La caída de Boris Johnson constituye un ejemplo más del detrito del populismo que arraigó en la política internacional durante la segunda década del siglo. Viene precedida de otras, como la del expresidente norteamericano Donald Trump o la del Movimiento 5 estrellas, en Italia, pero la erosión de la figura del ya ex primer ministro británico tiene un impacto mucho mayor para la política europea. Y también tiene lecturas diferentes.
La primera, que la política efectista, visceral y huera no es patrimonio de una ideología concreta. Johnson consiguió el mejor resultado para el Partido Conservador británico en las tres últimas décadas, pero el desgaste lo ha sufrido él en primera persona, como se ha venido escribiendo con cada dimisión de la cadena de renuncias que han hecho insostenible su continuidad como inquilino de Downing Street. El populismo se nutre de la figura de un líder que atesora el protagonismo en primera persona para contraponerlo al sistema. Es siempre tangencial y persigue importantes vetas de votantes que no están al alcance de la política 'ortodoxa'. Cuando cae el líder, cae la verdad a plomo sobre las vergüenzas de su gestión, que en el caso de Boris Johnson han sido incontables.
Quien fuera alcalde de Londres y ministro de Asuntos Exteriores traicionó a sus mentores políticos para llegar a lo más alto. Una vez allí, tomó decisiones indecentes (como el cierre de Westminster para evitar ser reprendido), erosionó las instituciones (la Corona inglesa, nada menos, y el Parlamento decano del continente), y quiso violar los tratados internacionales que él mismo había firmado, caso del acuerdo sobre la frontera de Irlanda incluido en el Brexit. Eurófobo y nacionalista de arenga fácil, jamás tuvo más mérito que el de saber construirse un personaje que en su perfil más bufonesco encontró a las masas. También titubeó en la gestión inicial de la pandemia de covid y se emborrachaba en fiestas ilegales mientras los británicos se confinaban, por lo que su acierto más remarcable es el haber visto y medido con claridad las intenciones de Putin con la invasión de Ucrania. En definitiva, el adiós de Johnson es el de otro personaje que nunca fue tan virtuoso como cuando estaba equivocado.
El error, parcialmente enmendado ahora gracias a una rebelión interna sin precedentes, fue de los británicos, pero la lección queda para el mundo entero, como ya sucediera con el caso del citado Donald Trump. Cuanto más débiles son los líderes europeos, más se lamina el futuro de sus ciudadanos y más musculan las múltiples amenazas, algunas invisibles hasta que se consuman, que se ciernen sobre las personas. La política no es una broma. Para eso ya están los circos.