Con una media y un calcetín

Ester González
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Lo que comenzó siendo un viaje de turismo y fiesta, se convirtió en una enorme tradición compartida con familia y amigos que hizo que las fiestas de Tarancón dieran un giro total

‘Chiblio’, Mari Carmen y Antonio, en uno de los últimos viajes a Pamplona - Foto: Mari Carmen Domínguez

Corrían los años 80 y un grupo de intrépidos taranconeros se armaron con una media y un calcetín para embarcarse en un viaje de 500 kilómetros hasta Pamplona. Antonio Moreno apenas era un chaval cuando comenzó con esta tradición «y ya van 30 veces», asegura. Poco tardó su mujer, Mari Carmen Domínguez, en unirse a esta aventura que marcó un antes y un después, no solo en la vida de nuestros protagonistas, sino que también acabó repercutiendo en las Fiestas de Tarancón.


Según cuentan los viajeros, «no hay nada igual». Desde el momento en que lo vivieron, tuvieron claro que iban a volver. «Esto es lo nuestro», pensó Antonio en aquel entonces y de esta forma, en 43 años, han asistido a 30 sanfermines. ¿Y qué tiene que tanto los atrajo? Según explican, «se trata de nueve días de celebración, comenzando el 6 de julio y terminando el 15. Allí la dinámica es madrugar para ver los encierros, que duran más unos pocos minutos, y de ahí a la fiesta, que dura 24 horas... todo el día por ahí bailando, bebiendo y comiendo». 


A este matrimonio les han gustado desde siempre las fiestas patronales de su ciudad, pero cuentan que «aquello era como el día siete multiplicado por siete». Desde que se lanza el chupinazo que da comienzo a las fiestas, es un no parar de celebración y diversión. Cuenta Mari Carmen que lo que más les llama la atención es que «todos los días hay de todo: charangas, gigantes, cabezudos, Kilikis y Zaldikos... no se guardan nada». Esto es especial porque «vayas un día o vayas todos, lo vas a poder disfrutar y vivir intensamente». 

‘Chiblio’, Mari Carmen y Antonio, en uno de los últimos viajes a Pamplona‘Chiblio’, Mari Carmen y Antonio, en uno de los últimos viajes a Pamplona - Foto: Mari Carmen Domínguez


La experiencia fue tan reveladora que quisieron traer un poco de lo que habían descubierto allí. Antonio cuenta que en Pamplona hay 16 peñas, «están establecidas y todo el mundo las conoce». Eso era lo que querían traer aquí, «una peña grande, que organizara cosas y estuviera establecida». Así surge 'La Peña del Mosto', proyecto que empieza a gestarse ese verano del 80 y que ve la luz en septiembre de ese mismo año. «En las primeras fiestas éramos 60 personas, después llegamos a las 400». Importaron de Pamplona muchas de las cosas que les habían gustado como los gigantes y cabezudos, pero sin duda la más reconocible es la vestimenta que escogieron para la peña: «Queríamos vestir todos igual, pero no sabíamos cómo acertar, pensamos en llevar el traje de taranconeros, pero era muy incómodo, así que pensamos en cómo iban vestidos los pamplonenses y cambiamos el color rojo por el azul que era el que vestía el equipo de fútbol de Tarancón». 


En estos viajes no estaban solos, ya que en algunas ocasiones les han acompañado sus dos hijas, quienes, de momento, no sienten el fervor que sintieron sus padres. Relatan que «la mayor, Ana, si ha repetido varias veces, lo disfruta más, pero a la pequeña, Elena, no le convence mucho y solo ha venido un par de veces».  Además de la familia, algunos de sus amigos también han sido compañeros de viaje. Uno de los pioneros en estas aventuras fue Antonio Cuenca, más conocido como Chiblio, quien a sus 81 años ha asistido en 50 ocasiones a las fiestas en honor a San Fermín. En estos años ha forjado amistad con familias pamplonesas ganándose un hueco en la ciudad e integrándose de tal manera que le harán un homenaje. 


La anécdota. En uno de sus viajes, Chiblio estaba tan tranquilo por las calles de Pamplona, comiendo un cucurucho de 'guindas' o cerezas. En pleno jolgorio, decidió colocarse, a modo de broma, un par de cerezas en cada oreja. Una niña que andaba cerca quedó deslumbrada y le pidió a su padre unos pendientes tan bonitos como los que aquel señor llevaba. El taranconero, al escuchar a la niña, no dudó y le regaló su cucurucho lleno de guindas. La niña quedó encantada y esto rompió el hielo para que el padre de la niña y Chiblio comenzaran una conversación.


Cuando le contó de dónde venían y que lo hacían todos los años, el hombre quedó muy sorprendido y en agradecimiento al gesto que había tenido con su hija les ofreció un hueco en su balcón de la mítica calle Estafeta para ver los encierros. Y así fue como se fraguó una amistad que aún perdura. Durante todos estos años el taranconero ha seguido coleccionando recuerdos con esta familia pamplonesa y aún le guardan un hueco en su balcón. 


Por su puesto, este año Chiblio no se va a perder esta celebración y  Mari Carmen y Antonio estarán allí de nuevo este año para festejarlo con él. Junto a ellos, una expedición de aproximadamente ocho taranconeros que este año vuelven a vestir de blanco y rojo, cargados con una media y un calcetín para cantar a San Fermín.