El fútbol, como todo en la vida, necesita ponerle nombre a las cosas para que podamos explicarlo o entenderlo. Esas 'cosas', cuando son los futbolistas, adquieren el apellido según el desempeño sobre el verde. Algunos son fijos. El portero, el central, el delantero centro… Otros son más volátiles. A día de hoy hay quienes sacan punta muy fina para distinguir al pivote del mediocentro defensivo o al lateral del carrilero. Y hablamos de volantes y 'falsos nueves', incluso 'falsos dieces'. En la indefinición estamos incómodos, por eso Thomas Müller nos lo ha puesto tan complicado a aficionados, analistas y rivales casi desde su debut con el Bayern de Múnich hace 16 temporadas. Y también por eso los alemanes inventaron una palabra para definir su posición sobre el pasto: 'Raumdeuter'. Para él. En exclusividad. El significado más o menos literal es «intérprete de espacios», algo que le ha definido durante 17 temporadas.
Ese jugador indefinible, extraño hasta en su dorsal (un '13' indescifrable, reservado históricamente para el portero que aguardaba su oportunidad en el banquillo), ya se había despedido del Allianz Arena en loor de multitudes el pasado 10 de mayo y finalmente del club de su vida en los cuartos de final del Mundial de Clubes, cuando cayó ante el Paris Saint-Germain (2-0). Adiós al mito clandestino, el tipo de mirada afilada que decidió relacionarse con los espacios y no con sus compañeros para labrar una de las carreras más prolíficas de la historia del fútbol moderno. A los 35 años, Müller deja el Bayern, aún no sabe si también el fútbol -la MLS estadounidense llama fuerte a su puerta-, después de toda una vida dedicada a una improvisación marca de la casa.
Ingresó en la élite un 15 de agosto de 2008, cuando Jürgen Klinsmann entrenaba al Bayern y muchos de sus hoy compañeros (Musiala, Pavlovic, Wanner, Olise…) apenas se sostenían en pie. Aquel día le hizo un guiño a la historia, sustituyendo a Miroslav Klose, el máximo artillero alemán en la historia de los Mundiales. Solo dos años después, Müller se coronaría como el goleador más joven en una edición del Campeonato del Mundo (marcó cinco, como Villa, Sneijder y Forlán, pero en menos partidos) con 20 años y 10 meses. Y cuatro años más tarde, cuando Alemania levantaba el título en Brasil'14, el '13' de la 'mannschaft' repetía cifra (5) para llevarse la Bota de Plata tras James Rodríguez (6). «Veías a otros futbolistas y eran mucho más fuertes y rápidos que yo. Tuve que aprender pronto a encontrar otros caminos para llegar al gol: ser más inteligente, más astuto, buen 'timing', ser rápido a la hora de reaccionar...», dijo hace unos años, repasando su carrera.
Los récords
De regreso a los 'orígenes', a comienzos de la 09/10, ya con Louis Van Gaal como entrenador del Bayern, se había asentado en la titularidad. El técnico neerlandés acuñó en sala de prensa eso de «Müller juega siempre». Fue el comienzo de la leyenda que fue coleccionando récords en silencio: es el jugador con más partidos en la historia del club y el tercero (131) que más ha jugado con Alemania, el futbolista con más asistencias en la historia de la Bundesliga desde que hay registros, el tercer máximo goleador en la historia del Bayern, el alemán con más partidos (163, tercero en el 'ranking' global empatado con Messi) y más goles en la Champions League desde su cambio de formato, el que más victorias ha logrado con el gigante de Múnich en la Bundesliga (quebró el récord de las 260 de Oliver Kahn en la 20/21).
Con el brazalete 'cedido' a Manuel Neuer (que se incorporó más tarde al club, en la 11/12, después de haber jugado cinco campañas en el Schalke), Müller ascendió a la cima con Van Gaal, tocó el cielo con Heynckes, tuvo que reinventarse con Guardiola y Flick para seguir jugando… Los diversos estilos del Bayern tuvieron en cuenta al 'flaco' que siempre estuvo allí: despeinado, con cara de pocos amigos, disponible para lo que surgiera, siempre con los movimientos de un muñeco de goma a punto de romperse. Una heterodoxia a la que solo los alemanes pudieron ponerle nombre.