Hay espacios donde los puños no se alzan para herir, sino para crecer. Donde la pelea no se libra contra otro, sino contra uno mismo, contra ese miedo, o esa inseguridad. Los deportes de contacto, tantas veces malinterpretados, cargan sobre sus espaldas décadas de estigmas, prejuicios y etiquetas injustas. Se les ha señalado como territorio de malotes o de ambientes violentos, cuando en realidad son una de las escuelas más completas de respeto, disciplina, autocontrol y comunidad. Ese es el espíritu que impulsa a 'Finco Fight Club', un gimnasio fundado hace ya tres años que no solo entrena luchadores, también a personas capaces de desafiar uno a uno a cada uno de sus límites.
El corazón de este proyecto late con fuerza en el pecho de Alejandro Garrido, luchador y entrenador que ha entregado más de una década a la disciplina del Kickboxing, y más concretamente a la modalidad de K-1, y que hoy lidera un grupo de más de 70 alumnos de todas las edades, géneros y nacionalidades, no solo en su disciplina, también con entrenamientos en las llamadas Artes Marciales Mixtas, o lo que se conoce como MMA.
Sus comienzos no fueron sencillos. Entre trabajos, madrugones y autobuses para los entrenamientos, su recorrido es un testimonio de perseverancia. Dejó todo para abrazar el compromiso, y cuando su entrenador le dio el empujón, nació 'Finco Fight Club'. Hoy, Garrido combina su experiencia como competidor, con 15 combates amateur y dos profesionales, con su labor de monitor, además de decir bien alto que hace dos años se proclamó subcampeón nacional en su especialidad.
Pero este club no es solo un espacio de entrenamiento. Es, como Alejandro lo describe, «una familia inclusiva y diversa, donde conviven personas de entre 6 y 80 años», que buscan todo tipo de objetivos. «Los hay desde los que buscan perder peso y ganar confianza hasta quienes sueñan con competir».
En sus clases, conviven chicos que han sufrido bullying, mujeres que buscan empoderarse, y adultos que simplemente quieren sentirse vivos. Aquí no se forjan armas, se construyen personas. Porque para Alejandro, «más importante que tener un campeón es tener un buen compañero de equipo».
En ese sentido, en Finco también se trabaja profundamente el aspecto psicológico del deporte. «Subimos dos, y solo gana uno», dice Alejandro. Por eso, el gimnasio entrena también la mente, la capacidad de sufrimiento, la gestión de la frustración, la disciplina diaria. El proceso es largo y duro, y la única garantía es el crecimiento personal. «Aquí no te enseñamos a delinquir», comenta, «te enseñamos a levantarte cuando caes». Y lo hacen desde una enseñanza adaptada a cada persona. Cada nuevo alumno es acompañado en su ritmo, desde los primeros movimientos hasta la posibilidad de competir. porque competir no es una meta obligatoria, sino una elección que se gana con mucho esfuerzo.
A pesar de los logros del club, el camino aún es cuesta arriba. Las artes marciales siguen siendo invisibles para buena parte del sistema. «Tenemos campeones del mundo que nadie conoce», lamenta Garrido, pero no por eso va a rendirse. Ya ha organizado dos veladas en Tarancón y sueña con ser promotor a gran escala. Sabe que el verdadero combate está en romper los estereotipos y demostrar que la lucha no es violencia, sino una vía de transformación. «Yo tengo 70 guardaespaldas y todos luchan conmigo por cambiar esto desde dentro», dice. El 'Finco Fight Club' es más que un gimnasio, es un ejemplo de que el deporte puede cambiar vidas, que las derrotas enseñan más que las victorias, y que en cada golpe hay una lección de humildad.