Cuando un lugar destaca por no alzar la voz, es de los que se guardan para siempre en la retina, y Beamud es, por suerte, uno de esos lugares. Escondido en una hondonada de la Sierra de Cuenca, al abrigo del monte Cerecea y el barranco de La Magdalena, este pequeño pueblo, con menos de medio centenar de habitantes, guarda intacta su esencia. Lejos del ruido y las prisas, Beamud es paz, historia y naturaleza, donde el tiempo parece detenerse entre las charlas pausadas entre vecinos sentados al fresco.
De raíces árabes y cristianas, conserva intacta su historia entre callejuelas de piedra, casas de mampostería sin encalar y tejados de teja árabe. Pasear por el pueblo es revivir el pasado. La Casa de la Cueva, el pilón de la fuente o las eras evocan tiempos de trabajo y comunidad. En su plaza, la iglesia de Santiago Apóstol, recuperada por el esfuerzo vecinal, simboliza esa resistencia frente a la despoblación, donde cada habitante cuida con orgullo un legado que aún late.
Física natural
Beamud es también naturaleza en estado puro. A pocos pasos del pueblo, el embalse de La Toba extiende sus aguas de colores imposibles, esmeraldas y turquesas, que reflejan los cielos limpios de esta sierra. Allí reina el silencio y la calma solo se rompe por el canto de las aves o el crujir del bosque. Para los más aventureros, Beamud regala rutas que, entre pinares y formaciones calizas, que invitan a perderse en el tiempo. La cueva del Boquerón, con más de cinco kilómetros de galerías kársticas, sigue desafiando a espeleólogos de toda España. Y quienes prefieran la emoción del deporte encontrarán en octubre la carrera El Picón, con sus 15 kilómetros de desniveles salvajes y con tintes solidarios. Aquí, deporte y entorno van de la mano.
Pasado, presente y futuro
Allí, las tradiciones no caen en el olvido, son vida presente. En junio y agosto, las fiestas en honor a San Antonio de Padua llenan de alegría sus calles, con verbenas, juegos, comidas y esa entrañable «caridad» que une a todo el pueblo. La plaza resurge, la iglesia se engalana y las risas resuenan como antaño. También en Halloween y Navidad, los más pequeños toman el relevo, manteniendo viva la llama de un sitio que celebra cada ocasión con emoción.
Por estas y por más razones, quien pisa Beamud no lo olvida. No es lugar de grandes monumentos, es de emociones pequeñas y profundas, y el visitante lo siente en el aire limpio, en el rumor del agua, y en la calidez de su gente. No hay lujo ni artificios, pero sí algo mucho más valioso: autenticidad, calma y la belleza serena de lo verdadero.