Carmen Diamante, compañera de Lorca

Luz González
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Carmen Diamante, compañera de Lorca

Carmen Diamante es una de las mujeres conquenses que respiró el aire de libertad que trajo la República a nuestro país. Nació en Alicante en 1922 y estudió Filosofía y Letras en Madrid.  Su relación de Cuenca le viene por su familia, ella y sus hermanos pasaban largas temporadas en casa de sus tías Esther y María, que vivían en la calle Andrés de Cabrera. Después de casada, establecerá su residencia en nuestra ciudad junto a su marido, el doctor Cerrada, y aquí residirán hasta el fallecimiento de ambos.

También residió en Cuenca uno de sus hermanos, el abogado Fernando Diamante. Juan, el mayor, que había hecho la carrera de ingeniería en Madrid, llegaría a ser Director General de Carreteras, como el padre. Julián, también ingeniero, estuvo muy relacionado con los intelectuales republicanos de izquierdas como Carlos Gurméndez, quien escribió su necrológica en El País. Julián escribió un libro sobre sus experiencias en la guerra, publicado con introducción y notas de su hijo, el director de cine Julián Diamante, titulado De Madrid al Ebro. Mis recuerdos de la guerra civil española, del que extraigo información sobre Carmen y su familia en aquellos años.  

Durante la guerra su hermano Fernando, que residía en Cuenca con sus tías, aquejado de tuberculosis, se enroló en las milicias conquenses para defender la República. Casi todos los miembros de esta familia progresista y liberal compartían los valores republicanos, especialmente la necesidad de la educación del pueblo. Este era el objetivo de La Barraca, el grupo teatral creado por García Lorca para llevar la cultura a la población rural, del que Carmen Diamante formó parte, a través de su hermano que formaba parte de la FUE, Federación Universitaria Española. Hay un artículo suyo en la Retama, revista de la escuela de Magisterio de Cuenca, titulado Recuerdo, en el que hace memoria de aquel tiempo. Transcribo literalmente el primer párrafo con el que comienza el artículo: 

«Me rogáis que os hable de Federico, aquel ser torrente de alegría, de alboroto, de risa contagiosa, al que después de cincuenta años lo recuerdo pleno de vida, estallante, al que no puedo imaginar, sí muerto –como él presentía–, pero no viejo, de la edad que ahora tendría, ni achacoso, ni enfermo; estoy segura que los pocos que quedamos de La Barraca le añoramos como cuando aparecía en los ensayos, fuerte, moreno y tan delicado, indicando cómo había que mover las manos o tocando el viejo piano que había en un rincón del escenario del 'María Guerrero' en donde una tarde, él solo, vestido con el mono azul, uniforme de La Barraca, y sentado en una silla de anea, con los brazos en el respaldo, leyó La tierra de Alvar González en homenaje a Machado. El escenario estaba oscuro y él, en el ángulo izquierdo, bajo el único foco, era una antorcha de lirismo emocionado, conmoviendo con sus variaciones de voz a todo el auditorio» (Diamante,1985, pág. 13) 

Carmen había ingresado en La Barraca en 1933 como actriz y permaneció en ella hasta su disolución cuando estalló la guerra en 1936. Participó la representación de los Entremeses de Cervantes, de El Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, y de varias de Lope de Vega: Peribáñez y el comendador de Ocaña, Fuenteovejuna, etc. 

En Madrid vive el rico ambiente acultural que impulsó la República. Asiste al estreno de Yerma en el Teatro Español, dirigido por Rivas Cherif, el cuñado del presidente del gobierno Manual Azaña, que también estaba en un palco del teatro junto a su esposa Lola. Recuerda el escenario repleto de claveles rojos que le habían lanzado los espectadores a la actriz protagonista, Margarita Xirgu. Y también recuerda que Lorca, a pesar del éxito, no estaba muy satisfecho. «Nos acercamos a felicitarle tres chicas, y ante nuestro entusiasmo nos dijo: No estoy contento porque han hecho del estreno un motivo político, sabéis que soy liberal y antifascista, pero no me gustan los extremismos. ¡Y a este hombre lo asesinaron por rojo!». 

La última vez que se vieron Lorca y ella fue en junio de 1936, en Madrid, en la calle del Príncipe, la misma en la que está el Teatro Español, en la que hoy hay una estatua de Lorca sujetando con su mano una paloma. Los dos se despiden, Carmen le dice que se va para Cuenca y el poeta le contesta: «Cuenca, la del río verde y las altivas rocas, un día volveré». 

Ni Carmen pudo venir ese año a Cuenca ni Federico pudo hacerlo nunca más, a los pocos días, antes de terminar el verano, lo asesinaron en Granada, en casa de los amigos falangistas a donde fue a buscar refugio. Carmen, en vez de venirse a la casa familiar del casco antiguo, se quedó en Madrid como 'miliciana de la cultura', en el hospital de Sangre instalado en el Casino de la Gran Vía madrileña. Escribía cartas de los soldados heridos a sus familiares y les daba información sobre ellos. 

En Del Ebro a Madrid, Julián Diamante nos da algunos datos biográficos de su hermana y del que llegaría a ser su cuñado, el doctor José Cerrada: «Mi hermana Carmen al comenzar la guerra se incorporó como enfermera a la Cruz Roja y fue destinada al hospital de sangre instalado en los locales del Casino de Madrid. Un día trajeron allí, desde la parte de Guadalajara a un teniente médico de carabineros con una perforación de estómago al que daban por desahuciado. Le pusieron en un cuarto aparte, para que acabase tranquilo, y asignaron su cuidado a Carmen. Gracias a su robusta constitución y a los cuidados de que fue objeto, José Cerrada se salvó y, cuando mi padre fue trasladado a Valencia, Carmen le dijo que ella se quedaba en Madrid porque iba a casarse con su paciente». 

Su padre murió en la cárcel y sus hermanos fueron acusados de ayudar a la rebelión y también encarcelados. Juan, director general de carreteras, Julián y Fernando, que formó parte de las milicias conquenses en el Frente de Guadarrama. También su marido y ella pasaron por el proceso de depuración política. 

En la postguerra, se vinieron a vivir a Cuenca, donde vivía la mayor parte de la familia de Carmen. El doctor Cerrada abrió una consulta privada como médico, que adquirió mucho prestigio y gran número de pacientes. Carmen se dedicó al trabajo voluntario en la Asociación de Lucha contra el Cáncer, en la que fue presidenta durante muchos años y a participar en las actividades culturales de la Cuenca del momento. Carlos de la Rica y Enrique Domínguez Millán la recuerdan en sus publicaciones y hablan de las reuniones en su casa, en la carretera de la playa, como foco cultural. Como también lo fue su presencia en las tertulias del café Colón.