La interacción entre hormigas y pulgones no es nueva para la ciencia. Se trata de una relación de mutualismo, una simbiosis en la que ambas especies salen beneficiadas. Las hormigas se alimentan de la melaza que secretan los pulgones y, para conservar esa fuente de alimento, aquellas los «pastorean», es decir, los cuidan, limpian sus cuerpos protegiéndolos de hongos, los defienden de depredadores como mariquitas y otros insectos y mantienen parásitos a raya; incluso llegan a transportarlos por diferentes motivos en determinadas circunstancias.
Sin embargo, no todo es tan sencillo. Existen numerosas especies, tanto de pulgones como de hormigas, y las relaciones entre ellos no siempre funcionan tan limpiamente. Ahora, un equipo de investigación internacional integrado por científicos de la Universidad de Granada (UGR), el Institut de Recherche sur la Biologie de l'Insecte (IRBI-CNRS-Université de Tours, Francia) y el Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica (IFAPA) ha descubierto que, en algunos casos, las hormigas no cuidan tan bien de los pulgones, lo cual podría tener unas importantísimas aplicaciones en agricultura.
Y es que los pulgones son una temida plaga para muchos cultivos. De la familia de los áfidos, estos insectos se alimentan de la savia de las plantas, lo que las debilita, provoca deformaciones y posibilita la transmisión de virus. Además, esa melaza que secretan y que sirve de alimento a las hormigas favorece por otro lado la aparición de hongos. Si se convierten en plaga pueden causar grandes pérdidas y, además, dada la gran cantidad de especies existentes, son capaces de afectar a multitud de especies vegetales diferentes, desde una plantación de pimientos en un invernadero hasta una siembra de trigo de secano.
El enemigo en casaComo es sabido, las sustancias fitosanitarias que permite la Unión Europea son cada vez más escasas, por lo que encontrar soluciones alternativas es, actualmente, importantísimo. Y ahí es donde entra el descubrimiento realizado por los científicos de la Universidad de Granada, el IRBI-CNRS-Université de Tours y el IFAPA. En su estudio han constatado que las hormigas no defienden a todos los pulgones por igual. En su pastoreo, priman la supervivencia de los ejemplares que producen más melaza y, llegado el momento en el que el hormiguero necesita proteína, deciden depredar sobre los que menos producen.
Pero, ¿cómo saben cuál produce más y cuál produce menos? Ellas mismas se encargan de «marcarlos como buenos productores de melaza», según explica Francisca Ruano, catedrática de Zoología de la Universidad de Granada y responsable de la investigación. Los impregnan de determinadas sustancias químicas y, cuando buscan proteína, saben que los que portan esas sustancias en su cutícula (la piel dura de los insectos) deben ser conservados. Es decir, según el «olor» de su cutícula, los pulgones son más propensos a ser depredados por las hormigas que, teóricamente, los protegen.
Al poner en contacto en el laboratorio a hormigas y pulgones, que presentan perfiles cuticulares claramente diferenciados antes de su relación, los investigadores han podido comprobar que, tras tres días de interacción, la cutícula de los pulgones presenta hasta siete compuestos alterados, algunos provenientes de las hormigas. El más destacado, el hidrocarburo 3,15-di-MeC27, abunda en ambos insectos tras el contacto y podría ser la «marca química» con la que las hormigas identifican a los pulgones como productores valiosos de melaza.
Aplicaciones.
Aunque Ruano deja claro que este descubrimiento no soluciona nada de por sí, también asegura que es una puerta para poder combatir las plagas de pulgones. Aparte de la cada vez más acuciante escasez de fitosanitarios, otro problema con los pulgones es que, por su altísima tasa de reproducción, aparecen resistencias a esas sustancias muy rápidamente. Pero no hay resistencia posible ante el hambre de las hormigas. Es decir, si se consiguiera que todos los pulgones «olieran» como los ejemplares que producen poca melaza, las hormigas los depredarían con asiduidad, controlando así posibles plagas.
Ruano insiste en el hecho de la resistencia a los insecticidas y critica su uso indiscriminado. Sostiene que hay que utilizarlos solo «cuando son estrictamente necesarios», porque el mal empleo de estos principios activos provoca que haya «insectos que no responden a ninguna sustancia». Y esto supone «un problema económico muy grande». Por eso alza la voz y exige también responsabilidad a los agricultores. Estos, y no sin razón, se quejan de que se reduce el número de sustancias fitosanitarias para combatir plagas, pero Ruano apuntilla que «no es que no les dejen, es que no se puede» hacer el uso que se ha venido haciendo hasta ahora porque a la larga tiene efectos adversos.
En cualquier caso, esta investigación ofrece una oportunidad para dar con una nueva forma de luchar contra los pulgones. Ruano dice que «el siguiente paso es saber cómo hacer que los pulgones sean comestibles» para las hormigas mediante esos marcadores químicos, con lo cual dejaría de ser necesario el uso de insecticidas para combatirlos.
¿Por qué producen melaza?
La savia de las plantas tiene un bajo contenido de proteínas, pero es rica en azúcares. Por lo tanto, los pulgones necesitan extraer grandes cantidades de savia para obtener suficiente proteína para sobrevivir. Como consecuencia, estos diminutos insectos secretan el exceso de azúcar en forma de melaza, lo que hace que el cultivo y su fruto sean pegajosos. Y es esa melaza la que usan las hormigas como alimento.