460 años del Convento de Santa María del Campo Rus

Jesús Patiño Rubio
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Santo Sepulcro, paso de Semana Santa realizado por Juan José Ibáñez. - Foto: J.P.R.

La Orden de la Santísima Trinidad fue fundada por San Juan de la Mata y San Félix de Valois a finales del siglo XII en Francia, desde donde se extendió hasta España. Su propósito era el de llevar a cabo el rescate de cristianos cautivos, lo que les condujo a actuar en Hungría, Constantinopla, Túnez, Trípoli, Marruecos o Argel. Además, podía entenderse que estos conventos eran también una especie de enfermería o albergue para los más desfavorecidos. Por otra parte, la orden abrió colegios mayores universitarios en Salamanca y Alcalá, así como numerosas casas de estudio.

Los trinitarios debían gestionar de forma austera sus haberes, que dividían en tres partes: dos de ellas se dedicarían a las obras de misericordia y al sustento de los religiosos, y la tercera a la redención de cautivos.

La orden de la cruz roja y azul, pues ese es su símbolo, desembarcó un 11 de junio de 1564 en la villa de Santa María del Campo, es decir, se cumplen justo ahora 460 años de su fundación. Ese día, se trasladó el Santísimo de la Iglesia parroquial al nuevo convento, «con innumerable concurso de fieles, así de Santa María, como de toda la comarca, con increíble gusto, regocijos y fiestas», tal y como relata la crónica de Francisco de la Vega y Toraya.

Portada del Convento de Santa María del Campos RusPortada del Convento de Santa María del Campos Rus - Foto: J.P.R.

Y no era para menos la celebración, el asunto había puesto de acuerdo a todos los vecinos «y universidad de ellos, todos de una conformidad nemine discrepante», como reflejan las actas que se levantaron de este hecho extraordinario. El Ayuntamiento y Antonio del Castillo Portocarrero, Señor de la Villa, encargaron fundar el monasterio a Fray Baltasar del Castillo (una vez se consiguió la autorización tanto del rey Felipe II como del Obispo de Cuenca) sobre la antigua ermita de nuestra Señora de la Concepción, la cual era conocida como Santa María del Campo, nombre que adopta el propio pueblo cuando comienza a formarse.

El convento de planta se fue levantando poco a poco, dejando para el final el recrecimiento de la iglesia «muy capaz y hermosa y de bellísima fábrica», de acuerdo con la crónica mencionada. Ayudaron a ello, entre otros, Fray Diego Jacinto Galindo, confesor de la reina Mariana de Austria, de quién recibió como regalo la imagen del Ecce Homo o Medio Cuerpo que a día de hoy se conserva en la parroquia, así como Francisco de Alarcón, entonces obispo de Pamplona, ambos naturales de Santa María.

Otro obispo, el de Mondoñedo, Fray Rafael Díaz Cabrera, que además fu escritor y amigo de Lope de Vega, tomó aquí los hábitos, como lo hizo Bernardo de Monroy, Confesor del Arzobispo de Toledo y redentor que murió mártir. Entre sus paredes se inició en la música Carlos Patiño, uno de los principales compositores del Siglo XVII, Maestro de la Real Capilla de Felipe IV en Madrid.

Esta casa trinitaria, como muchas de las de Andalucía y Castilla, contribuyó a pagar el rescate de un grupo de cristianos cautivos en Argel, entre los que se encontraba Miguel de Cervantes. La hazaña se logró gracias al acuerdo tomado en 1579 por el Consejo Provincial de Castilla en Medina del campo, encontrándose entre sus miembros el ministro de Cuenca, Antonio de Castañeda, uno de los primeros frailes de Santa María.

El convento llegó a tener entre sus bienes un molino de viento en Mota del Cuervo y aproximadamente cuatrocientos almudes de tierras, incluidas viñas. A cada religioso se le asignaban seis libras de aceite para alumbrarse y dos pares de zapatos (unos por San Juan y otros por Navidad). Lavaban sus hábitos cada dos meses. Si para asistir a algún enfermo o confesar tenían que ir al pueblo, debían ataviarse con capa y capilla negras, sin entrar en ninguna otra casa. Tenían los horarios de oraciones y misas bien marcados, en especial los sábados, dedicados a Nuestra Señora, en la que se incluía el rezo de la salve con velas encendidas, abriendo la iglesia a los files.

En la actualidad, solo queda en pie parte de la iglesia, pero el edificio incluía los claustros, en cuyo centro había un jardín con pozo. El de arriba lo componían doce celdas, la biblioteca, el archivo, la celda ministral y algún cuarto más. En el de abajo había una portería, la hospedería, el refectorio, la bodega, la cocina, y la despensa contigua. Desde el jardín se accedía a un corral grande con granero, una cuadra, un pajar, y un palomar.

El inicio del declive, no solo de la orden trinitaria sino de otras muchas, comenzó con Carlos III tras la reducción de conventos. La invasión francesa y el Trienio Liberal también tuvieron para ellas efectos devastadores. En 1835, la exclaustración general y la desamortización de Mendizábal, hicieron desaparecer definitivamente a los trinitarios calzados de nuestro país.

El Monasterio de Santa María no parece que superara el embate del periodo napoleónico. En 1813, fray León García Carreño, probablemente el último fraile, solicitaba que se le hiciera una consignación para su subsistencia, según consta en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Mientras tanto, el edificio iniciaba un proceso de deterioro sin retorno fruto del abandono. Los vasos sagrados y ornamentos se trasladaron a Cuenca. La puntilla la recibió en plena guerra carlista, cuando una copiosa facción (600 caballos y 500 infantes), mandada por Arnau, provocó destrozos y «siendo tiempo de nieves y hielos, quemó cuanto se le antojó de maderas, puertas y ventanas».

Imagino a fray León pasar por estancias totalmente vacías. Lo imagino arrodillado orando solo en la iglesia. Lo imagino despidiéndose de la capitana y la coronela, las mulas que por sorpresa encontró el funcionario que hizo el último inventario de bienes. Lo imagino doblando las campanas, cerrando la puerta, y saliendo con su atillo al hombro, sabedor de que con él se acababa la aventura que protagonizaron los Trinitarios en Santa María durante casi dos siglos y medio.