Un paraíso natural y artístico en Garaballa

Redacción
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Un paraíso natural y artístico en Garaballa

Hay sitios a los que resulta muy fácil llegar, incluso hay algunos que se encuentran perfectamente situados en caminos y carreteras, por lo que su imagen salta a la vista a la vuelta de cualquier recodo y no hay que hacer más que parar el coche y entretener el viaje para verlo. A Garaballa hay que ir. Quiero decir que no es uno de esos sitios que uno se encuentra al albur inesperado, como si hallarlo fuera una casualidad, sino que es precisa una voluntad deliberada de ir hacia él, porque no es lugar que se encuentre en una carretera principal sino en el entramado de las secundarias. Y eso requiere una previa disposición y un correcto conocimiento de la ruta adecuada.

Naturalmente, hay una cita muy concreta para internarse por estos caminos y llegar hasta Garaballa cuando se disponen a trasladar, desde aquí, hasta la ruinosa (y no por ello menos hermosa) villa de Moya a la virgen de Tejeda. Pero no es el caso, en esta época del año, muy lejos todavía de las fechas en que se celebra tal acontecimiento. Ahora es un tiempo normal, por ello propicio para hacer este tipo de excursiones sin tener que contar para ello con el impulso especial que puede surgir de una cita concreta, de una fiesta específica. Envuelto en la serena sucesión de pinares siempre inmutables, el viajero llega finalmente al fondo del valle donde Garaballa se mece entre las colinas inmediatas, sin que falte tampoco el arrullo del río Ojos de Moya, que discurre cercano para perderse entre breñas pedregosas donde se oculta la cueva en que, cuentan historias tradicionales, resistentes a mentes descreídas o escépticas, se apareció la virgen en aquellos tiempos medievales que siguen dando tanto juego en los modernos que vivimos ahora.

No hay barullo ni multitudes ni romeros cualquier día ordinario que se elija para acercamos a Garaballa. Todo es calma y sosiego a través de las calles del pueblo, por las que paseamos intentando adivinar el trazado original de la villa, ahora tan distorsionado, como es habitual, por desgracia, en casi todos los pueblos conquenses. En cambio, a los pies del casco urbano, el monasterio dedicado a la Virgen de Tejeda sigue luciendo espléndido, recompuestos algunos de sus problemas y superados los desafueros cometidos en otras épocas por ocupantes circunstanciales que quisieron introducir cambios inadecuados. Por supuesto, esos huéspedes no tenían nada que ver con los primitivos trinitarios que ocuparon el monasterio en sus inicios. Ahora, aquellas celdas han sido adaptadas como habitaciones de un precioso hotel, articuladas en torno a un claustro central austero pero bellísimo, con ese encanto natural, siempre admirable, que tienen estos recintos cuadrangulares situados en el corazón de los conventos.

El monasterio de Garaballa es un edificio de grandes proporciones y muestra en su construcción que no se escatimaron medios para llevarlo adelante, aunque la obra se desarrolló en varias etapas. Es de dos plantas y su aspecto general ofrece una clara inspiración herreriana, en lo que este estilo tiene de regularidad y clasicismo. La planta baja de ambas alas adquiere la disposición de arquerías de medio punto, ciegas, sobre pilastras, con una imposta corrida sobre todas ellas en la parte superior, para diferenciarla así de la planta segunda, que tiene dos diferentes distribuciones: en una de las alas se repite la arquería, pero con menor altura que la planta inferior, mientras que en la otra ala se organiza en forma de ventanas rectangulares, una sobre cada arco inferior.

Sí está siempre abierta -y es detalle digno de agradecer- la espléndida iglesia barroca en cuyo lugar de honor reside de manera permanente la imagen de Santa María de Tejeda. Se encuentra situada en el eje en que confluyen las dos alas del convento y su entrada apenas se delata por la presencia de la torre que sobresale por encima de la cubierta conventual, terminada de construir bien entrado el siglo XVII. Es templo de una sola nave, con planta de cruz latina dividida en cuatro tramos marcados por una serie de pilastras que rematan en capiteles corintios, sobre los que apoya la sucesión de bóvedas nervadas que cubre todo el templo. Una elegante moldura clásica recorre toda la nave a la altura de la imposta. El presbiterio tiene forma rectangular y se comunica con la nave mediante un amplio crucero.

En el interior de la iglesia, en el centro del retablo mayor, barroco, se encuentra la imagen de la Virgen de Tejeda, una advocación extraordinariamente popular en todo el marquesado de Moya, protagonista de un singular y en verdad extraordinario espectáculo, el de su traslado a pie, cada siete años, desde este monasterio de Garaballa hasta la encumbrada colina donde se asienta la arruinada villa de Moya. El 18 de septiembre de 1927, estando la imagen de la virgen de Tejeda depositada en la iglesia de san Bartolomé, durante el septenario de ese año, se produjo un violento incendio que provocó la destrucción de buena cantidad de obras de arte, incluyendo la imagen de la virgen. Entre los escombros pudieron recuperarse algunos fragmentos.

Inmediatamente se abrió una suscripción popular para recaudar fondos con los que poder recuperarla, tarea que se encomendó al escultor moyano Luis Marco Pérez que realizó un trabajo ciertamente sorprendente y que al año siguiente llevó personalmente la imagen a Garaballa, donde la recibieron entre una enorme y satisfactoria expectación. Al estallar la guerra civil, el superior del convento, Lorenzo Cantó, tuvo la inteligente idea de entregar la imagen al secretario del Ayuntamiento y jefe del Frente Popular, quien la conservó en su propio domicilio hasta el término de la guerra. Como es natural, a ningún belicoso e incendiario miliciano se le ocurrió ir a buscar la imagen en ese lugar y de esa manera pudo sobrevivir sin daños.

No solo de arte, belleza y religión vive el ser humano. Es una delicia encontrar posada y comida en la hospedería del monasterio, por fortuna operativa, en un ambiente amable y con una cocina de carta medida y calidad sobresaliente, virtudes que animan la estancia y compensan de los posibles rigores climáticos de la jornada para hacer agradable las horas pasadas al amparo del lugar. La historia extiende sobre nosotros su manto benéfico y el presente parece estar alejado de crisis, tristezas, problemas y amarguras, rosario de cuestiones que forman el repertorio de la actualidad cotidiana. En Garaballa priman la tranquilidad, la belleza, la ausencia de prisas. Como si fuera un islote de serenidad en la turbamulta de alrededor.