Un fraile de Cuenca y la Guerra de la Independencia

Almudena Serrano
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Testimonio de fray Manuel de Atienza - Foto: A.S.

El 2 de mayo de 1812, Manuel de Atienza, originario de Villar de Domingo García y prelado del convento de Trinitarios calzados de la villa de Dosbarrios (Toledo) fue llamado a Cuenca por el Gobierno de la ciudad para dar razón de su persona y de lo que había sucedido al inicio de la Guerra de la Independencia en aquella villa, hechos que pasó a declarar, certificar y, en caso necesario, jurar.

En el documento que redactó, firmó y envió, según se le había requerido, declaró hechos muy interesantes de lo acontecido en el inicio de la guerra en Dosbarrios, comenzando todo con el amotinamiento del pueblo, el 5 de diciembre de 1808:

Que hallándome prelado del convento de Trinitarios calzados de la villa de Dosbarrios, partido de Ocaña y provincia de Toledo, en el año de 1808, el día cinco del mes de diciembre del mismo, se amotinó el pueblo en tales términos contra el alcalde mayor, con el pretexto de si era o no adicto al partido francés, que, habiéndole conducido a la cárcel pública, con dos tiros y algunas cuchilladas, le quitaron por fin la vida. 

Con estos luctuosos hechos se iniciaron unos días terriblemente difíciles en Dosbarrios. Con el pueblo completamente alborotado, el prelado, que era el confesor del alcalde asesinado, lógicamente temió por su vida:

Yo y mis religiosos, temimos a un pueblo alborotado y, más que todos, yo, que confesaba a dicho señor, que le merecía bastante confianza y que ya antes había sido tratado de traidor y afrancesado, como puedo justificar con testigos de excepción.

Cuatro días después llegaron noticias de que ya se hallaban tropas francesas en Valdemoro y Aranjuez, a donde se decía había marchado la alcaldesa viuda a quejarse del agravio recibido, y el día siete, a las dos de la mañana, se nos llamó y aseguró que ya las tropas francesas estaban en Ocaña y que se dirigían a Dosbarrios.

Con los franceses prácticamente a las puertas de la villa y ante el bien fundado temor de que el pueblo de Dosbarrios fuese castigado rigurosamente me obligó, como a los demás religiosos, a salir del convento en aquella misma hora. El prelado encargó a fray Ramón Portero, que tenía este mismo oficio y el de sacristán de la comunidad, que entregase al cura párroco las llaves de la yglesia y las del convento a la justicia, y que después se pusiese a salvo.

Los religiosos se dispersaron marchando a sus respectivos pueblos y yo a la villa de La Roda, con el fin de esperar las resultas en casa de un amigo

Lo habitual era refugiarse en viviendas de conocidos, poniéndose así a salvo y tomando decisiones acerca de lo que había que hacer según se sucediesen los hechos. A los frailes que vivían cerca de Dosbarrios se les envió recado para que estuviesen atentos a lo que iba sucediendo:

Desde allí encargué a mi vicario, que se hallaba cerca, que con otros dos o tres religiosos entrasen en el convento, y allí esperasen las órdenes del govierno, y me avisasen de lo que ocurriese, para pasar yo personalmente, si fuese necesario. O no lo hicieron o lo hicieron de modo que nada supe de lo ocurrido hasta que se les intimó el Decreto de extinción, en el mes de septiembre siguiente, quando yo ya me hallaba en mi pueblo, que es Villar de Domingo García, cerca de Cuenca, acompañando y asistiendo a mi pobre y anciana madre, que acababa de enviudar.

Antes de salir de Dosbarrios hacia La Roda, el prelado se encargó de poner a salvo los objetos sagrados y ropas:

Sin embargo de la presura de aquellos días de motín y alboroto del pueblo de Dosbarrios, tube ocasión de recoger las alhajas de la yglesia y entregarlas al señor don Manuel Jaén, regidor decano, para que las custodiase. Éstas son: dos lámparas grandes de plata, una cruz procesional, custodia de plata sobredorada, dos incensarios y navetas, dos pares de vinageras de plata, un relicario grande de plata y seis o siete cálices de lo mismo. Un terno entero de medio tisú, campo blanco, con algunas albas finas, y no sé si más.

Dos años después, Manuel de Atienza regresó a la villa para comprobar el estado de las cosas:

En el octubre del año 1810 pasé a Dosbarrios a saber el estado de todo, y hallé que el don Manuel Jaén había entregado el cofre de estas alhajas al padre fray Manuel Majano, natural y residente en la villa de Villanueba de Bogas, distante tres leguas de Dosbarrios, que el padre fray Antonio Izquierdo se había llebado a Villanueba de los Escuderos, en donde reside, un cáliz y algunos recados para celebrar; que en una entrada de tropas francesas se había hallado otro cáliz roto entre escombros, que un copón estaba en la parroquia de Dosbarrios y otro habían robado los soldados en la misma; y que el padre fray Ramón Portero que reside en Dosbarrios y quedó encargado de todo, tenía en su poder otro cáliz nuebo de plata sobredorada, y este mismo debe dar razón de todas las demás ropas y efectos de la yglesia. 

Este testimonio es uno más para comprender la dispersión, pérdida, expolio y destrozo de objetos religiosos, ocurridos en todas las guerras, sobre todo y con afán después de la Revolución francesa.

Este documento del prelado Manuel de Atienza se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca, junto a muchos otros relativos a innumerables sucesos de la Guerra de la Independencia. Su lectura es el mejor modo de saber lo que pasó en aquellos terribles años de contienda.