Pasión belenística conquense con añejos recuerdos navideños

José Vicente Ávila
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Pasión belenística conquense con añejos recuerdos navideños

Tengo que confesar que nunca sentí mucho afecto por el más que popular Papá Noel, pese a que sus mensajes y regalos ofrezcan enternecedoras imágenes entre la grey infantil e incluso mis nietos reciban 'su' regalo –el de sus 'lolos'– en la matinal navideña del 25 de diciembre, fun-fun-fun... Será porque mi niñez de los cincuenta de blanco y negro fue guiada por la Estrella de los Reyes Magos, y esa figura de luengas barbas blancas y vestido rojo, no pegaba ni tan siquiera en la película La gran familia, en la que el pequeño Chencho se pierde en una víspera de Navidad en la Plaza Mayor de Madrid, entre puestos de belenes y de castañas asadas. Vamos, que Chencho no se encuentra con Papá Noel, si acaso con algún 'sin techo' al que no le dan el aguinaldo. 

O con nuestro cinematográfico Plácido de Berlanga –que se pudo rodar en Cuenca y finalmente se hizo en Manresa–, que el pobre hombre quiere pagar la primera letra del motocarro antes de la puesta de sol del día de Nochebuena, mientras se gana unas pesetilla con su vehículo de tres ruedas orlado por la Estrella alargada de bombillitas, y en el que lo mismo cabe una cesta de Navidad rechazada, que un pobre fallecido por «sobredosis de pavo» de los que sentaban a su mesa los ricos en la campaña radiofónica peliculera.

En Cuenca, las campañas de Navidad las hacía Martín Álvarez Chirveches con su buen equipo de colaboradores, en la emisora de Radio Nacional de España en Cuenca, de la que era director. Aquel teléfono negro no dejaba de sonar mientras se subastaban objetos envueltos en papel casi de estraza, porque era un lujo el papel de regalo, entre ellos una gran zambomba de las que se hacían en la Casa de Beneficencia con los toneles de madera de las aceitunas. 

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Para hacer la zambomba en la ovalada cuba de madera de flejes metálicos, se colocaba una piel de conejo pelada con olor insoportable, después de dos días en un cubo con agua y ceniza; claveteada la piel tensa con orillo de pana en la circunferencia de la cuba, se le frotaba con ajo y se le colocaban unas cañas de los mangos de las escobas atadas con bramantes para que el sonido resultase más orquestal; el palo de la zambomba se cubría con cera derretida, y con un canutillo de paño se hacía sonar con un ruido ronco y toques característicos: run, run, run-run-run; algo parecido a los compases de los tambores de las turbas. 

A este sonido de la gran zambomba se unían los bombos y platillos, además de castañuelas, panderetas y los hierrecillos o triángulo. Se le conocía como El Orfeón Benéfico y recorría las calles de la ciudad en la tarde-noche del día 24, con el Arre borriquito y su letrilla de «los vecinos de Cuenca /quieren al Niño, quieren al Niñooooo / no hay mozo más salado / ni más hermoso, que este moceteeee...». Y dale que te pego a las zambombas y demás instrumentos: «¡Arre borriquillo, arre burro arre, / anda más deprisa / que llegamos tarde / arre borriquillo, vamos a Belén / que mañana es fiesta y al otro también!».

Era aquella Cuenca de los cincuenta-sesenta la del Belén-Chabola que se instalaba en la llamada entonces Plaza de Canovas, hoy Plaza de la Constitución, con los nazarenos sanjuanistas de Barrios. En aquella plaza, presidida entonces por la escultura del Pastor de las Huesas, de Marco Pérez, escondido desde hace años en la Hoz del Huécar, bajo las Casas Colgadas, aquel Belén-chabola llamaba a la solidaridad. O sea, como cada Navidad, así pasen cien años, que la solidaridad debe ser diaria. Algún año hubo, de idea genial, de colocar un Belén acuático en el Júcar, que se podía contemplar desde el Puente de San Antón. El Nacimiento de gigantes figuras, entre balsas, como esperando a los gancheros y desde la falda de Mangana, otros elementos del Belén ofrecían la imagen tan singular y única. Año hubo con Misterio en el Cerro del Socorro, y más recientemente la Estrella en el Cerro de la Majestad, donde en Cuaresma se instala el Calvario.

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En aquellos días navideños de la Cuenca que terminaba casi en la Ventilla y se estiraba por la plaza de toros hasta Las Quinientas, se escuchaba muy a menudo la marimorena con su ande, ande, que ya es Nochebuena. Cuentan las crónicas, y así lo recoge una guía histórico-legendaria de Cuenca, editada en 1972 por el Centro de Iniciativas y Turismo Juvenil de Cuenca, que el villancico La Marimorena procede de Cuenca. 

La historia, que resumimos, se remonta a la Navidad de 1702 y a la Misa del Gallo que se celebró en el convento de San Francisco, junto a la calle del mismo nombre cuando aún no se había construido el edificio de Diputación. Fue tal el alboroto de aquella noche, por parte de la 'chusma' con zambombas, tambores, panderos, rabel y almireces, que uno de los regidores de la ciudad, el conde de Cervera, se presentó con dos alguaciles, y al no poder evitar el silencio durante la misa, impuso una serie de sanciones, entre ellas a una mujer que, escondida en un confesionario, golpeaba con un martillo un caldero de cobre. 

Se llamaba María Moreno, natural de Alcantud y vecina del Castillo. Se le castigó a cien azotes que fueron rebajados a treinta y a asistir a la doctrina todas las semanas, aunque lo que peor llevó fue no poder tomar en un año bebidas alcohólicas. El suceso prendió entre los mozalbetes que, a partir de entonces, cantaban al ande, ande, la Marimorena en recuerdo de aquella noche ruidosa de la María Moreno en Nochebuena. Vamos, que se 'montó el Belén'.

Pasión belenística. Y es que en Cuenca, como en casi toda España, existe pasión por montar el Belén. De niños íbamos a recoger musgo, tozas de pino y las escorias de las calefacciones de las pocas que había entonces; la escoria, con sus curiosas formas, era muy decorativa y semejaba aspectos de nuestras hoces; la toza del pino (corteza) ofrecía la variedad de la resina, la húmeda con sus ramillas o la seca de la fábrica de maderas. Todo valía para montar el belén con casitas de corcho y figuras que se guardaban como entre algodones sin que se pudieran romper, porque no había otras. Diminutas filas de bombillas verbeneras iluminaban las calles.

Entonces los escaparates eran menos llamativos y la Navidad 'llegaba' el mismo día 24, con los primeros villancicos callejeros de la Marimorena con el aguinaldo y con la estampa, siempre en el recuerdo, de contemplar al guardia urbano en el cruce de Cuatro Caminos, con su casco blanco, dirigiendo el tráfico con las dos manos y el sonido del silbato, mientras los conductores le iban dejando cajas de regalos a su lado, hasta el punto de que los propios paquetes y el guardia dirigiendo y saludando formaban como una rotonda. Yo no sé cómo en una de esas nuevas rotondas no vemos la efigie en bronce de un guardia con su casco blanco, tal como aquel Manolo Guardia Urbano de la película del mismo nombre.

Todo este largo relato de añejos recuerdos en vísperas de estos días entrañables en los que no falta alusión a la Lotería navideña tiene su razón de ser contemplando los distintos belenes que se instalan por toda la ciudad, entre ellos el más que popular del jardinillo de la Plaza de la Hispanidad, la ruta de los Belenes de la Junta de Cofradías, el tantas veces premiado Belén de la ermita de San Isidro y otros montajes navideños en el que brilla con luz propia otro belén tradicional como el de Flores Las Camelias con sus paisajes de la Cuenca Alta y las Hoces.

Hace pocos años se instalaba un magnífico Belén en la Diputación Provincial, que montaba la Asociación Belenística de Cuenca, que era uno de los mejores de España. En algún año se conjuntaba en un mismo escenario la Vida de Jesús, Nacimiento y Pasión, que en Cuenca se escenifica de manera especial en Semana Santa. En la parte de la derecha del gigantesco escenario se apreciaba, desde Adán y Eva expulsados del Paraíso, el proceso del Nacimiento con todas sus escenas belenísticas; a la izquierda, dentro del propio Belén, las escenas de la Pasión se iban desarrollando con las réplicas de los pasos de la Semana Santa de Cuenca.

Todo un conjunto monumental que mereció el reconocimiento de la ciudadanía en un entorno como el de Cuenca. Tras la pandemia y otras causas, en estas dos últimas Navidades el Belén del Hospital de Santiago lo vemos ahora en la Diputación, donde también se colocó otros años ese otro 'belén del paisaje maqueta de Cuenca' de Juan Carlos Evangelio, del Cadig El Crisol. Por cierto, se puede visitar estos días y durante el año, el Museo Belenístico de San Clemente. ¡Felices Navidades!