No, no me refiero a las pinturas de tus hijos… me refiero a la comida de colores vivos. ¿Sabías que lo que pones en tu plato puede ser tu mejor escudo frente a la enfermedad? Los antioxidantes son esas pequeñas grandes moléculas que nos ayudan a neutralizar los radicales libres, unos compuestos inestables que se generan en nuestro cuerpo de forma natural, pero que también aumentan con el estrés, la contaminación, el tabaco, el alcohol o una mala alimentación.
Si se acumulan más de la cuenta y no conseguimos eliminarlos, nuestras células empiezan a oxidarse, como una manzana que se pone marrón al cortarla y dejarla al aire. A eso se le llama estrés oxidativo, y está detrás del envejecimiento prematuro y de muchas enfermedades crónicas como la diabetes, problemas cardiovasculares, deterioro cognitivo o incluso algunos tipos de cáncer.
Es por ello por lo que escuchamos el poder de los alimentos ricos en antioxidantes. Cuando te digo que comas frutas y verduras de colores vivos, no te lo digo por estética, sino por salud. Los colores intensos (rojo, morado, naranja, verde oscuro...) nos dan pistas sobre su contenido en antioxidantes como los polifenoles, la vitamina C, los carotenoides o la vitamina E. Cuanto más variado y colorido sea tu plato, más defensa para tus células.
¿Dónde los encuentras? En los frutos del bosque (arándanos, moras o frambuesas); en verduras como el brócoli, las espinacas o los pimientos; en especias como la cúrcuma, el jengibre, la canela o el romero; en el cacao puro y en el té verde. Y sí, todo esto está respaldado por la evidencia científica: numerosos estudios han asociado una dieta rica en antioxidantes con menor incidencia de enfermedades crónicas, mejor calidad de vida y mayor longevidad.
Así que ya sabes, si quieres cuidarte por dentro, come colores. Tu cuerpo lo nota, tus células lo agradecen y tu salud a largo plazo te lo devuelve. Y si encima disfrutas del sabor, mejor que mejor.