Ana Pastor, una santa de Iniesta del siglo XVII

Luz González
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Ana Pastor, una santa de Iniesta del siglo XVII

Los datos sobre la vida de esta mujer, a la que las autoridades eclesiásticas de su época dan el título de Venerable, son muy pocos. Una breve semblanza en el Diccionario de personajes conquenses nacidos antes de 1900 de José Antonio Silva e Hilario Priego y la biografía hecha por el padre Joaquín de Albalate, de la que extraigo estas jugosas citas que van a poder leer a continuación. En la primera, empieza alabando las virtudes de Ana, entre las que destaca el que estuviese callada, seguido del siguiente comentario misógino: «y se alegraba de que sus hermanos la tuviesen por necia. Estas demostraciones de su profunda humildad son uno de los actos virtuosos, que piden mayor ponderación. Es proprio del femenil sexo el afectar discreción, heredando ella esta propensión de la primera mujer, quien apeteciendo Sabiduría de un Dios, hizo más notoria su ignorancia. Pero la Venerable Virgen Doña Ana Pastor, antípoda de la mujeril condición afectaba estulticia, siendo en realidad de buena capacidad» (pág. 109).

Como no pretendo hacer un artículo burlesco, no seguiré transcribiendo comentarios de índole parecida, como el de que la mayor gloria del sexo femenil es ser fiel depositario de la honra (pág. 84 y 132), o que para hablar de la austeridad en el vestir de la conquense Ana, traiga a cuento citas de Pitágoras (pág.133 y 139).

Lo más extraordinario de la vida de esta mujer, nacida en Iniesta en 1681, es que habla con Dios. En sentido literal, no que rece y Dios le conteste con hechos o señales, que también lo hace, sino que le contesta en su propia lengua, el español. Por ejemplo, cuando ella duda de si ha pecado rechazando el matrimonio en el que insiste su familia, y hasta su confesor, que quiere casarla con un pariente suyo, la imagen de Cristo inclina su cabeza y le dice que le agrada mucho el sacrificio de su virginidad. Y cuando hace sus votos en 1711, Jesús le dice «Me ofrezco de nuevo a ser tu esposo» (pág. 154).

Rechaza a varios pretendientes, algunos muy ricos, según su confesor. Pero no solo es la riqueza lo que empuja a la familia a querer casarla, también quieren librarla de habladurías y fama de casquivana porque la relacionan con un estudiante pobre de Iniesta al que ayudó a estudiar medicina en Granada (pág. 179). Con el fin de casarla con él viajaron a esa ciudad los hermanos en 1703 y consiguieron que la orden monástica, en la que había profesado el joven, lo secularizara para poder casarse con Ana. Pero ella se negó de nuevo y los hermanos se volvieron para Iniesta. En otro capítulo se relata un intento de violación por parte de un joven que se arrepintió de su lujuria al ver el resplandor de su rostro en aquel preciso momento en que, para salvarla, Dios le dio uno de sus arrobos. En otras ocasiones, hombres ayudados de terceras quieren aprovecharse de su pobreza para conseguir sus favores (cap. XIV). 

Otro prodigio de su vida es que adivinaba lo que las personas de su alrededor estaban pensando. Además, el demonio se le aparece físicamente en forma de dragón y la golpea sin piedad. No en sentido figurado, sino físico, dejándole marcas y todo el cuerpo lleno de cardenales. «Especialmente le dejaba las manos y muñecas muy lastimadas, como si las hubieran oprimido con fuertes ligaduras. Otras veces la arrojaba con rabioso coraje contra el suelo para conturbar su espíritu magnánimo... «En otras ocasiones se manifestaba Lucifer a la bendita Ana en la espantosa figura de bestia descomunal y horrible, haciendo ademanes de despedazarla entre sus garras, pero la constante virgen, sin pavor ni espanto, se estaba inmóvil en el lugar de sus ejercicios, con suficiente diligencia para ahuyentar al tentador» (pág. 171).

Según este biógrafo, para luchar con tan terrible enemigo, Ana imitaba a Cristo en su pasión de la siguiente manera: «ceñíase bien sus delicadas carnes con ásperos cilicios que podían meter grima al más esforzado espíritu y en su cabeza una corona de espinas. En la pared se colgaba de unos clavos a manera de crucifixión» (pág. 185).

Sin embargo, a pesar de tanta humildad, Ana manifiesta deseo de predicar, cosa imposible enla Cuenca de su época. Bueno, y todavía hoy en ninguna iglesia de España ni de ningún país católico: «Oh, si yo pudiera ponerme en un púlpito y decir lo que conozco de lo que padecen los condenados…» (pág. 214).

El padre Albalate trae a la memoria a otras mujeres que han predicado, como santa Catalina o Santa Rosa de Viterbo. Aun así, afirma: «Es verdad, que no hacen falta las mujeres para el púlpito, en este tiempo, cuando muchos oradores predican tan afeminadamente. Son muchas las flores en sus sermones y, por tal, muy pocos los frutos. Quiere dios que se prediquen terrores y no flores» (pág. 214).

No solo ve a personajes divinos, sino también a sus padres fallecidos, que ya están en el cielo, y cuando muere su hermana Catalina, monja en Sisante, también percibe a la virgen que está en la habitación asistiendo a la moribunda. Cuando sea ella la que esté en el lecho de muerte también habrá un aroma y resplandor extraordinarios en la habitación, que se atribuyen a la presencia de la virgen de la Consolación de Iniesta que la está asistiendo en su tránsito a la otra vida (pág. 228).

Después de once horas de haber muerto, el cuerpo seguía sin señales de corrupción, a pesar del calor de julio en Granada. Dice el biógrafo que era tal la hermosura y flexibilidad de sus  miembros, que decidieron pinchar un brazo con una lanceta, que le rompió la vena común, por lo que salió un chorro de sangre roja que llegó hasta el suelo, como si estuviera viva (pág. 247).

Otras muestras, o apariencias, de vida en el cadáver las contó una mujer llamada Juliana que al cogerle la mano notó que sudaba. Otra, llamada Josefa Aledo que le rogó que intercediera por un pariente, enfermó y notó que el cadáver le apretó la mano asintiendo.