Pinceladas táuricas y anecdóticas en torno a la Vaquilla

José Vicente Ávila
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Pinceladas táuricas y anecdóticas en torno a la Vaquilla

Inmersos en la celebración de la Vaquilla de San Mateo, en el 846 aniversario de la Reconquista de Cuenca por el Rey Alfonso VIII, que dio a Cuenca tierras y Fuero, rescatamos unas pinceladas táuricas y artísticas, además de curiosas anécdotas en torno a esta fiesta tan popular y genuina de nuestra ciudad, que celebramos en las fechas finales del verano, con el día 21 como cierre de fiesta.

Los comienzos del Siglo XX fueron ciertamente convulsos para el espectáculo taurino, pues ya había voces en contra y fue en febrero de 1908 cuando el ministro La Cierva promulgó la prohibición de torear a las mujeres y de realizar capeas y encierros, de tal manera que en Cuenca no pudo celebrarse la Vaquilla durante 14 años desde 1908 hasta 1921. 

En 1905, el día 20 tuvo lugar una celebración en la Catedral con una solemne función religiosa en honor de San Mateo, con asistencia de la Corporación Municipal, acompañada de la Banda de Música. En ese acto, el Coro dirigido por Julián Ortiz, organista de la Catedral de Orense, y natural de Villalba del Rey, interpretó la misa de Zubiarre, que en aquella época suponía todo un acontecimiento.

Por la tarde se celebró la tradicional 'corrida de vacas enmaromadas', según El Correo Católico: «La Plaza Mayor estaba animadísima y los balcones convertidos en apretados ramilletes de mujeres hermosas. Afortunadamente no hubo que lamentar incidente alguno». Dos años después, en 1907 se celebraba la última vaquilla previa a la prohibición ministerial: «Ayer tarde, festividad de San Mateo, tuvo lugar en la Plaza Mayor la tradicional corrida de vacas enmaromadas. Hubo los acostumbrados revolcones sin consecuencias».

Con la prohibición de las vaquillas la festividad del 21 de septiembre quedó relegada a la misa en la Catedral. En esos años los aficionados se conformaron con ir a los toros en la plaza de la Perdigana o en la de Caballer, a partir de 1913, en los días de San Julián, y echaban de menos la costumbre de correr la vaca. En mi Pregón de 1989 señalé que para los conquenses es una fiesta táurica, palabra que sin yo saberlo entonces había utilizado el escritor Florencio Martínez Ruiz en su artículo Vaquillas de Cuenca, de 1960, en el que escribía que «cada conquense vive en estos días de septiembre la apoteosis táurica porque lleva dentro de sí un maletilla –frustrado o sin frustrar– con tradición y fama».

La fiesta de la vaquilla dejó de prohibirse en 1922, noticia acogida con inmensa alegría, pues en las fiestas de San Julián tampoco había toros desde 1921, ya que a la plaza de Caballer le fallaban los cimientos. La buena nueva llegó en las vísperas de San Julián y la prensa local lo resaltaba así: «Vuelve a resurgir un festejo típico, tradicional, de honda raigambre popular, no presenciado aún por quienes esto escriben, pero altamente loado por sus más decididos partidarios y entusiastas. Tal es la vaca enmaromada. Este espectáculo, que gobernantes previsores suprimieron con recio tesón promovedor en sus días remotos de apasionamiento y oposición, tiene para los que no lo han visto, con sus propios ojos, un ardoroso interés y no escasea de originalidad quien al resucitarlo en la época actual, se rinde al halago popular sirviéndole un plato de su gusto».

Pero no todo fue un camino de rosas, ya que se lió una buena como bien recogía La Voz de Cuenca: «En la tarde del día 21, durante la fiesta de la tradicional vaquilla, ocurrió en la anteplaza un lamentable suceso que pudo tener fatales consecuencias, del que fue protagonista uno de los maromeros llamado Nicolás Pérez. El maromero introdujo a viva fuerza una de las vacas en el vallado construido ante la antigua 'Tienda Asilo', ocupado exclusivamente por mujeres y niños. Se refería a la puerta de las 'Blancas', congregación que llegó a Cuenca en 1945 y por tanto se trataba de un local cedido al entonces cercano Asilo de Ancianos de la Merced. 

«La presencia del cornúpeto produjo tan espantosa confusión, que muchas personas rodaron por el suelo siendo pisoteadas por la muchedumbre que, loca de terror, pretendía ponerse a salvo». Además de varias personas que recibieron contusiones, resultó con una herida en el muslo derecho, producida por uno de los cuernos de la vaca, la joven de 19 años, María Alberto Gómez, hija del sereno municipal Nicolás Alberto Moragón.

Publicaba La Voz: «Al darse cuenta el público de tamaña salvajada, pretendió linchar al autor, lo que pudo evitarse a costa de grandes esfuerzos por las fuerzas de seguridad y de la Guardia Civil, de servicio en la Plaza Mayor, las que condujeron detenido al maromero Nicolás Martínez, a la cárcel, a disposición del gobernador militar», pues acababa de entrar el Directorio militar y el castigo era por tanto más severo.

Un huésped de honor. En el año 1962 el Ayuntamiento de Cuenca, que entonces presidía Rodrigo Lozano de la Fuente, tuvo una excelente iniciativa al tener como huésped de honor el día 21 de septiembre al Ayuntamiento de Tarancón, hasta el punto de que a la hora de devolver el Pendón Real por parte de la Corporación municipal al Cabildo, estuvo acompañada por la Corporación taranconera que presidía el alcalde, Carlos Cano. La Bandera Real de Alfonso VIII fue portada por el concejal más joven, que en 1962 era Bienvenido Martínez Navarro. 

¿Cuál fue el motivo de que el Ayuntamiento de Tarancón fuese el huésped de honor el tan especial 21 de septiembre? Pues sencillamente para dar gracias a la ciudad de Cuenca por la presencia de la Patrona y Alcaldesa de Honor, la Virgen de la Luz, como madrina de honor en la histórica coronación de la Virgen de Riánsares en Tarancón, el 7 de septiembre de ese año 1962. Fueron actos de solemne confraternización y entendimiento entre Cuenca y Tarancón, cuyos lazos deben permanecer estrechamente hermanados.

El obispo y el Pendón. Hablando del traslado del Pendón, se produjo un hecho relevante en 1996. El 21 de septiembre pasó a los anales de la historia matea como el año en el que el entonces obispo de la diócesis, Ramón del Hoyo López, presidió la devolución del Pendón Real de Alfonso VIII por parte de la Corporación. El dato histórico también tiene su anécdota, ya que al partir la Corporación bajo mazas, con dirección a la Catedral, el alcalde y los munícipes se encontraron que no había ningún miembro del Cabildo esperando a la comitiva, con lo que la procesión cívica siguió su recorrido hasta el Coro. Sería el entonces maestro de ceremonias, Navarro Saugar, quien pidiese a la comitiva oficial que volviese de nuevo hasta la puerta para solemnizar el acto.

Ese día era sábado y la Corporación, presidida por el alcalde, Manuel Ferreros, había partido bajo los arcos unos minutos antes de las diez y media; el Cabildo, que acababa de dejar la capilla Honda tras sus rezos, se revestía en la sacristía con ornamentos encarnados. Con solemnidad partió la procesión de los canónigos por el interior de la Catedral, con el prelado Ramón del Hoyo, hasta llegar a la puerta donde estaba situada la comitiva, con el concejal más joven, Carlos Rodríguez, enarbolando la bandera real que devolvió al canónigo obrero García Langa. El cortejo, con el acompañamiento de las Peñas, se dirigió hasta la capilla de San Mateo donde quedó el Pendón, para seguir hasta el Altar Mayor. El nuevo obispo quiso realzar con su presencia este momento tan importante que simboliza la Reconquista de Cuenca en 1177.