Renace de las sombras el Gran Hotel Iberia

José Luis Muñoz
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Renace de las sombras el Gran Hotel Iberia

Entra el Edificio Iberia en una nueva etapa de su azarosa historia en la que ha podido demostrar, como ocurre en bastantes ocasiones, que una construcción arquitectónica realizada con una finalidad determinada puede adaptarse, si hace falta, a otras bien diferentes del objetivo inicial y este es un buen ejemplo, como hay otros también en nuestra propia ciudad en la que podemos encontrar un antiguo convento adaptado para ser Centro de Arte, otro convento transformado en Parador Nacional de Turismo, una iglesia dedicada a sala de conciertos y un alfar tradicional abierto ahora como centro cultural, por citar solo unos cuantos casos y hay más. El Edificio Iberia es desde ahora el centro administrativo de la Junta de Comunidades en Cuenca y esa es, por supuesto una utilidad tan digna y satisfactoria como cualquier otra, porque lo importante es que estos edificios vacíos durante años tengan alguna utilidad; no hay nada más triste que verlos desocupados, sin destino fijo y entregados al inevitable deterioro que se produce siempre cuando un inmueble está vacío y sin cuidados.

El primer gran hotel, el auténtico primer hotel de Cuenca fue un proyecto de desmedida ambición para una ciudad que en los años 20 del siglo XX estaba descubriendo que existía algo llamado Turismo, que podría ser un importante factor de desarrollo económico. En 1917, Enrique O'Kelly había encontrado las pinturas rupestres de Villar del Humo mientras un esforzado grupo de pioneros difundía por todos los medios posibles la existencia de la Ciudad Encantada (será declarada Sitio Natural en 1929) y en la Diputación Provincial, el presidente Jorge Torner sentaba las bases de un departamento encargado de impulsar este nuevo concepto económico. En 1923, ahora hace exactamente cien años, veía la luz la primera Guía de Cuenca, ejemplar trabajo desarrollado por Rodolfo Llopis con la colaboración de Juan Giménez de Aguilar y Odón de Buen y un texto prestado por Pío Baroja. En ese ambiente de euforia ante las posibilidades que ofrecía un sector totalmente desconocido surge el proyecto, tan disparatado como utópico, de construir un gran hotel en el centro de la ciudad.

La misma Guía que acabo de citar nos informa que en esos momentos hay en la ciudad dos instalaciones hoteleras: el hotel Iberia, en Carretería y el hotel Madrid, en la Ventilla, donde se puede encontrar alojamiento abonando una pensión mínima de 10 pts. diarias. Además, se nos dice, hay «varias casas de viajeros de pensión más modesta». En ese ambiente, un grupo de ciudadanos decide reunir sus fuerzas (por otra parte, limitadas, por no decir escasas) para llevar adelante la construcción de un auténtico hotel de lujo, siguiendo el modelo de otros ya existentes en diversas partes de España. El proyecto fue encargado a un arquitecto ya prestigioso, Luis Sainz de los Terreros y García de Bárcenas (Santander, 1876 / Madrid, 1936), autor de obras prestigiosas en diversas ciudades. Los folletos informativos de la época y los anuncios publicitarios exponían al público las numerosas novedades que aportaba la instalación, como un amplio salón de lectura, timbre en todas las habitaciones, baño completo con agua caliente, cuarto oscuro (para el revelado de fotografías que pudieran hacer los viajeros), cafetería y terraza exterior, restaurante con un suntuoso repertorio de platos, coches para la recogida y traslado a la estación, etc. Con estas perspectivas, el Gran Hotel se inauguró el 13 de abril de 1927.

Podemos imaginar, sin especiales problemas, que el edificio causó un enorme impacto visual y social en una ciudad carente hasta entonces de cualquier otro parecido. Construido en estilo neorrenacentista, estructurado mediante una planta rectangular en esquina, con fachadas a dos calles, siendo la mayor a Cardenal Gil de Albornoz con otro sector más pequeño al Parque de San Julián, el proyecto inicial comprendía una construcción el doble de la que finalmente se ejecutó (el edificio debería llegar hasta Carretería), lo que proclama la ambición que animaba a sus promotores, si bien la realidad vino a desmontar semejante sueño, para dejarlo en lo que ahora vemos. Pero el sueño se quebró pronto, en cuanto la realidad vino a demostrar que a Cuenca seguían llegando muy pocos viajeros con suficientes recursos económicos, forzando la retirada de varios socios, que dejaron solo a Santos C. Moya, quien rebautizó el local con su propio nombre y al morir el propietario en un accidente, pasó a otras manos que le dieron el que habría de ser su título definitivo, Hotel Iberia.

Después de la guerra civil, situación poco propicia para la actividad turística, el edificio pasó a ser propiedad del Banco Hispano-Americano que situó en la planta baja sus oficinas, mientras arrendaba el resto del inmueble al ministerio de Agricultura para sede del Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA). Al desaparecer ambas entidades, el inmueble permaneció vacío y sin uso durante varios años. En 1985 lo compró la Junta de Comunidades por 150 millones de pesetas, con la intención de ubicar la delegación provincial, sin que este proyecto se desarrollara entonces, sino que en 2001 se acordó el traspaso a Caja Castilla-La Mancha para instalar la sede central de la entidad, pero en realidad lo que hizo fue rehabilitarlo para acondicionar una sala de exposiciones en la planta baja y oficinas en las superiores. La desgraciada aventura de CCM, de cuyas calamidades más vale no acordarse, dio al traste con todo hasta que en 2016 la Junta de Comunidades inició el procedimiento para la reversión del inmueble que ahora cumple al fin el propósito primero y cierra un ciclo.

La noticia, sin duda positiva, es que la ciudad recupera un edificio emblemático, un auténtico símbolo urbanístico y arquitectónico, pieza esencial de la modernidad que se quería implantar hace un siglo y, desde luego, una construcción bellísima, de líneas elegantes y prestancia visual indiscutible que bien se merece, ahora que la rehabilitación ha concluido, ser incluido en el Catálogo de Bienes de Interés Cultural. Tan pronto abra sus puertas podremos disfrutar del hermoso espectáculo de pasear por sus dependencias interiores y mientras vemos pasillos y despachos imaginar cómo fueron las habitaciones, los baños, el restaurante de aquel maravilloso Gran Hotel, luego Hotel Moya, finalmente Hotel Iberia, que quiso prestar un toque de selecta elegancia a la modesta ciudad provinciana de los años 20 y que ahora, como cualquier Ave Fénix, renace para volver a abrir sus puertas.