La pluma y la espada - Miguel de Cervantes

La sombra inmensa del Quijote (IV)


La primera parte del inmortal libro del genial escritor eclipsó el resto de textos de su autor, que murió siendo muy pobre por culpa de las envidias que fue suscitando entre sus colegas

Antonio Pérez Henares - 24/04/2023

Se decía en el capítulo anterior que a la postre, Miguel de Cervantes, en cierta manera, ensombreció a los grandes literatos españoles contemporáneos suyos del Siglo de Oro. Al propio autor le ha sucedido algo similar con su gran obra, El Quijote. Esta ha crecido de tal forma, ha llegado a ser tan conocida y reconocida universalmente, que tanto su título como sus dos protagonistas esenciales, don Quijote de la Mancha (Alonso Quijano) y Sancho Panza, son más conocidos mundialmente que él mismo. La obra ha sobrepasado en fama a su creador. Todos asentirán ante el título, algunos menos conocerán el nombre de su autor y bastantes menos aún serán capaces de añadir alguna otra obra suya.

A mediados de 1604, Cervantes ya tenía acabado el libro. Consiguió permiso real de publicación en septiembre y puede que viera la luz aquel mismo año, aunque la edición más antigua que se conserva es la impresa en Madrid por Juan de la Cuesta en 1605. No obstante, puede que hubiera una anterior. Publicada bajo el título El ingenioso hidalgo don Quijote de Mancha fue un éxito inmediato y gozó de gran popularidad. Sus personajes, su recorrido, sus pasajes son de inmediato conocidos y celebrados. En las fiestas de la Corte en Valladolid, donde él había vivido hasta el año anterior, festejaron el nacimiento de un hijo varón en la dinastía de los Austrias, el futuro Felipe IV, con teatro y entremeses con caballeros disfrazados de don Quijote y Sancho Panza. 

Ello compensaría al autor del desprecio con que sus colegas habían acogido su obra. Era entonces costumbre, y lo sigue siendo hoy, enviársela a algunos de los más relevantes, por si querían elogiarla e insertar una recomendación. Se encontró con una negativa general, que optó por el silencio, pero Lope de Vega, en su máximo esplendor, fue más allá y demostrándole una venenosa ojeriza escribió en una carta fechada el 4 de agosto esta tremenda descalificación al autor, a toda su obra y a El Quijote en particular: «De poetas no digo, buen siglo es este; muchos en ciernes para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote». El Fénix de los ingenios perdió aquel día la mayor ocasión de su vida de haberse callado o, al menos, no haberlo dejado escrito.

Interior de la cueva de la casa de los Medrano en Argamasilla de Alba (Ciudad Real), donde, en el siglo XIX, algunas tesis sostienen que estuvo preso Miguel de Cervantes.Interior de la cueva de la casa de los Medrano en Argamasilla de Alba (Ciudad Real), donde, en el siglo XIX, algunas tesis sostienen que estuvo preso Miguel de Cervantes.Cervantes, ya cerca de los 60 años, había vuelto a Madrid con su familia, o sea las cinco mujeres entre esposa, hermanas, sobrina e hija natural, que residían con él. Y aquella casa fue la culpable de un nuevo sinsabor y una cárcel más, aunque solo duro un día para él. La noche del 25 de junio de 1605, ante su portal, fue malherido un caballero navarro llamado Gaspar de Ezpeleta. Este gritó: «¡Ah, ladrón, que me has muerto! ¿No habrá quien socorra a un caballero que viene herido?» Don Miguel, viejo soldado, al oírle acudió a auxiliarle y lo llevó hasta su casa, donde fue atendido hasta que a los dos días murió. Pero su buena acción tuvo castigo en vez de recompensa. 

Mala reputación

Un juez prevaricador, para ligar de sospechas a un escribano enemigo del finado, embrolló todo el asunto y ordenó detener a todos los vecinos del edificio y a don Miguel y parte de su familia también. Solo estuvo un día en la cárcel, pero en las declaraciones de unos y otros su reputación sufrió mucho. Salieron las cosas de las Cervantas.

Los testigos, con referencia explícita a su vivienda, declararon que allí «viven algunas mujeres que en sus casas admiten visitas de caballeros y de otras personas de día y de noche», y que, por ello, «hay escándalo y murmuración, y especialmente entra un Simón Méndez, portugués, que es público y notorio que está amancebado con doña Isabel, hija del dicho Miguel de Cervantes». 

El triunfo literario se empañó un tanto y sus colegas aprovecharon aquello para oscurecerlo aún más. Cervantes cambió de residencia hasta recalar en la entonces calle del León, que ahora lleva su nombre y donde estaba y se conserva la hermosa mansión de Lope de Vega, con mucha mayor fortuna que él. La vida familiar no dejó de pesarle hasta el final. En 1608, Isabel, su única descendiente, se casó con Diego Sanz del Ávila y tuvo una hija que murió al poco de nacer. Poco después, falleció también el marido. No estuvo viuda mucho tiempo, se casó de nuevo con un hombre de negocios, Luis de Molina, y se marchó a vivir con él. 

La Plaza de España de Madrid alberga un monumento a Cervantes, con las estatuas en bronce de Don Quijote y Sancho Panza.La Plaza de España de Madrid alberga un monumento a Cervantes, con las estatuas en bronce de Don Quijote y Sancho Panza.Cervantes y su hija nunca se llevaron bien y mantuvieron siempre, aun conviviendo juntos largas épocas, una difícil relación. En 1609 murió su hermana Andrea, y en 1611, Magdalena, que al final de su vida se convirtió en una beata de cuidado. La familia quedó reducida a su mujer Catalina y a su sobrina Constanza. 

Ignorado

El autor buscó, tras el éxito de El Quijote, el arrimo de los poderosos para hacerse un lugar en la Corte, pero solo encontró rechazo. El más sonado fue cuando intentó formar parte del lúcido cortejo de escritores que iba a acompañar al conde de Lemos a Nápoles a tomar posesión de su cargo de virrey. Ni siquiera quiso recibirlo y su secretario, Leonardo de Argensola, le despachó con vaporosas promesas de que más tarde ya instalados allí lo haría llamar. Nunca lo hizo, claro está. Todos les daban de lado, pero El Quijote seguía cabalgando en el favor popular. 

Don Miguel intentó encontrar un lugar al sol en el parnaso de las letras y frecuentaba reuniones de literatos. Hay constancia de su presencia en la Academia del Conde de Saldaña, un Mendoza. Ahí volvió a topar con la inquina de Lope, quien de nuevo carga contra él: «Las academias están furiosas; en la pasada se tiraron los bonetes dos licenciados; yo leí unos versos con antojos de Cervantes que parecían huevos estrellados mal hechos». A este le fallaba ya mucho la vista y usaba anteojos.

Aversiones aparte, la creación literaria de Cervantes, largo tiempo larvada y sin publicar, resucitó. En aquellos años y hasta su muerte, se editó lo que no se había hecho en los últimos 20 y salieron a la luz las Novelas ejemplares, entre ellas La gitanilla, Rinconete y Cortadillo, El amante liberal, La española inglesa, El licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, La ilustre fregona, Las dos doncellas, La señora Cornelia, El casamiento engañoso y El coloquio de los perros. Obras de enorme calidad y talento, actuales hasta el día de hoy, que permanecían inéditas y que de no ser por El ingenioso Hidalgo puede que jamás hubieran salido de los cajones. 

El éxito de este libro movió al alcalaíno a publicar otros y a los editores a imprimirlos. En 1613 aparecen las Novelas ejemplares. Antes de su muerte aún añadiría en 1614 Viaje del Parnaso, en 1615 las Comedias y entremeses; y en 1617, póstumamente (falleció el año anterior), Persiles y Sigismunda. 

Venta a un librero

Con el teatro le había pasado lo mismo. No había editores que quisieran sus textos. Él lo explica mejor que nadie al recordar cómo tras aquella primera época de cierto éxito y haberlo luego dejado de lado, regresó y se encontró con el portazo: «Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y, pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía; y así, las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso, nada; y, si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo, y dije entre mí: O yo me he mudado en otro, o los tiempos se han mejorado mucho; sucediendo siempre al revés, pues siempre se alaban los pasados tiempos. Torné a pasar los ojos por mis comedias, y por algunos entremeses míos que con ellas estaban arrinconados, y vi no ser tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor a la luz de otros autores menos escrupulosos y más entendidos. Aburríme y vendíselas al tal librero, que las ha puesto en la estampa como aquí te las ofrece».

Así que pudo editar sus obras teatrales también y en 1615 publicó un tomo donde se reunían ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados. Entre ellas se encontraban El gallardo español, La casa de los celos, Los baños de Argel, así como El rufián dichoso o El juez de los divorcios, El vizcaíno fingido, El retablo de las maravillas, La cueva de Salamanca y El viejo celoso. 

En estos entremeses, Cervantes da vida a un retablo de personajes de gran realismo en el que se entremezclan pícaros, vividores, casadas casquivanas y maridos cornudos. Tesa jocosa y cáustica mirada aparece también lo más sabroso y que mejor ha envejecido de su poesía, la burlesca y que salpimienta su obra. Quizás una de sus mejores, y desde luego más recordadas, sea un soneto cuyas dos últimas tercetas merecen un monumento como aquel al que estaba dedicado. 

Un triste regreso

Por encima de todo ello, como colofón glorioso de su obra y culminación de su vida literaria, estuvo la publicación en 1615 de la segunda y última parte de El Quijote, con su tercera y última salida desde La Mancha, su paso por Barcelona y su regreso, derrotado, a su casa donde, melancólico, fallece diciendo haber recuperado la cordura. Le espoleó a ello la tramposa edición un año antes de un falso Quijote que pretendía usurpar y continuar las andanzas de su héroe, firmada por un supuesto Alonso Fernández de Avellaneda, nombre fingido, y que le llenó de enfado. 

Así, se apresuró a terminar de escribir la verdadera y pudo verla publicada, aunque solo fuera por poco tiempo, pues fue a morir cinco meses después de haber visto la luz. 

Miguel de Cervantes escribió hasta casi su postrer aliento. El día 16 de abril de 1616 había firmado la dedicatoria al conde de Lemos de su Persiles y Sigismunda, que no vería publicado, y habiendo recibido ya la extremaunción (la religiosidad fue una constante a lo largo de su vida y le acompañó a la hora de su muerte), escribe en ella estos estremecedores versos que fueron a la postre su despedida. 

«Puesto ya el pie en el estribo, /con las ansias de la muerte, /gran señor, ésta os escribo». Y concluye: «El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos». 

El 22 de abril de 1616 según los expertos, el 23 se conmemora, exhaló su último suspiro.

Murió tan pobre en Madrid que hubo de ser la Venerable Orden Tercera quien se encargara de su sepelio. Su cadáver, vestido con el hábito franciscano, fue sepultado en el convento de las Trinitarias Descalzas de la calle de Cantarranas, hoy de Lope de Vega, para unir aún más en el recuerdo a los dos genios enfrentados. 

La casa de Lope de Vega está en la actual calle Cervantes y la tumba de este en la calle de Lope. Sus restos siempre se han mantenido en tal lugar y, sin duda, allí siguen. Se encuentran mezclados con algunos otros, lo que dificulta su identificación exacta. Pero allí reposan y no estaría de menos continuar los esfuerzos al tiempo que hacer todo lo posible por enaltecer el sitio y convertirlo en obligada visita que con muy apropiado nombre se llama Barrio de las Letras.