No hay todavía un número aproximado de hectáreas afectadas por el aguacero, el pedrisco y el viento a su paso por la provincia. No ha habido tiempo material de comprobar como están las explotaciones de viñedo, principalmente, almendro u olivar que han quedado arrasados, pero en algunos casos se perderá el 100 por cien de la cosecha. La franja de pérdidas se extiende principalmente desde Mota del Cuervo a Iniesta, áreas más afectadas, pero también hay perjuicios en Las Mesas, San Clemente o Villagarcía del Llano.
En la Alcarria, la tormenta dejó cerca de 100 litros por metro cuadrado en algunas zonas y provocó daños puntuales en el girasol. Asaja Cuenca reconoce que por el momento no se pueden hacer valoraciones de daños «más allá de las parcelas inundadas. Es pronto para hacer una valoración de hectáreas porque muchos caminos están impracticables y no se puede acceder aún a las parcelas». No obstante, agricultores de Asaja ya han trasladado pérdidas en Las Mesas, «donde ya se había empezado con la vendimia de las variedades tempranas»; en Mota, «con daños por piedra en la zona sur del término municipal»; o en Casas de Santa Cruz –pedanía del municipio de Villanueva de la Jara–, «en una zona afectada por la piedra».
La peor parte. La zona cero, el área donde se concentra la mayor cantidad de pérdidas acumuladas, es un triángulo que se extiende desde Iniesta, hacia el sur, llega a Villagarcía del Llano y enlaza hasta los límites con el municipio de Villanueva de la Jara. Es aquí donde, previsiblemente, hoy debía iniciarse la campaña de la vendimia de algunas variedades blancas y donde se generalizaría, a lo largo de la semana, la recogida de uvas tintas –caso de la tempranillo y la bobal–.
Las uvas ya no llegarán a la Cooperativa Iniestense porque el granizo, de considerable tamaño, apedreó hojas y frutos, y el viento se encargo de arrancar de cuajo y levantar cepas y almendros. El panorama no puede ser más desolador para el campo.
El agricultor iniestense Juan Manuel Pozo relata que los daños fueron provocados por dos causas: el agua acumulada en las dos cañadas y el pedrisco de enorme tamaño. «Estuvo cayendo pedrisco sin parar durante 40 minutos, del tamaño de huevos de perdiz. Mi padre me dijo que no había visto algo así nunca. Lo ves en la tele y no crees que eso te va a pasar a ti», comenta el miembro de Asaja Cuenca, que dice no saber cuantificar cuántas hectáreas estarán dentro de ese triángulo imaginario –incluye las pedanías de Casas de Santa Cruz y Casas de Juan Fernández–, pero superarán las 3.500 hectáreas. «En ese espacio las pérdidas son del 80, 90 y cien por cien», cuenta.
Los primeros cultivos dañados por el enorme arrastre de agua y barro fueron las explotaciones del sur de la localidad. En poco tiempo fueron arrasadas y quedaron arrancadas como si el filo de una navaja hubiese pasado por su base.
El pedrisco, desde luego, llega en el peor de los momentos. Las viñas que han quedado sin hoja y desprotegidas, y tienen gran parte de los racimos afectados, ya no madurarán. Además, si sigue lloviendo, lo que ha quedado en pie tiene el riesgo «de pudrirse o de no hacer grado. La calidad sería muy mala».
Ahora, a partir de esta semana, los agricultores se centrarán en tratar de salvar lo poco que les queda, aunque Pozo avanza que la cooperativa está cerrada y hasta que no esté totalmente limpia no se podrá empezar a llevar uva. Ya se habían vendimiado las uvas chardonnay y sauvignon blanc, pero aún quedaban por cosechar otras variedades blancas. En pocos días se iniciaría la recogida de tempranillo y de la autóctona bobal, la que mayor superficie concentra.
Lo que son las cosas. A escasos 10 kilómetros en línea recta, en el municipio de Villalpardo, los agricultores no han sufrido las consecuencias del temporal. Luis Moisés Cerdán reconoce que «algún camino no está bien, pero no hubo pedrisco y no hay daño como en Iniesta. No tiene comparación. Es como ver el paraíso y al lado el infierno».
Cerdán, que echó una mano cuando Iniesta pidió ayuda, reconoce que «en cuanto vi el nublo negro les dije a mis hijos: acordaos, que dará que hablar. Era un ruido constante de piedra».