Más arte que descanso

Álvaro Fernández
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Alma de Rumba convierte cada actuación en una fiesta de emoción e improvisación, donde el flamenco se adapta a lo que pide el momento

Los cuatro componentes de Alma de Rumba han conseguido hacerse un nombre en multitud de escenarios gracias a un estilo único en el que el flamenco también se puede bailar con zapatillas - Foto: A.M.

El flamenco es raíz, pasión y arte sin medida. Se transforma, se mezcla, se reinventa, pero nunca pierde su verdad. Y en abril, con la feria como telón de fondo, esa verdad se vuelve más luminosa, más viva. Es en este contexto donde Alma de Rumba, un grupo nacido en Tarancón y que ya recorre caminos por varias provincias, cobra aún más sentido. Con diez años de historia a sus espaldas y una 'segunda juventud' desde hace dos, no solo se han hecho un hueco, sino que han tejido una identidad, marcada por la improvisación por bandera, un directo incendiario y una cercanía que rompe cualquier escenario.

«Antes éramos un grupo de amigos, ahora somos amigos, pero con más oficio, más rodaje», dice Alberto Martínez, cantante y alma visible del grupo. Él conoce de primera mano el antes y el ahora, y cómo ha sido la evolución desde aquellas tardes con litronas y guitarra en el parque hasta los 17 bolos en un mes como abril o los 33 en un agosto. «El flamenco es versátil, lo cogemos y lo mezclamos con lo que nos gusta, con lo que la gente canta y baila. Rock, reguetón, lo que sea... y lo aflamencamos, y eso le flipa al público». El secreto está en no aburrirse, en meter en mitad del concierto esa canción que pensaron hace cinco minutos mientras bajabas los trastos del coche. «Eso es un verdadero ensayo para nosotros».

Alberto Martínez es la voz, Jesús Manuel Martínez y Jonatán Loarces se encargan de la guitarra, y Daniel Poyatos es el responsable de la percusiónAlberto Martínez es la voz, Jesús Manuel Martínez y Jonatán Loarces se encargan de la guitarra, y Daniel Poyatos es el responsable de la percusión - Foto: A.M.

Jesús Manuel Martínez, guitarrista, reafirma esa energía. «Nos juntamos, nos entendimos, y lo que salió fue potente. Yo toco desde pequeño, pero esto que hacemos ahora tiene otra chispa». A su lado, Jonatán Loarce, guitarrista también, confiesa que comenzó «casi de rebote», y describe lo que siente cuando coge la guitarra: «Me transforma, me subo al escenario y me vuelvo otro». El escenario les pertenece porque lo sienten como casa, porque aunque ninguno vive de esto, todos viven por esto.

En el cajón, Daniel Poyatos recuerda que ensayar, lo que se dice ensayar, poco... «Nos adaptamos al momento, al sitio, a la gente, es como una reunión de familia, donde todo el mundo canta, baila y disfruta». Aunque si algo tienen claro es que el flamenco no es solo música, es refugio, es alegría, es escape de la rutina y de desconexión. 

Diez años dan para mucho. Pero el presente suena más fuerte que nunca. El futuro lo afrontan sin prisa, con los pies en la tierra y los dedos en las cuerdas. Como ellos señalan, «cada bolo es un disco en directo, y cada concierto, una fiesta». Porque Alma de Rumba no es un grupo de versiones flamencas. Es un latido. Es esa mezcla perfecta entre arte y calle, entre juerga y oficio, entre el alma y la rumba.