremos como el de la Normal Femenina de Cuenca que, hasta 1931 no contó con una Escuela Graduada Aneja. Hasta la década de los años veinte no se iniciaría la construcción por el Estado de edificios de nueva planta para estas instituciones. 

Tanto las corrientes pedagógicas como la sociedad demandaban la implantación del sistema graduado de enseñanza, organizando las aulas por niveles de instrucción y edad. Para ello, resultaba imprescindible que los futuros maestros experimentasen dentro de su aprendizaje este modelo organizativo, y esto no podría llevarse a cabo sin la construcción de edificios de suficiente capacidad para que en ellos cohabitaran las aulas de ambos niveles de enseñanza.  Esto exigía que junto a los espacios de formación de los docentes se ubicaran unas escuelas anejas, con seis clases graduadas, conforme a seis niveles de instrucción, adaptadas plenamente a los seis años de permanencia del niño en la escuela.

Los proyectos de las nuevas Normales serían redactados por arquitectos de la Oficina Técnica para Construcción de Escuelas. No se contaba ni con modelos predefinidos ni tampoco con una normativa específica sobre la cuestión. Como novedades significativas señalar la decisión de instalar en los nuevos centros las Secciones Administrativas de Primera Enseñanza, así como las dependencias de la Inspección Educativa y Médico-escolar.  En un primer momento el Estado se erigió en promotor exclusivo del alzado de los nuevos edificios y asumió íntegramente los costes de construcción. Después, requirió la participación de ayuntamientos y diputaciones, con la intención de que contribuyeran con un 25%, de forma alícuota, al pago de las obras. 

En1924 se aprobó la construcción de un edificio para las Normales de Maestros y Maestras y sus Escuelas Graduadas en Granada. Un inmueble enorme, cuasi monumental, cuyo presupuesto sobrepasaba los dos millones de pesetas. Dos años más tarde, se daría luz verde a la construcción de las Normales de Valladolid con sus Graduadas, con un coste aproximado de un millón de pesetas. Ambos edificios fueron sufragados íntegramente por el Estado. Después, en 1928, se daría curso al proyecto de Burgos, y al año siguiente, a la Normal de Maestras de Toledo, la Normal de Maestros de León, y al edificio de la Normal de Maestros y Maestras de Huesca. Las grandes dimensiones, así como su estilo arquitectónico   imprimieron a estos inmuebles cierto aspecto monumental, con el que quizá quisiera borrarse la desidia anterior. Su emersión en el paisaje urbano, representó un acontecimiento relevante, quizá difícil de valorar en la actualidad.

Otros seis edificios comenzarían a levantarse durante la etapa republicana con vocación de constituirse en sede de Escuelas Normales.  Los pioneros, en Cáceres y Cuenca, cuyos proyectos, redactados por el mismo arquitecto, serían aprobados en 1932. Ambos edificios, gemelos en su aspecto exterior, distribución y presupuesto fueron los primeros centros que se construyeron tras del decreto de unificación de las Normales Femenina y Masculina, aprobado tras el advenimiento republicano.  Esta circunstancia determinó se redujera la superficie construida, al no tener que duplicarse algunas de sus dependencias, si bien en la planificación de las escuelas anejas se continuaría respetando la neta separación de sexos e independencia entre las aulas de las dos graduadas. 

En 1933 se decidió construir nuevas Normales en Zamora, Ávila, y Tarragona, y en el año 1934 se aprobó la construcción de la de Teruel. En junio de 1936, se dio luz verde al proyecto de la Normal de La Coruña, aunque dada la fecha, no se comenzarían las obras. 

Ninguno de los edificios planificados durante la etapa republicana conseguiría abrir sus puertas antes del comienzo de la contienda, ya que no se había finalizado su construcción. Sólo los de Cáceres y Cuenca remataron sus obras antes de iniciarse la Guerra. Sin embargo, la falta de liquidez de los ayuntamientos para asumir sus compromisos, problemas asociados a la urbanización de terrenos colindantes o la demora en la adquisición del mobiliario, impidieron su apertura. 

Tras este preámbulo tan detallado, y en un próximo artículo, se detallarán los avatares del alumbramiento, vida y muerte del edificio de la Normal conquense.