Siento no poder emular a Don Modesto

Fernando Fernández Román
-

Siento no poder emular a Don Modesto

Madrid, 30 de mayo de 2025.- Decimonovena de feria. Ganadería: Fuente Ymbro y El Freixo: Novillos de dispareja presentación, chicos primero y segundo, más cuajados lo restantes. De los de Fuente Ymbro destacó el quinto, bravo y encastado, de los de El Freixo, el primero, bravo y noble. Toreros: Marco Pérez, en solitario (tres pinchazos y estocada desprendida, silencio; dos pinchazos y estocada, silencio; pinchazo y estocada pasada; estocada, división de opiniones; pinchazo, media y dos descabellos, aviso y vuelta con protestas; estocada y dos descabellos, aplausos). Subalternos: Rafael González, espléndido en la brega, y con las banderillas, Iván García. Entrada: Casi lleno. Incidencias: tarde calurosa en extremo, sin viento.

Esto de los gestos de los novilleros en Madrid, toreando en solitario seis novillos, no por ya acontecidos en otros tiempos dejan de ser una excepcionalidad; pero sí considero importante consignar que, en todos ellos, desde El Macareno a El Juli, pasando por El Niño de la Taurina y César Jiménez, se infiere un cierto halo hagiográfico que no siempre ha cumplido las expectativas. Ya en 1912, cuando Joselito el Gallo (Gallito Chico, en los carteles) se anunció para debutar en Madrid con una novillada del duque de Tovar, elegida "a modo" y rechazada por el novel torero por considerarla chica, la mayoría de la prensa aseguró que había pedido matar la corrida de toros de Eduardo Olea que estaba en los corrales de la Plaza; pero otras fuentes aseguran que en realidad fueron cinco novillos de Olea y otro de Santa Coloma, de mejor presencia, los lidiados por el entonces ya famoso torero adolescente –diecisiete años, recién cumplidos--, en un festejo triunfal que hiciera exclamar a don Modesto, el célebre crítico de El Liberal: " ¡Este, éste!...¡Señores, qué Gallito! Y acertó.

Nadie piense que los hechos precitados tengan comparanza, siquiera tangencial, con el festejo taurino que acaba de celebrarse en Las Ventas, protagonizado por el novillero Marco Pérez. Las circunstancias son otras, la tauromaquia es bien distinta y el público y la crítica taurina, también; así que vamos al lío cuanto antes, es decir, a tratar de contar, ilustrar y discernir lo acontecido en la Monumental de Madrid en la decimonovena entrega del serial que compone la feria de San Isidro.

Para empezar, en seguida se dejaron ver dos banderías: por un lado la exigencia extrema y por otro la tolerancia comprensiva. Éste Marco Pérez barbilampiño también tiene 17 años, pero, desde luego, la edad no debe ser motivo de indulgencia plenaria para nada ni nadie. Si un torero quiere hacer un alarde de riesgo extremo, apoyándose en su alfeñicada figura para limar asperezas e implorar indulgencias, están muy equivocados quienes así planean la carrera de un alevín que tienen todas las condiciones para ser, por lo menos, un torero importante. Ahora bien, venir a Madrid a tirar una moneda al aire tiene una carga de responsabilidad para el principal protagonista que puede resultar duro de asumir.

Imagino a los preparadores (coach, dicen ahora) yendo al campo desde hace meses para elegir lo mejorcito de las camadas de El Juli y Ricardo Gallardo hasta completar seis ejemplares pintiparados y dos sobreros con todas las garantías de que colaboraran en un triunfo de clamor en Las Ventas, con Puerta Grande incluida. Imagino al jovencísimo torero en las duermevelas de estos últimos dos meses, estudiando lances de capa, quites, adornos, toreo de muleta de pie y de rodillas, estocadas hasta la bola, vueltas al ruedo clamorosas, y bouquets de todo tipo. Todos tienen mi respeto y mi comprensión. Soñar no cuesta nada.

Ocurre, sin embargo, que luego sale el toro y le destapan a uno el embozo de las sábanas. El uno, en este caso fue Marco Pérez, un mocito que, insisto, tiene un caudal de conocimientos, valor y decisión más que encomiables. Además, cuando los primeros novillos fueron protestados, con razón, por una parte del público por su falta del trapío mínimo para esta Plaza, las cosas empezaron a torcerse. Y mira que el muchacho tuvo momentos felices que prendieron cierta incandescencia en los graderíos; pero si por un casual la espada falla –y falló en los primeros toros más de la cuenta--, las tardes de toros de esta índole comienzan a entristecerse y, sobre todo a prender las urgencias, viendo cómo las manecillas del reloj avanzan apresuradamente. El silencio a la muerte de los tres primeros toros fue como una losa difícil de levantar para Marco, que había hecho un esfuerzo enorme para justificar la expectación despertada. Por eso se fue, por primera vez, a la puerta de chiqueros, para saludar al novillo tercero a porta gayola, como si quisiera, a fuerza de huevos, poner los tendidos a revientacalderas. Salió de la suerte con buena suerte y toreó después por tapatías, para seguir con el "quite de oro", del mexicano Pepe Ortíz, dando la impresión que estaba siguiendo un guion preestablecido. Siguió pegando pases de muleta a un novillo que iba perdiendo recorrido en sus viajes, mientras una buena parte de la gente mostraba su deseo de que el chiquillo triunfara y la otra parte mostraba sus reticencias al respecto.

Por eso, en un arranque de amor propio, volvió de nuevo Marco Pérez a la puerta del toril, para recibir al penúltimo novillo de la corrida. Sentía en sus pulsaciones que se le iba la tarde por el desagüe del desasosiego. El de Fuente Ymbro, silleto, largo, engallado, a pesar de ser utrero llevaba a cuestas sus 538 kilos y parecía un toro con toda la barba. Lo que en el argot del gremio taurino se llama un "tío". También como un "tío" se enfrentó al bicho Marco Pérez y fue entonces cuando la Plaza de Las Ventas se conmocionó con las series de pases en redondos y naturales de largo trazo que dibujó el muchacho, transfigurado como estaba ante la cara de un toro de respeto. El torero crecía en arrogancia, y el toro en ponerle precio al terreno abrasivo en el que era toreado, hasta que, en dos ocasiones voló el cuerpo de Marco por los aires, con la misma liviandad que vuela una cometa por encima de las olas que invaden la playa. Dos volteretones impresionantes que hicieron enmudecer a buena parte de los tendidos. De los dos percances salió maltrecho, adolorido y medio noqueado el torero, a quien su delgadísima geografía corporal debió ser un bocado mollar para los pitones del bruto. Desmadejado, pero también crecido al castigo, Marco Pérez se fue tras la espada, pero… otra vez pinchó antes de la media estocada mortal y recibió un aviso. Fue entonces cuando, a mi juicio, decidió, a instancias del peonaje, dar la vuelta al ruedo. Error. Los ceñudos centinelas que velan por la categoría de esta Plaza, aprovecharon para hacer expresiva y tonante su protesta. Una ovación cerrada desde el tercio hubiera sido más consensuada y más rentable.

La última porta-gayola llegó en el sexto. Tres porta-gayolas seguidas en una dosis que no hay cuerpo que lo resista. Se la tragó el novillo de El Freixo, pero después hizo valer su carácter agresivo y rebrincado, aunque mostró cierta nobleza por el pitón izquierdo. Los aplausos ganaron a los silencios despectivos y con ambos a cuestas se le fue la tarde a un alevín de indudable valía. ¿Fracasó? Yo no diría tanto. Más bien no respondió a las expectativas despertadas, porque la Plaza casi se llenó para verle, y eso es un dato muy cotizable a su favor. Siento no poder emular a Don Modesto y decir "¡Éste!, ¡Éste!". Lo siento mucho, de verdad. Quedo a la espera de nuevos acontecimientos.