Querido lector, en esta última semana, previa a las merecidas vacaciones, me voy a permitir abandonar la reflexión sobre lo local para adentrarme en aquello que, no por ser general, deja de afectarnos. Cada cuatro años, más o menos, ejercemos el derecho al voto. Este es el único momento en que podemos influir, de una manera efectiva en lo que queremos sea nuestro país, nuestra tierra. Una vez que hemos elegido a quienes nos proponen (para otro día analizaremos las condiciones en que podemos elegir a uno o a otros), dejamos en sus manos la responsabilidad de gestionar los recursos comunes, de asentar las bases para que podamos vivir en unas condiciones dignas y seguras con independencia de nuestra ideología, credo, sexo o nacionalidad. Quizá por aquello que decía la semana pasada del mito de Peter Pan, siempre he creído en la sencillez de las cosas, en la voluntad de servicio generalizada del que decide dedicar su vida (o al menos parte de ésta) al bien común. Lo malo es que esa ilusión o esa creencia dura lo que un hielo en un whisky on the rocks, que decía D. Joaquín.
A las palabras llenas de buenas intenciones con las que nos intentan convencer unos y otros de que su opción es la buena y que ahora sí es el momento en el que se pone en el centro a la persona, le siguen un cúmulo de realidades que, como un buen partido de ping-pong, confluyen en un intercambio de golpes dialécticos ejemplificador del «y tú más». En este clima ya no se intenta demostrar que su gestión es la que más necesitamos para avanzar como estado, ya no se intenta adoptar las medidas correctoras de todo aquello que genera pobreza e infelicidad a una sociedad cada vez más polarizada y desligada de los tradicionales poderes que estudiábamos en nuestro bachillerato. Hoy, pocas son las noticias que encuentro en las que nos informen de las medidas adoptadas para que lleguemos un poquito más tarde a fin de mes, de las leyes aprobadas y puestas en marcha para que un chaval de Cuenca tenga las mismas oportunidades que uno madrileño del que solo le diferencia el lugar de residencia o de las decisiones en relación con el cuidado de nuestros ancianos que, en muchos casos, son internados en centros que tienen toda la buena voluntad del mundo pero unos recursos escasísimos.
Ante cualquier noticia, por escabrosa que sea, lo inmediato es demostrar que los demás también cometieron errores incluso mayores de los que se han producido en este instante. El arte del navajazo dialéctico, el buceo indiscriminado en la hemeroteca vital del protagonista o la opacidad en lo negociado son los valores que nuestros gobernantes desarrollan en cuanto son elegidos sustituyendo, sin ningún tipo de reparo, aquella voluntad que manifestaron como razón de su intención de servicio público.
Será que necesito las vacaciones 'tribuneras', pero ojalá que, a la vuelta, encontremos este clima depurado. Por la tranquilidad de todos. Buen verano, querido amigo.