Para completar este álbum de imágenes, que a lo largo de estos artículos se ha ofrecido a los lectores, deben añadirse algunas referencias sobre la abundante producción de grabados que, empleando diversas técnicas, se han elaborado en torno a la figura del santo prelado. La variedad y número de estas obras, destinadas tanto a ilustrar libros biográficos, novenas, estampas e incluso protocolos notariales es tan cuantiosa, que excede los límites de un artículo de prensa.
Por ello sólo se citarán los más significativos, comenzando por uno de los más antiguos, cuyo original reposa en el Archivo Diocesano de Cuenca, realizado por Juan de Noort, (1587-1652) en Madrid en 1632, en el que se representa el tránsito de San Julián. Otras obras se conservan en la Biblioteca Nacional y en los fondos del Museo del Prado, bien como ejemplares independientes o en las ilustraciones contenidas en las hagiografías del Santo.
Destacan los grabados de Antonio Palomino y Velasco (1655-1726), los de Josef Ximeno (1757-1818), el de Antonio Banzo (1777-1859) grabado en Roma en 1845, y que incluye como fondo paisajístico la Catedral de Burgos, el de Braulio González, mostrado en un artículo anterior, así como la lámina del grabador Juan Antonio Salvador Carmona (1740-1805), con dibujos de Antonio González Velázquez (1723-1794), de su serie Flos Sanctorum, en la que se representa el tránsito de San Julián, conservada en el Museo del Prado.
En esta pinacoteca también se guarda el dibujo del tránsito del Santo imaginado por el renombrado pintor Mariano Salvador Maella, (1739-1819). Hace unos 15 años, se subastó, por más de 36.000 euros una pintura de este artista: un óleo sobre cobre, de unos 22 cm, en el que aparecía el santo obispo revestido de pontifical junto a Lesmes vislumbrando la gloria eterna. Además, la figura del Santo ha sido imaginada por plateros y orfebres, que han elaborado medallas a petición de miembros del clero y de las cofradías. Algunas pueden verse en las fotografías incluidas en las publicaciones sobre San Julián de Jiménez Monteserín, Pedro Izquierdo, Dimas Ramírez o Rogelio Sánchiz.
Por último, retornando nuevamente a las representaciones en lienzos, tablas y murales, comentaremos tres 'imaginaciones' sobre la figura del santo poco conocidas. La primera es una pintura que recrea a un San Julián cestero, subastada hace unos años, y cuyo paradero actual se desconoce. Se trata de una obra, atribuida a Miguel Jacinto Meléndez (1679-1734) pintor de Cámara del rey Felipe V, quien al final de su vida se dedicó a la pintura religiosa, con murales en algunas iglesias importantes y obras de pequeño formato, como la dedicada al santo obispo de Cuenca, quizá una de las últimas creaciones de uno de los pintores más importantes del barroco madrileño.
La segunda, dos pinturas murales, ubicadas en el frontal de la iglesia- panteón de la familia De la Cuba y Clemente, en Molinos de Papel, en las que se representa san Julián y Lesmes en una cueva, y el tránsito del santo, ambas realizadas por el pintor Manuel Domínguez Sánchez, fallecido en Cuenca en 1906 al acabar este trabajo, y no, como se apunta erróneamente en la página web del Museo del Prado, tras decorar una capilla en la catedral de Cuenca.
Este magnífico pintor, con varias obras en los fondos de El Prado, fue un reconocido muralista, que intervino en el ornato de paredes y techos de varios palacetes madrileños y del Ministerio de Agricultura en Atocha, así como en la decoración de la basílica de San Francisco el Grande de Madrid. Fue contratado por Doña Gregoria de la Cuba, para la que realizó un espléndido retrato, además de los murales de la iglesia-panteón de Molinos. Está enterrado en el cementerio de Cuenca, en una sepultura ornamentada con la escultura de su busto en bronce realizada por Mariano Benlliure en 1918.
Por último, unas líneas para ubicar un cuadro de bella ejecución, del siglo XVII, de 100x79 cm, en el que aparece un San Julián muy joven, vestido con traje clerical escuchando con atención a su servidor Lesmes, una composición singular dentro de la iconografía del danto, que imagina la conexión y confianza entre el prelado y su ayudante. Aunque los nombres de los dos personajes aparecen sobreimpresos, el autor identifica al Santo mediante su característica cestilla, que en este caso contiene unos panecillos, probablemente para evocar la caridad que practicó, tal y como puede apreciarse en la fotografía adjunta.
Por medio de estos artículos se ha tratado de entresacar del telar del tiempo uno de los 'hilos maestros' en la urdimbre de la historia conquense, fijando la atención en algunas 'imaginaciones' sobre la figura de San Julián, ejecutadas por renombrados artistas en los últimos 500 años con el propósito de resaltar la proyección espacio-temporal de su figura.
Una proyección que, desde mi punto de vista, y sin entrar en otras consideraciones difíciles de estimar como su legado espiritual, del que se dará cuenta en el próximo y último artículo, quizá no sea superada hasta ahora por ningún personaje ligado a la historia conquense.