Cuando se junta el hambre con las ganas de comer

Leo Cortijo
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El toreo según los cánones de la ortodoxia, profundo y largo de Fernando Adrián conquista a la afición conquense en su debut en esta plaza y firma la puerta grande más maciza hasta la fecha. Manzanares y Morante pecharon con lotes de difícil trago.

Cuando se junta el hambre con las ganas de comer - Foto: Javier Guijarro Fotografia

En Fernando Adrián se junta el hambre con las ganas de comer. Y entiéndame cuando lo digo. No solo tiene hambre porque ha sido un torero muy maltratado por el sistema y que apenas ha tenido opciones, es que además tiene ganas de comer porque sabe que dentro de sí atesora un concepto del toreo más que notable y que se muere a gritos por salir. Torea según los cánones de la ortodoxia y es injusto y malo para la tauromaquia no verle más y en mejores condiciones. Cuenca fue la primera plaza de fundamento que le ha visto torear después de firmar una doble puerta grande en Las Ventas allá por primavera... Y eso no puede ser.

Con cuatro faroles de rodillas saludó al Reacio que hizo tercero, abanto de salida, al que además suministró un buen  ramillete de verónicas en un bullicioso recibo capotero. La carta de presentación del debutante no podía ser mejor, y que además confirmó con el brindis a un público que le recibió con los brazos abiertos. En el centro del platillo y de nuevo con las dos rodillas hundidas en la arena, comenzó un parlamento con cambiados por la espalda de enorme transmisión arriba. Ese alto voltaje se prolongó durante las dos primeras series por el derecho, ajustadas y repletas de emoción con un burel que sacó un fondo interesante en la muleta del madrileño. El mansito de José Vázquez se empleó con calidad en la pañosa. Al natural llegaron retazos muy toreros, apostando siempre por la colocación correcta. Muletazos profundos y sentidos, muy lejos del pegapasismo reinante hoy en día. Con todo, lo mejor vino por el derecho en las postrimerías, por templado y despacioso. No mató a la primera, y ese fue el lunar negro, pero eso no fue óbice para que el Palco, atendiendo la petición, concediera un excesivo doble trofeo. 

El saludo al Listeado que cerró tarde fue más bien gris, y es que el animal embistió sin franqueza en las telas, como en el caballo, que tuvo que ir a buscarlo más allá de las rayas. Por momentos, sin una lidia ordenada, cundió cierto caos… y en banderillas se puso complicado. La serenidad llegó en la faena de muleta de Fernando, muy metido en la tarde. Aunque le costó domeñar la exigente embestida del toro en los primeros compases, que todo lo protestaba, acabó planteando pasajes sobresalientes bajando la mano hasta los infiernos. Y es que eso es lo que pidió el de Vázquez, que le sometiesen y le pudiesen. Así hizo el madrileño también en naturales de trazo largo y profundos, sin poner un pero a su exposición. Se cruzó a pitón contrario y eso, aquí, es entre difícil e imposible de ver. La última tanda con la diestra, con la planta enfibrada y erguida, ya es eterna en esta plaza.

Verlo hacer el paseíllo con ese vestido bordado en blanco y con una montera de estilo decimonónico fue lo más potable que Morante de la Puebla dejó en sus primeros compases, y es que al Latoso que abrió tarde no lo quiso ver con la capa. Un animal al que se le dio de lo lindo en el peto a pesar de no emplearse y que luego blandeó en banderillas, yéndose al suelo en varias ocasiones. Morante tenía delante de sí un trago de difícil digestión, y es que si le bajaba la mano el animal claudicaba y si lo llevaba a media altura y sin exprimirle, protestaba. Y así, el trasteo se perdió entre la indiferencia. Con lo que es él y a lo que suele acostumbrar, lo más coherente habría sido abreviar. Lejos de eso, voluntarioso, dispuso más de lo que el inoperante oponente merecía. El sainete con la espada tornó las palmas en algunos pitos.

Antes de que Meticuloso saliera al ruedo, Morante pidió que regaran, que no estaba del todo de su agrado. El titular se fue para atrás al estar descordinado y en su lugar salió Pesimista, sobrero del mismo hierro. Entre unas cosas y otras, tiempo suficiente para que la gente merendase tranquilamente. Al cuarto bis le recetó cuatro verónicas y una media que bien justificaron la espera, justo antes de que el varilarguero se empleara con saña en dos encuentros. Confirmó el regusto con el percal quitando por chicuelinas y una revolera. Inició instrumentación con unos ayudados por alto muy toreros, y una trincherilla para enmarcar. Hasta aquí, lo mejor. Cambió terrenos y en el centro del anillo dibujó muletazos con la diestra catedralicios, pero el pírrico animal de la vacada madrileña era, en el mejor de los casos, de medio viaje y a media altura, y así fue imposible. Morante no se guardó nada, lo intentó con la misma pulcritud y ortodoxia al natural, pero tres cuartos de lo mismo. Composición y alharacas sin toro delante… y eso a nada conduce. 

José María Manzanares se estiró con gusto a la verónica con el terciado Astuto, más en novillo que en toro. El alicantino comenzó a instrumentar su parlamento entre las dos rayas en dos series por el pitón derecho de mano baja y cierta hondura. Cambió de flanco y al natural rubricó algunos pasajes meritorios, pero sin terminar de redondear la obra, y es que al cornúpeta de José Vázquez le faltó casta a raudales para transmitir mucho más de lo que transmitió. Se dejó muletear, sin más, y con eso no fue suficiente para un José Mari más entonado que en muchas otras tardes en esta misma plaza. La sensación general es que al torero le faltó toro y medio. Con todo, hubo un cambio de mano de cartel. Cuestión aparte fue el ceñimiento en el muletazo, capítulo de sobra ya conocido. Enterró el estoque al primer encuentro y eso terminó de granjearle la petición. 

El Afortunado que hizo quinto corrió una media maratón antes de encelarse en el capote de Manzanares, que lo cosió en circulares antes de dejarlo en la jurisdicción del picador, donde empujó más que todos sus hermanos juntos, eso sí, con la cabeza en el estribo. Ahí ya dejó clara su condición. El concepto manzanarista regresó de nuevo con la pañosa, en un dechado de estética y belleza plástica en su figura y un toreo a cámara lenta, merced también a la noble y excesivamente suavona condición de su contrincante, que adoleció de casta para una mayor transmisión. Así fue hasta que dijo basta, ya que a mitad de trasteo, evidenciando que no quería estar ahí, amagó en varias ocasiones con irse a la puerta de la que había salido. Anduvo aseado y correcto Manzanares con él, sin demasiadas apreturas, más preocupado con volver a los corrales que en plantar cara. La paciencia del alicantino llegó a su límite y tiró de la de verdad para mandar al olvido a este insulso animal que feneció muy cerca de toriles. El Palco, ahora sí bien, se negó a conceder la oreja… a pesar de la bronca.