La vida no es igual

Pilar Cernuda
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Feijóo pasa a la acción y, tras aguantar mucho tiempo los ataques personales desde el PSOE, da un paso que nadie había previsto al acusar a Sánchez de haberse beneficiado de las saunas

La vida no es igual - Foto: Violeta Santos Moura (Reuters)

El miércoles 9 de julio, en torno a las 10 de la mañana, la vida política española dejó de ser igual. El presidente del Gobierno iniciaba un debate en el Congreso sobre la corrupción en su partido, con un brutal ataque a su adversario, para tapar así sus vergüenzas; pero el oponente se subía a la tribuna de oradores con una nueva fórmula de afrontar su trabajo de líder de la oposición: se acabó el pastel, se acabó la juerga, se acabó cumplir con el comportamiento aprendido en casa desde que era un niño, la contención. Alberto Núñez Feijóo actuó de otra manera: si te arrean, arrea. Sin contemplaciones. 

Conociendo a Feijóo seguro que le costó dar el paso, es hombre moderado y, por serlo, ha aguantado lo que no está en los escritos. Pero dos días antes de esa contienda parlamentaria, había encontrado fuerza en el Congreso de su formación, cuando fue reelegido con mayoría abrumadora. No solo en votos -modelo búlgaro- sino con un apoyo sincero, incondicional, de los delegados y asistentes. Con una fotografía que dice mucho del empeño del PP de apostar por él: la que protagonizaron, juntos, Aznar y Rajoy, que han tenido épocas de distanciamiento, y que pronunciaron sendos discursos en los que plantearon un escenario con un partido perfectamente preparado para gobernar. Lo que aprovechó el gallego para anunciar su posición de descartar cualquier tipo de Gobierno conjunto con Vox en el caso de que pudiera hacerse con la Presidencia. Decisión que se convirtió en el titular que salió del Congreso.

Tras el cónclave del PP, el cambio de rumbo se visualizó el miércoles 9 cuando se celebró el pleno que promovió Pedro Sánchez cuando, a petición propia, solicitó informar a la Cámara sobre los graves casos de presunta corrupción de su partido.

Tuvo mala suerte porque sucedió lo más indeseado: a las pocas horas de nombrar a su nuevo Comité de Organización, justo cuando iba a iniciarse el acto para ratificarlo, saltó la noticia de que la principal pieza, Paco Salazar, uno de los hombres de mayor confianza de Sánchez, que trabajaba con él en Moncloa, había sido obligado a dimitir al tener noticia de que pesaban sobre él sospechas de acoso sexual y trato inadecuado a varias mujeres del PSOE. 

El Comité Federal se inició con mal fario, con un líder con la cara desencajada, incomodidad generalizada, un centenar de sanchistas en la calle congregados para abuchear a Emiliano García Page y la sensación, confesada por varios asistentes, de que se iniciaba el final de una época. Con dudas de que el madrileño decidiera tirar la toalla en las horas siguientes, y el foco puesto en la comparecencia del presidente en el Congreso para informar sobre los casos de corrupción de su grupo político.

A pesar de los rumores de que de nuevo se planteaba una posible dimisión, Pedro Sánchez inició su discurso advirtiendo que no pensaba tirar la toalla.

Determinación

El jefe de los populares fue demoledor con su total determinación en el debate parlamentario, pero ni Sánchez ni sus socios se inmutaron. Eso sí, tampoco le ofrecieron su apoyo incondicional, lo que probablemente el socialista apuntó en su cabeza. Absolutamente contrario a su respaldo solo se manifestó Podemos. Yolanda Díaz, en nombre de Sumar, que en las últimas semanas había mostrado algunos síntomas de distanciamiento porque no acababan de aprobarse sus propuestas como ministra de Trabajo, mostró su lealtad; pero los independentistas catalanes y también Compromís anunciaron apoyo, pero condicionado. Solo el BNG y Bildu le respaldaron sin fisuras. 

Posteriormente, algunos de los socios comentaban, sin complejos, que el amparo condicionado era la posición más inteligente: no sabían cuánto tiempo podría mantenerse Sánchez en el Gobierno, y había que aprovechar su tiempo de permanencia en el poder para conseguir lo que todavía no habían logrado del siempre generoso inquilino de la Moncloa, que lleva siete años en el poder gracias a los apoyos parlamentarios de aquellos a los que tanto ha dado. 

No hace falta enumerar las muchas dádivas porque son muy conocidas. Varios dirigentes regionales del PSOE, que saben que los independentistas catalanes aprietan para que se les conceda lo más rápido posible el control del IRPF, han advertido que no aceptarán de buen grado esa decisión. La cesión significa un castigo de los votantes que hará imposible que puedan lograr un buen resultado en las elecciones autonómicas y municipales.

En ese escenario tan complicado para Sánchez, tan plagado de pésimas noticias, tan inquietante, tan difícil de manejar porque ni el propio presidente sabe qué más puede publicarse -aunque conoce lo que habló él mismo con Ábalos y Cerdán y puede aparecer en las grabaciones de Koldo-, lo peor está por llegar y que puede salir cualquier día.

Nueva estrategia

Si Sánchez fue demoledor con Feijóo y la corrupción del PP, lo remató con mayor énfasis Patxi López con la mención a la fotografía con el narcotraficante Marcial Dorado, de hace 30 años, y que suele ser esgrimida por el PSOE. Y en esta ocasión, el conservador ya no se contuvo. Cuando salió a la tribuna era otra persona.

En su partido, su círculo más directo había apoyado su decisión de actuar con la máxima dureza ante lo que consideraba una situación inaceptable en un país democrático y, a pesar de su convicción, sabía que había personas de su entorno que dudaban de que fuera una buena estrategia. Sin embargo, la intervención de Sánchez, sumada a la de Patxi López, le empujó en el sentido que él consideraba que era el que correspondía ante un Ejecutivo profundamente corrupto que se defendía acusando al PP de corrupción.

Tenía unas hojas preparadas, con argumentos implacables para el líder de Gabinete. Implacables. Con un tono firme, sin pausa, fue desgranando lo que era de dominio público pero hasta entonces no se había mencionado en el debate parlamentario: el negocio de la familia de Begoña Gómez como propietarios de una sauna para clientes gay, ampliado al negocio de la prostitución, tanto de hombres como de mujeres. 

El jefe de la oposición fue más allá al denunciar al socialista de beneficiarse lucrativamente de la prostitución, de haber vivido de prostíbulos, acusación que levantó a la Cámara, a favor y en contra, con los diputados expresando su indignación o a favor de las palabras de Feijóo y un Sánchez desencajado. Nunca se había vivido en el Congreso una situación de mayor tensión, porque se unían el debate político con el personal, y alcanzaba de lleno al presidente de Ejecutivo y a su familia. 

¿Se arrepiente Núñez Feijóo? No. Era muy consciente de que abría la caja de los truenos, pero al mismo tiempo deseaba expresar su hartazgo por las acusaciones inmisericordes del sanchismo a su partido y a él mismo, que no solo intentaba desprestigiar al PP sino apartar el foco de los escándalos socialistas y del Gobierno que se publican a diario.

Feijóo ha dado un paso que nadie había previsto, pero lo ha hecho convencido de que tiene derecho a utilizar el camino de la oposición dura tras aguantar mucho tiempo los ataques propinados desde el PSOE. 

Con su embestida al presidente, Feijóo se defiende a sí mismo y al PP. Como señalaba uno de sus principales colaboradores: «Ha aguantado todo lo que ha podido, pero ya no puede callar más. Sobre todo, cuando cada vez que aparece un nuevo caso de corrupción, a Sánchez y a los suyos les falta tiempo para nombrar los casos del PP. Como si Feijóo fuera el responsable. Esa mansedumbre ha concluido».

Se ha acabado. A partir de ahora, en las relaciones entre el Gobierno y el PP, en el escenario político español, la vida ya no será igual.