Encarnación Román: maestra bordadora

Luz González
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Además de ser una experta en el arte del bordado en oro y en plata, tenía grandes aptitudes para enseñar el oficio, gracias al cual sacó adelante a su familia. Su virtuosismo y pericia la llevaron a ganar varios premios.

Encarnación Román: maestra bordadora

La Semana Santa conquense no sería la misma sin el esplendor y majestuosidad de esas obras de arte que son los bordados en estandartes, guiones, túnicas y mantos de las imágenes que salen en procesión. La suntuosidad de las telas, el diseño de los dibujos y la armonía de colores en elaboradas filigranas de oro y plata son fruto de horas, días y meses de arduo trabajo. Sus artífices, la mayoría mujeres, trabajan anónimamente en sus talleres, sin recibir apenas el reconocimiento de su labor. Las imágenes que procesionan tienen el nombre del imaginero o escultor que las hizo, sin embargo, las obras de arte que las visten, compuestas de tela e hilos, permanecen anónimas la mayoría de las veces.

Encarnación Román fue una de estas maestras del bordado que hay que sacar del anonimato.  Su labor no es del todo desconocida en Cuenca, donde tuvo docenas de aprendizas en su taller, así como en los conventos a los que iba a veces a enseñar o resolver dudas a monjas de clausura. De  igual manera, las monjas, excepcionalmente, salían de sus conventos para consultarle alguna duda que tuvieran en la realización de la obra que estaban realizando o para admirar alguna obra en proceso que Encarnación tuviera en el bastidor.

Encarnación Román, además de ser una experta en este arte del bordado en oro y en plata, tenía unas aptitudes extraordinarias para enseñar el oficio. Gracias a este trabajo sacó adelante a su familia, pero, además de hacer de ello una profesión, su virtuosismo y pericia en este arte la llevaron a ganar varios premios.

Encarnación Román: maestra bordadoraEncarnación Román: maestra bordadora

Uno de sus talleres estuvo en el último piso de la Casa del Corregidor, en la calle Alfonso VIII, el extraordinario edificio recién restaurado por el Consorcio Ciudad de Cuenca; después, en los años sesenta, le quedó pequeño el espacio en este edificio y se trasladó a la parte baja de la ciudad, al barrio recién creado de las Doscientas.

No he encontrado información sobre Encarnación, aunque debe haberla en la prensa de la época que se hizo eco de la concesión del premio a la mejor maestra artesana. De tal efeméride me han hablado algunas bordadoras que hoy siguen trabajando en el mismo oficio. Me han hablado de que están realizando un vestido a la virgen a partir de un diseño de Encarna. 

Arte del bordado. Su hija Eva, profesora de Historia en un instituto de la capital, hoy jubilada, también aprendió el arte del bordado de su madre. Es ella la que me ha hecho apreciar el valor estético de estas obras de arte que son los bordados.

Conocí a Eva en un paseo guiado por la ciudad de Cuenca, organizado por la revista digital y organización cívica Los Ojos del Júcar, para mostrar el patrimonio de nuestra ciudad. En aquel paseo que nos permitió conocernos y hablar largo y tendido, me enteré de que su madre había estado en la cárcel con una amiga mía de mi pueblo, durante los años de represión franquista, por el mismo delito de ayuda a la rebelión. Mi amiga estuvo seis años, su madre solo seis meses. Pero, en aquellos años de postguerra, el estigma de haber pasado por la cárcel les pasó factura a las dos. Las mujeres que habían sido presas debieron asistir al Patronato de Protección de la Mujer, donde coincidían con otras mujeres que estaban allí por otros delitos, a las que le enseñaban un oficio. Encarna, que había estudiado en las Josefinas de la calle del Agua y que había aprendido a bordar y coser con ellas, enseguida se convirtió en maestra de bordado en el Patronato (dependiente del Ministerio de Justicia). Allí se bordaba  en blanco y  con hilos de oro y plata. La primera obra en la que Encarnación colaboró fue un guión en terciopelo rojo, para el Ecce -Homo del Jueves Santo. Gustó tanto a las autoridades que habían encargado esta obra que empezaron a encargarle más trabajos, lo que le permitió independizarse y abrir su propio taller.

Este primer taller ocupaba una buhardilla de la calle Yesares, número 9, y el mismo año, 1952, ganó el primer premio de artesanía en un concurso organizado por el Ayuntamiento de Cuenca. 

A partir de aquel premio, y con ayuda de Lorenzo Torrero, conocido como el Encajero, personaje muy conocido y bien relacionado con las hermandades de la Semana Santa, empezó a recibir encargos: manto para la virgen del Amparo, unas gualdrapas en canutillo para el paso de Jesús Nazareno del Puente, el manto de la Virgen de la Soledad del Puente, el palio para la Virgen de la Soledad de San Agustín, etc. A lo largo de los años que estuvo activo su taller, hasta la muerte de Encarnación en mayo de 2008, se bordaron en él 650 escudos, además de mantos, vestidos, túnicas, guiones gualdrapas y demás encargos de las hermandades de Semana Santa, no solo de Cuenca capital, sino también de pueblos como Huete, San Lorenzo de la Parrilla, Castillo de Garcimuñoz, Los Hinojosos, Santa Cruz de la Zarza o Valverde del Júcar.

En palabras de su hija, «su trabajo contribuyó a revitalizar la Semana Santa de la ciudad. En su obra crea un estilo propio que se aleja del horror vacui porque sus dibujos respiran sobre los tejidos. Tiene un estilo que huye de los elementos característicos del bordado en oro, los roleos, los acantos. Los dibujos son simétricos, pero se entrelazan. Si utiliza roleos son abiertos y los completa con enrejados, arenillas. Le encantaban las rosas y las flores sencillas de cinco pétalos y utilizaba el sobrepuesto para realzar las obras que llevaban grandes motivos». Estilo propio, no sólo en el bordado sino también en los diseños.