El anunciado giro del PP hacia la moderación cumple un mes en el que los de Pablo Casado no han acabado de despegarse de Vox, con los que han pactado en Andalucía y negocian en Madrid, y tampoco han rebajado la dureza de sus críticas al Gobierno, que ahora dirigen también al partido de Santiago Abascal.
En Génova asumen ya que la legislatura será larga y, por ello, se fijan dos retos: erigirse como la opción moderada que capitalice el descontento de una España en crisis y volver a aglutinar los votos de la derecha en torno a sus siglas, minimizando el mordisco de Vox.
Con este último objetivo, el líder de los populares ofreció un discurso en la moción de censura en el que hacía patente, para disgusto de un afectado Abascal, su divorcio con la formación derechista. Buscaba Casado con sus duras palabras situarse en el centro orillando a sus contrincantes y colocando a Vox en el extremo, acusándole de polarizar a la sociedad, como también hace con PSOE y Unidas Podemos. «Con 400 muertos al día en esta pandemia, cuatro millones de parados (...) lo que menos importa a la gente es lo que pasó en España hace 80 años (...) si somos la Europa que quería Hitler hace 80 años, es irreal», afirmó el conservador esta misma semana.
Retornar al PP a La Moncloa es una tarea compleja que no tiene «solución fácil», explica el politólogo y profesor de la Carlos III Pablo Simón, aludiendo a la rotura de la derecha en una «doble perspectiva», cultural, con sectores más conservadores, y territorial. Y es que, Vox actúa como repelente para alianzas con los nacionalistas.
Para el experto hay un aspecto donde el PP saca ventaja y que debería ser clave en su búsqueda del votante: la gestión, que es una asignatura pendiente para Vox y en parte también para Ciudadanos, segundo en coaliciones donde el socio pequeño pierde protagonismo.
«Ellos sí pueden vender que gestionan mejor las cosas del comer», señala Simón, que recuerda que el debate económico es cómodo para Génova, más que la discusión sobre derechos sociales -feminismo o derechos LGTBI- o de identidad y memoria histórica, donde el PP ha «comprado el consenso básico», por lo que a su derecha «le presionan» a y su izquierda le acusan de ser muy «tímido».
Además, en los temas culturales hay que «mojarse», mientras que en la gestión «puede haber un votante menos ideologizado que simplemente quiere castigar al Gobierno y que en el grupo popular tiene una salida posible».
Pactos con Bildu
Precisamente, en busca de los ciudadanos cansados del Ejecutivo de coalición, los de Casado han redoblado en las últimas semanas -desde la moción de censura- la dureza de sus ataques contra el Gabinete de Pedro Sánchez. En este sentido, Casado ha enarbolado la bandera de las víctimas del terrorismo, asegurando que los pactos con Bildu perseguirán al presidente del Gobierno «toda su vida» y, al tiempo, ha iniciado una ofensiva contra la reforma de Educación, la llamada ley Celaá.
A los populares les benefician, además, las grietas de un Ejecutivo de coalición que enlaza polémicas internas sin solución de continuidad entre los miembros socialistas y los de Unidas Podemos; las posibles equivocaciones en las repuestas gubernamentales en la pandemia; y la crisis económica, porque cuando las finanzas de los ciudadanos no van bien, siempre se mira hacia La Moncloa como culpable de los males, incluso en tiempos de coronavirus.
«El PP va a intentar capitalizar ese descontento», vaticina Simón, que no considera que la responsabilidad del partido al frente de cinco autonomías -Madrid, Andalucía, Galicia, Castilla y León y Murcia- pueda agrietar esta táctica.