Misión: matar a Carrero

JAVIER M. FAYA (SPC)
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Cuando se cumplen 40 años del asesinato del almirante y 'delfín' de Franco, todavía quedan muchas incógnitas por despejar, como el presunto apoyo de Estados Unidos a los etarras

Misión: matar a Carrero

Se cumplen hoy 40 años del asesinato del almirante Luis Carrero Blanco, el delfín del general Franco, y sobre cuya muerte existen aún muchos interrogantes. Hay, como insiste el periodista Manuel Cerdán, que publicó recientemente el libro Matar a Carrero: La conspiración (Plaza & Janés), «demasiadas páginas en blanco o con tachaduras». Yes que, a su juicio, resulta sospechoso que una treintena de etarras se paseara por Madrid durante más de un año y nadie del Ministerio de la Gobernación, de las Fuerzas de Seguridad, de los servicios secretos, de la Jefatura del Estado, del Ejército o del Gobierno se diera cuenta de los planes de la banda. Sobre todo, porque ETA cruzaba las fronteras históricas del País Vasco por primera vez y se instalaba en Madrid para perpetrar el magnicidio sin infraestructura.

Con todos estos datos, resulta difícil imaginar cómo se pudo llevar a cabo tan espectacular atentado -Operación ogro-, del que quedará para la posteridad la imagen del coche en el que viajaba el presidente del Consejo de Ministros de España, un Dodge 3700 GT, volando por los aires y cayendo en la azotea de un edificio anexo a la iglesia de San Francisco de Borja, donde había asistido a misa momentos antes. 100 kilos de explosivos estallaron bajo el paso del vehículo que cruzaba, como todas las mañanas, por la calle Claudio Coello.

Este inflexible horario fue lo que condujo a la muerte a un hombre que, según este experto, hubiera ralentizado la Transición. «Las Cortes no se hubieran hecho el harakiri con tanta celeridad. José Ignacio San Martín, el hombre fuerte de los servicios secretos del almirante, afirmó tras su muerte que a Carrero no le habría temblado el pulso si se hubiera visto obligado a sacar el Ejército a la calle».

Son muchos los que han señalado al Gobierno de EEUUcomo colaborador necesario de los terroristas, que, según diferentes investigaciones realizadas, cometieron una gran cantidad de errores durante los 18 meses que permanecieron en la capital. Se especula con que Washington veía en Carrero un estorbo para su política exterior. De hecho, no permitió a la primera potencia mundial el uso de las por aquel entonces cinco bases de la OTANen el territorio nacional -Rota, Morón, Zaragoza y Torrejón de Ardoz- durante la Guerra del Yom Kipur. Este desafío sucedió en octubre de 1973, tan solo dos meses antes del crimen.

Quizás en los norteamericanos esté la clave. Ya resultaba sospechoso, con las impresionantes medidas de seguridad de que disponía su embajada, que se produjera a solo 200 metros un cráter de 12 metros de diámetro  por siete de profundidad. Pero hay otro dato. En 2008, se desclasificaron archivos del Departamento de Estado norteamericano. Reza así uno de ellos:El mejor resultado que puede surgir sería que Carrero desaparezca de escena, con posible sustitución por el general Díez Alegría o Castañón. 

Todos estos datos, incluidos algunos hilarantes -como la carta de un terrorista a su madre con dibujos-, son fruto de dos décadas de investigación de este profesor de Periodismo, que analizó de forma minuciosa las más de 3.000 páginas del sumario, hasta ahora reservado, y conversó con muchos de los implicados, algunos relacionados con clanes del franquismo que querían posicionarse cuando el Caudillo falleciera. Lamentablemente, no ha podido dar con La sombra, como él le llama, que facilitó a terroristas y a americanos las costumbres del de Santoña.

arias navarro. En una especie de teoría de la conspiración, Cerdán ve a Carlos Arias Navarro, que sustituyó al almirante y ejerció como presidente del Gobierno hasta el 1 de julio de 1976, como el principal sospechoso de la muerte de éste. «No movió una mano para encontrar a los inductores y colaboradores necesarios del magnicidio. Todo lo contrario, puso pegas para que los jueces investigaran. Quien había sido ministro de la Gobernación, responsable de la seguridad, ya convertido en jefe del Ejecutivo, en lugar de perseguir con mano dura a los asesinos y cómplices echa tierra sobre la verdad. Algo muy sospechoso. Habría que acudir al quid prodest de los romanos, a quién beneficia la muerte de Carrero Blanco, que había sido avisado días antes de que era objetivo de ETA, para entender esa política de absentismo y desidia». «Argala   -flaco en euskera- fue el jefe del comando, apretó el detonador pero otros le guiaron».

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Recordaba otro periodista, Alfonso Ussía, cómo veía de niño a Franco pescar casi sin escoltas cerca de San Sebastián, «y lo fácil que hubiera sido matarle». «Y tiene razón. Yo me hago esa misma pregunta en las conclusiones del libro. Creo que a los conspiradores les molestaba más Carrero que Franco, que estaba en su recta final», asevera Cerdán.