Ya se sabe que vivimos una vida que corre, que exige, que no espera. Por eso, detenerse a pintar puede parecer un acto ingenuo. Sin embargo, en ese gesto íntimo de mojar el pincel y enfrentar el lienzo hay algo profundamente necesario, como es sanar. La pintura como lenguaje, refugio o espejo, abre una ventana a lo que somos cuando nos quitamos el ruido de encima. Por eso, quizás, no sea exagerado decir que el taller del artista Javier Córdoba no es solo una escuela de arte, es un lugar de encuentro con uno mismo. Un espacio donde, semana tras semana, alrededor de 70 personas entre 6 y 83 años se han entregado a un viaje de creación, acompañadas por la mirada apasionada y honesta de su maestro.
Esa travesía ha cristalizado este mes en 'Zaleíto', la exposición colectiva de fin de curso que acoge el Museo Casa Parada. Inaugurada hace unos días con la presencia del concejal de Cultura, Raúl Añover, y de los propios alumnos, la muestra se ha convertido ya en una cita indispensable para entender no solo lo que se pinta, sino por qué se pinta. Y es que Zaleíto, nombre que nació casi como un juego en clase, rebautizando al convencional y excluyente 'color carne', es también un manifiesto, una invitación a pensar, a cuestionar, a nombrar el mundo de otra manera.
Javier Córdoba lo tiene claro. Desde que fundó su academia en 2018, ha defendido que la enseñanza artística no puede limitarse a reproducir formas o técnicas. «No me interesa que pinten bien, me interesa que pinten verdad», afirma. Por eso, sus clases son también sesiones de conversación, de crítica, de introspección. «A veces vienen y me dicen que esto les sale más barato que un psicólogo, y no les falta razón, porque aquí uno se sienta, pinta, habla, se rasca las heridas… y se va un poco más ligero», confiesa. En tiempos de ansiedad y velocidad, esta escuela ubicada en el parque María Cristina se ha convertido en un refugio donde el arte sirve también como terapia.
'Zaleíto' reúne 70 obras, una por cada alumno que ha pasado por es estudio este curso, y lo hace desde una libertad formal que Córdoba ha defendido desde el inicio, porque la belleza aquí no está en la perfección, sino en la sinceridad. «Hay quien viene sabiendo dibujar y necesita pulir técnica, y hay quien nunca ha pintado y necesita atreverse», confiesa, a lo que recalca también que «yo solo intento acompañar a cada uno en su camino». Esa idea de acompañamiento, que no de imposición, lo distingue como maestro. Y sus alumnos lo saben muy bien. Por eso, algunos llevan con él desde el primer año.
Ritmo frenético
Este 2025, Javier Córdoba cierra un curso intenso, de crecimiento, de emociones compartidas, y abre las puertas al verano con nuevos horizontes que siguen expandiendo su universo artístico y pedagógico. Durante el mes de julio, se embarcará en un taller de graffiti para jóvenes en el Centro Joven, promocionado por Servicios Sociales, en colaboración con el también artista Diego Checa, con la intención de acercar este lenguaje urbano a nuevas generaciones como una forma de expresión social. Además, Javier no pierde de vista el otro lado del Atlántico.
Tras la experiencia del año pasado en México, donde expuso una emotiva colección sobre el exilio español en su 85 aniversario, el artista está en conversaciones para volver a llevar allí una segunda exposición, pero entre sus proyectos, hay uno que late con fuerza, como volver a pintar un gran mural en Tarancón como el que preside la calle Juan Carlos I. «El arte también debe estar en la calle, que lo vean todos», afirma.
El arte de Javier Córdoba no se queda en los cuadros: salpica a quien lo observa, a quien se sienta frente a él. 'Zaleíto' no es únicamente una exposición. Es la prueba viva de que pintar no es un lujo, sino que es una forma de estar en el mundo. Y por ello, nos recuerda que crear es también resistir. Y que hay colores que, aunque no estén en la paleta, nos representan a todos.