Un 19 de abril de 1903 se inauguraba el nuevo puente de hierro de San Pablo, que venía a sustituir al pétreo puente dinamitado a principios del siglo XX y que había nacido por iniciativa del canónigo Juan del Pozo en el siglo XVI. Las obras de construcción fueron encargadas al maestro de obras Francisco de Luna, arquitecto prestigioso en Cuenca, cuyo fallecimiento, en 1551, retrasó una década la finalización del puente de piedra. Años más tarde, en 1560, se constata que ya existía un puente de madera, que se estaba deteriorando gravemente y que se utilizaba todavía para cruzar la hoz del Huécar.
El destacado arquitecto Vandelvira, yerno del fallecido Francisco de Luna, se encargó de la obra hacía 1560, aunque al no ser residente en Cuenca –requisito necesario– se contrataron dos maestros de obra 'oficiales', Palacios y Gutiérrez de la Hoceja, que avanzaron con la creación de los dos pilares más próximos a las Casas Colgadas en 1569. Con el paso del tiempo, y a falta de terminar el último arco, se contratarán en 1576 dos nuevos maestros, (Hernando de Palacios y Juan de Meril) que en el plazo de seis años terminarían la obra, aunque antes uno de los pilares del segundo arco se agrietó, siendo denunciados los arquitectos por los Dominicos, que finalmente vieron reparada la grieta…
El puente de San Pablo empezó a dar señales de deterioro en el siglo XVIII. Mateo López dejó constancia de los síntomas en 1786, aunque es cierto que un siglo antes ya se realizaron obras de acondicionamiento sobre algunos de los arcos. En 1779 Pedro Antonio de Rivas informó a las autoridades municipales del problema que tenía un aristón de un arco que estaba en estado ruinoso y que debía ser reparado, ya que el camino a Palomera pasaba justo por debajo de él.
Pedro Bernardo de Sanchoyerto, regidor de Cuenca de la época, después del aviso recibido, ordenó reconocer la parte dañada del puente a los arquitectos y técnicos del momento, además de a los dominicos y su prior que ocupaban el convento de San Pablo. Las conclusiones fueron claras por parte de los expertos, constatando el estado de ruina del arco más cercano al convento y por lo tanto del peligro de desplome, aconsejando que no se utilizase el camino hacia Palomera por el riesgo que podría suponer. Para facilitar el paso a los hortelanos del Huécar y a los viandantes hacia Palomera se propuso construir un pontón de madera sobre el afluente del Júcar; finalmente no se aprobó la construcción del puente de madera y se utilizó el puente de San Martín que ya existía.
Dos años después del aviso del arquitecto Mateo López sobre el deterioro del puente, él mismo recibió el encargo de repararlos, cosa que realizó hasta que, en el año 1800, definitivamente, se consignó la caída de piedras y cascotes de forma alarmante, por lo que se ordenó cerrar los dos pasos del puente con piedra y yeso.
El siglo XIX no cambió para nada la situación del puente, haciendo el Ayuntamiento algún intento por reparar lo que era cuestión de tiempo inevitable, el derrumbe del coloso sobre el río. La fecha en la que se decidió demoler la ya irreparable obra fue el 29 de marzo de 1895, donde la dinamita puso fin a la hermosa silueta del puente de piedra que durante tres siglos unió los dos lados de la verde hoz del Huécar.
puente de hierro. Después de siete años en que no hubo puente ni comunicación desde la Catedral hasta el convento de San Pablo, la iglesia conquense –ante la inoperancia económica municipal– decidió dar una solución. A propuesta del entonces obispo de Cuenca, Monseñor Wenceslao Sangüesa, el obispado construiría un nuevo puente. En 1902 el Ayuntamiento y el obispo conquense llegaron a un acuerdo, concediéndose la licencia de obras que además del dinero diocesano contaría con la aportación de 1.295 pesetas por parte del consistorio conquense.
Un ingeniero valenciano, José María Fuster, fue el elegido para realizar las obras del nuevo puente, que como solución más realista e inmediata sería construido en hierro de la mano del constructor británico Jorge Bartle. El puente de hierro de San Pablo, de 106 metros de longitud y 30 metros de altura en su punto más distante del suelo, necesitó 67.000 kilos de hierro y su costo final ascendió a 60.000 pesetas. En el centro del puente metálico se situaron dos escudos ornamentales en hierro del obispo y del seminario conquense. El Ayuntamiento capitalino nombró hijo adoptivo de la ciudad al obispo Sangüesa como reconocimiento a su generosidad y acierto en sus acciones, además de nombrar una calle en su honor que va desde el palacio episcopal al puente de San Pablo.
La inauguración del nuevo puente se realizó ante varios miles de conquenses, contando con la presencia de las autoridades municipales, civiles y militares, además del obispo de Cuenca y del cardenal primado de España, Monseñor Sancha, el 19 de abril de 1903. Sonaron las campanas de todas las parroquias de la capital y el obispado conquense preparó varios actos, como una misa solemne y una velada literaria musical.