A oscuras también florece la vida

Álvaro Fernández
-

Lorena Martín es el ejemplo más evidente de que, a pesar de las piedras que se encuentran en el camino, se puede hallar una forma de luchar por los sueños, y eso se hace con valentía y coraje

Lorena Martín ganó confianza en sí misma y la capacidad para valorar la vida - Foto: A.F.

A veces, la vida se tambalea con violencia, sin avisos ni treguas. Da un giro brusco, un portazo seco, y lo que parecía seguro se transforma en incertidumbre. ¿Qué se hace cuando todo se oscurece de verdad? Cuando literalmente no ves. Entonces, o te entregas al abismo, o aprendes a vivir de nuevo. Lorena Martín eligió lo segundo. Y no fue una decisión, fue un renacer. Su historia no es un ejemplo de superación fácil. Es la historia real de una chica que, con solo 22 años, perdió casi por completo la vista por tomarse una píldora para el acné. Una historia que no debería haber pasado, pero que, sin embargo, la hizo descubrir algo muy importante. Que valía mucho más de lo que jamás pensó.

«Yo antes no me quería, sentía como que no valía para nada», confiesa con una serenidad que solo transmiten los que ya han estado en la trinchera. Su mirada, esa que ahora es de un 3% en un ojo y nada en el otro, ya no necesita ver, porque ha aprendido a mirar con otros sentidos. «Esto me hizo darme cuenta de que valgo, de que puedo con todo». Fue como si la vida le gritara: ¡Espabila! Y lo hizo. Tanto, que a sus 32 años no solo estudia un grado medio en Gestión Administrativa a distancia con la esperanza de opositar para el Ayuntamiento de Tarancón, sino que además es coordinadora territorial de jóvenes en la ONCE y activista de la accesibilidad en su pueblo, peleando por semáforos acústicos, por pasos seguros y por visibilidad real para quienes atraviesan problemas de visión.

Su historia comenzó un 15 de agosto, diez años atrás, pero empezó a desmoronarse unos días antes. «Me dolía la cabeza y no podía moverme, pero nadie pensó en algo más grave». Las pastillas anticonceptivas que le recetaron para el acné provocaron una hipertensión intracraneal benigna. Su cerebro empezó a generar más líquido del que podía absorber. El resultado fue una fuerte presión sobre los nervios ópticos que apagó la luz de su vida en cuestión de horas.

Aquel día todo cambió. Su juventud quedó suspendida en una habitación de hospital, y la operación que le salvó parte de la visión vino con un peaje altísimo, una válvula interna que drena líquido desde el cerebro hasta el intestino. «Si la válvula se rompe, puedo perder la poca visión que me queda en cuestión de horas», cuenta. Y lo dice sin drama, pero consciente de que convivirá con ese riesgo toda su vida. Y, contra todo pronóstico, cocina, limpia, estudia... Incluso sueña con independizarse pronto.

Su familia, dice, «se hundió». Sentir que sus padres estaban rotos por dentro la dolía más que no ver. «Ahora dicen que, si me ven bien, ellos están bien, pero han estado ahí en todo momento». Lorena reconoce que su salud mental pasó por baches profundos, por duelos silenciosos, por la sombra de la resignación. «A veces  pienso en cómo era antes, todo lo que valía y la que me hacía daño era yo, pero ahora me como la vida». La ONCE le proporciona bastón, apoyo técnico y acompañamiento psicológico. Y ella, en agradecimiento, responde con acción, formando jóvenes y dejando claro que la inclusión no es un favor, es un derecho.

La posibilidad de ser madre es uno de los sueños truncados. Los médicos se lo desaconsejan por la válvula. «Si engordo, la válvula puede dejar de funcionar». Y sin válvula, la oscuridad es total. «Ese fue otro palo, aunque prefiero pensar en lo que sí puedo hacer». Y hace mucho, porque mientras espera que le faciliten un perro guía, ella se adapta, se reinventa, vive.

«Le diría a alguien con discapacidad que luche, que viva...», afirma. No hay en ella victimismo ni falsos consuelos. Solo una verdad. Lo que más valora ahora es la vida. «Y la familia, los que han estado siempre». Lorena Martín no solo perdió la vista. Perdió la inocencia, la fe en diagnósticos rápidos y la idea de una juventud sin sobresaltos, pero ganó la confianza en su fuerza. Hoy camina con el alma muy despierta, viendo lo que muchos no verán. Porque hay gente que ve sin mirar. Y otros que miran sin ver. Lorena, sin duda, pertenece a los primeros.

ARCHIVADO EN: ONCE, Violencia, Tarancón