Las modelos Judit Masco, Laura Ponte, Nieves Álvarez, Verónica Blume, Martina Klein y Laura Sánchez pisaron fuerte, muy fuerte, las pasarelas. Eran los 90, los mismos años en los que en el mundo reinaban Claudia Schiffer y Naomi Campbell. Era un tiempo en el que la moda exhibía su poderío, pero escondía soledad, trastornos alimenticios y drogas. Ahora, tres décadas después, las seis maniquíes españolas desgranan en el libro Supermodelos su periplo hasta llegar a ser míticas.
«Hemos amado la moda y la seguimos amando, pero para muchas de nosotras ha sido una máquina de tortura disfrazada de purpurina», cuenta Martina Klein (Argentina, 1976) en el volumen que propone Luis Sala. Y es que «la industria las vendió como supermujeres. Estaban en todas partes. Los adolescentes llevaban sus fotos en su carpeta de colegio», explica Sala.
Judit Mascó (Barcelona, 1969) ahonda que detrás de «ese momento guay» hay «soledad» y «media vida en aviones y trenes».
La catalana comenzó haciendo los catálogos de pijamas de la mercería del barrio. Su salto a la fama llegó con la portada en la revista americana Sport Illustrated, trabajo con el estuvo de gira por Estados Unidos. Viajaba en limusina, se alojaba en superhoteles. Su caché se disparó y llegaron las sesiones de fotos con el mítico Steven Meisel junto a Claudia Schiffer.
La relación de Mascó y Meisel terminó mal. El fotógrafo la quería con flequillo. El peluquero cortó, pero a Meisel no le gustó el resultado. «Me sentí ofendida como profesional y como mujer. Gritaba 'quiero que me diga que me ha hecho cortarme el puto pelo y que ahora no le gusto'», cuenta la modelo que recuerda este episodio como uno de los más feos de su carrera.
Champán para desayunar
«Laura (Ponte) y yo éramos bichos raros. Disfrutamos, pero no tanto como otras», cuenta Verónica Blume (Alemania, 1977), que participó en el concurso Supermodel of the World en Estados Unidos impulsada por su padre.
Ganarlo le obligó a instalarse con 16 años en Nueva York. «Adiós a mi novio, a mis amigos, a ser una adolescente. Me pesaban a diario, me controlaban lo que comía. Ahí empecé a esconder comida, a desarrollar bulimia y a fumar como un carretero», cuenta Blume.
«Mientras nacía la supermodelo, me estaba metiendo en un agujero de autodestrucción que duró 10 años», confiesa la exmodelo, que reconoce que fue una época en la que el «Moët&Chandon corría desde las diez de la mañana». «Un vez me encontré en una limusina con Jack Nicholson bajando por Broadway con una borrachera descomunal y vomitando por la ventanilla. Era una cría», lamenta.
En Punta del Este (Uruguay), Blume, con 17 años, convivió días con Naomi Campbell. La parte de arriba con suites, la de abajo con habitaciones de servicio. «¿Quién ocupó toda la parte de arriba?, Naomi. No quise pelearme con ella (...) Se gastaba una mala hostia... No he conocido a una persona más excéntrica ni explosiva en mi vida», cuenta la modelo. Temperamento del que también da fe Nieves Álvarez (Madrid, 1970). En el último desfile de Yves Saint Laurent en París, Campbell se encaprichó del abrigo que tenía que lucir Alvárez: «No tienes nada que hacer, lo quiere llevar Naomi, me dijeron».
Vanidad y chulería
Era una época de ostentación sin tapujos, «cobrábamos barbaridades», cuenta Blume, que tras su paso por Nueva York se instaló en París en un piso compartido con otras modelos, propiedad de Jean-Luc Brunel, a su vez, propietario de la agencia Karin.
«Yo tenía una habitación, pero había mucho trasiego de chicas, fiestas y movimientos extraños. Mi vida en París se acortó por el mal rollo que tenía con él. No he tenido dramas que lamentar después. Sí que ha habido hombres babosos, pero en el caso de Brunel no me molaba su moneda de cambio, ni el control que ejercía», cuenta Blume, que sabe que este hombre fue inculpado en un caso de abusos.
«Siempre he preferido hacer fotografía (...) La pasarela me horroriza, todos esos ojos mirándome. Lo pasaba fatal», explica Laura Ponte (Vigo, 1973), que ha trabajado con Richard Avedon y 1996 fue la modelo mejor pagada del mundo.
Ponte ha vivido situaciones en las que se ha sentido «como un trozo de carne». Una fue para Elle Francia. «El fotógrafo era un borracho y no me gustó cómo me trató. Me encerré en el salón de maquillaje, tuvo que venir mi agente». La segunda, en Nueva York, el 11-S. «El fotógrafo no canceló el trabajo hasta mediodía. Veíamos cómo se caían las torres y no podía ni secarme las lágrimas».