Allende humaniza los éxodos

SPC
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La última novela de la autora chilena, 'El viento conoce mi nombre', es una conmovedora trama sobre los descarnados procesos de emigración en la que homenajea a todas las mujeres

Allende humaniza los éxodos

La sensibilidad y empatía de Isabel Allende están probadas desde hace décadas. Y, ahora, la escritora más leída en lengua hispana regresa con El viento conoce mi nombre (Plaza & Janes) y pone de manifiesto la trágica y dramática crisis humanitaria de refugiados que hay en la frontera entre México y EEUU. Un hecho que no es aislado ni nuevo en el mundo, como refleja en la novela.

Las 352 páginas plantean dos historias ambientadas en dos lugares diferentes. Una en Viena, en el año 1938. La noche del 9 al 10 de noviembre, una furia incontenible se desata en la ciudad. Como hordas de un ejército cruel, gentes de todas las clases salen a las calles para acabar con la comunidad judía. El impulso de destrozar, quemar y aniquilar se contagia. Solo algunos se apiadan de los que hasta ahora habían sido sus vecinos. Es la tristemente conocida como La noche de los cristales rotos.

En esas circunstancias, el padre de Samuel Adler desaparece y, aunque su madre intenta por todos los medios imaginables ponerse a salvo junto a su hijo, no lo consigue. La única opción, desesperada, es conseguir plaza para su pequeño de cinco años en un Kindertransport, uno de los trenes que consiguieron salvar a niños judíos de los nazis llevándolos a Gran Bretaña. Así es como Samuel emprende una nueva etapa que comienza con el peso de la soledad y la incertidumbre. También con un violín y una medalla al valor que lo acompañará siempre.

En paralelo, hay un salto a Arizona al año 2019. Ocho décadas después de la historia de Samuel, Anita Díaz sube con su madre a bordo de un tren para escapar de un inminente peligro en El Salvador y exiliarse en EEUU, como antes hicieron otros que lograron escapar de una de las matanzas más crueles: La Masacre de El Mozote, en 1981. La llegada de Anita y su progenitora a la frontera mexicana coincide con una nueva política gubernamental que las separa, y Anita queda sola en un mundo lejano que no comprende.

Asustada, desorientada y obligada a la orfandad, Anita se refugia en Azabahar, un mundo mágico en su imaginación. Mientras, confía en que la trabajadora social Selena Durán y el abogado Frank Angileri, dos luchadores de una ONG, logren reunirla con su madre y ofrecerle un futuro mejor.

Su fundación

La autora que se estrenó en la literatura con La casa de los espíritus detalla la violencia surgida de los conflictos en sí, e incide en que se suma la ejercida contra las mujeres, la cometida por las mafias dispuestas a ayudar a quienes necesitan llegar a los paraísos que publicitan, -aunque estos tengan reservado el derecho de admisión- y la de los gobiernos y estados, que deberían velar por el bienestar de sus ciudadanos.

Un dolor que se alarga y perpetúa en nombre de la protección de un país. A todas y a cada una de ellas señala Allende con El viento conoce mi nombre. No olvida a ninguna, y las va presentando viajando por un mapa emocional que pinta con delicadeza, en cuyo relieves resiste la crítica feroz de quien conoce y lucha por los desheredados de la tierra desde su Fundación.

La escritora, que nació en Perú, se crió en Chile y vive en California, se considera como «la eterna extranjera». Así, bebe de su propia experiencia, de lo que conoce, de lo que ama y le toca, y también escribe de aquello por lo que lucha. En 1996, hace 27 años, creó la Fundación Isabel Allende que empodera a mujeres y niñas internacionalmente. Un organismo en memoria de su hija Paula quien, en su corta vida, trabajó de voluntaria en comunidades marginales en Venezuela y España. Allende confía en que las cosas se podrán solucionar cuando termine el patriarcado y sea reemplazado por un sistema «más humano».