Tras haberse proclamado triunfador de la batalla mundial contra el coronavirus y salvador de 450.000 vidas nuestras, ello tras 50.000 muertos, esos nada virtuales aunque más de 20.000 vergonzosamente ocultados bajo la alfombra de sus lavadoras mediáticas y el desastre económico peor de toda Europa, el caudillo Sánchez entendió que su misión estaba ya cumplida y su hazaña concluida para entrar en el elenco de los héroes que en el mundo han sido, se fue a solazarse a los mares y palacios que su persona merece.
Proclamó y sigue proclamando, es la enseña del escudo de armas que exhibe en sus arengas al pueblo: Salimos más fuertes y no va a tolerar que la evidencia, ni hemos salido y estamos cada vez más postrados y heridos, le tuerza la consigna. Pero como la realidad, tozuda y terrible, es cada vez más ineludible ha optado por la huida. Por ser un cobarde. El presidente cobarde.
Ha decidido, aunque algo similar hizo cuando todo esto comenzó y hasta que ya no le quedo otro remedio, huir, lavarse las manos, decir que no es cosa suya, escabullirse. Se llama cobardía en castellano. Esa es su verdadera cara, en lo que queda su engolamiento, su bravuconería, su impostada y chulesca escenografía y pose: en una huida de su responsabilidad, de su obligación como gobernante y de su deber como presidente. Lo que ha demostrado en su primer y nuevo monsergón de autobombo que en el momento de tribulación de la nación, de la angustia de sus gentes, de preocupación por el presente y el futuro de los ciudadanos, él, el Gran Caudillo Salvador se quita de en medio y les intenta cargar, y no es metáfora, los muertos, los parados y la miseria, a las autonomías. O al lucero del alba si es preciso. A quien sea con tal de que a él no le salpique.
Porque la situación es, en verdad, sombría y cada vez más terrible. El verano, más que tregua ha sido un nocivo espejismo y ha profundizado en el desastre que ya, sin paliativos se abate sobre todos. Porque a todos está afectando y no hay sector que se libre de sus garras y colmillos. La pandemia, que nunca se fue, campa de nuevo sin control y sin que se haya hecho nada útil ni necesario para haber intentado aprovechar el paréntesis para haber avanzado, por ejemplo en test, por ejemplo en controles, aeropuertos y fronteras, por ejemplo en coordinación, acopio y prevención. Pero si hasta el fármaco del que presumían estar abastecido hizo sonar todas las alarmas porque también nos quedábamos sin existencias.
Sánchez con su zorruna fuga lo que demuestra es su condición de lagomorfo, de conejo, para que se entienda. Descubre sus propias mentiras y alardes, reconoce la patraña de su triunfo y nos hace temer que la realidad que nos espera es aún mucho peor de la que nos tememos. Y no la tememos muy negra. Tan mal lo ve que solo cree que puede salvarse de la quema quitándose de en medio y aguantar que le llamen lo que quieran, antes que ponerse al frente y liderar la verdadera batalla. Vamos, que la da por perdida y, por tanto, lo que persigue es en quien descargar la derrota y la hecatombe.
Hay algo más que ya colma todos los vasos de la desesperanza y que creo que está afectando cada vez más la moral y confianza de la población, hasta de los más crédulos (los abducidos por la sigla son inasequibles al desaliento) y es caer en la cuenta de que les importamos un carajo, que en realidad todo es una impostura, que lo único que les preocupa es ellos mismos y lo que esto puede afectarles, la mella que sus efectos pueda hacerles en cuanto a poder y estatus. Vamos que solo nos consideran o les preocupamos, no por la situación de postración y angustia en que podamos encontrarnos, sino en que nuestra reacción por ello pueda señalarles a ellos, que cascotes de los derrumbes tras sepultarnos puedan también caerles de rebote a ellos. Y en esa percepción, aunque sea por lógica y justicia los primeros, no hay, o son muy pocos, tanto en el poder como entre quieren tenerlo, que se salven.
El comportamiento de Pedro Sánchez tiene sus razones y responde a su convencimiento de que de la misma manera que hurtó las culpas de su inanición y errores de la primera oleada, ahora pueda seguir sin sufrir desgaste en esta que tenemos encima. Para ello cuenta con su impresionante aparato de propaganda, con las sumisas y entregadas televisiones del régimen y con una población española cada vez más pueril y lobotomizada. Que esta es la otra y quizás la más terrible y desoladora de las reflexiones que pueden extraerse a la luz de lo que está sucediendo.